En estos momentos de crisis generalizada que estamos viviendo en nuestro país, es necesario ponerse a pensar en el hecho de que dicha debacle nacional ha sido causada, principalmente, por las decisiones, ineptas o antipatrióticas, que han tomado una minoría de mexicanos, mayormente criollos, durante varias décadas, mismas que, ya sea por comisión o por omisión, han afectado el buen desarrollo de la economía, la política, la gobernabilidad, la educación pública y la cultura, pues han permitido, si  no es que fomentado, la corrupción y la impunidad, y todo ello, ante los ojos y la pasividad de la mayoría, de los habituales damnificados de dichas políticas. ¿Por qué no hacemos nada más que quejarnos amargamente o burlarnos sarcásticamente de la situación? Porque no hemos sido educados, ni hemos podido autoeducarnos, en una verdadera educación cívica, sino en una educación cívica light, restringida a pagar impuestos (mismos que no pagan las grandes empresas), cumplir con el servicio militar y votar. Esta educación cívica es una educación descafeinada, no una educación para la participación ciudadana consciente, informada y responsable, y para la acción organizada, para ejercer nuestros derechos, cumplir nuestras obligaciones y hacer que quienes no las cumplan, no se abstengan impunemente de hacerlo.
Estamos hablando de una educación cívica politizada, racional, que dote de la suficiente experiencia, de expertise y de hábitos permanentes de participación en la cosa pública, a todos los ciudadanos. En una sociedad dividida, esta educación cívica profunda no va a ser instrumentada por aquellos que se verían perjudicados con una población sólidamente formada en un civismo y una política para el bien común. Por el contrario, ellos buscarán fomentar el analfabetismo cívico y político, ya que ello les garantizará seguir dominando a quienes, divididos (no unidos), ignorantes (no informados), y empantanados en una distraída pasividad, no propugnarán por sus derechos. Si las élites gobernantes no impartirán esa educación, podría pensarse que, entonces, ésta no podrá tener lugar. Sin embargo, hay otras agencias educadoras informales, los grupos comunitarios como las familias, los vecinos, los compañeros de trabajo o de estudio, a más de algunos profesores democráticos en las aulas, quienes podrían alfabetizar cívica y políticamente a sus miembros, a través de la acción pedagógica de sus integrantes más conscientes y formados. Estamos hablando de una educación cívica ampliada, profunda, política, y proactiva que, de manera informal, empoderaría a quienes se beneficiaran de ese esfuerzo comunitario. Sobra decir que entre más politizada esté una sociedad, serán más propositivos sus integrantes, y contribuirán más a la concertación de esfuerzos para un desarrollo más pleno del país, ya que se propagaría un espíritu de mayor solidaridad y compromiso con otros paisanos, y se atenuarían tendencias sociales centrífugas, como la sectarización, la exclusión o merma de los beneficios comunes, y el olvido de quienes, marginales siempre, ahora, por su mayor conciencia de sus derechos, nos recordarían el respeto a los mismos. Y ni qué decir de que pudiéramos hacer frente común ante las amenazas de mayor sojuzgamiento neocolonial por venir.
 

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