Hay un viejo dicho que señala el peligro de presumir o decir cosas que no son ciertas o cuando menos no totalmente ciertas. Así se afirma: “Cae más pronto un hablador que un cojo”.
Viene a cuento lo anterior porque unos días antes de que sucediera la explosión del mercado de San Pablito en Tultepec en el Estado de México el martes de la semana pasada, el 12 diciembre de este mes, el Instituto Mexiquense de la Pirotecnia presumía que el mercado anteriormente mencionado, dedicado a la producción y venta de artículos de pirotecnia era, no sólo el más grande de Latinoamérica, sino también el más seguro. Pues bien, unos cuantos días después de esa declaración sucedió la explosión señalada líneas arriba la que dejó un saldo trágico de 33 personas fallecidas hasta ahora y más de 50 lesionados, algunos de ellos de gravedad.
Nadie sabe todavía lo que ocasionó el fuego que produjo una explosión en alguno de los talleres, lo que hizo que el fuego se propagara prácticamente a todos los establecimientos los que explotaron posteriormente.
La gravedad de la tragedia viene a desmentir de manera verdaderamente lamentable lo presumido por el Instituto referido. Además, como ya es costumbre después de que ocurre un acontecimiento nefasto, viene el examen de lo acontecido para tratar de averiguar las causas, y en muchos casos lo que se descubre es verdaderamente sobrecogedor. Resulta que en el mercado de San Pablito las construcciones no reunían los requisitos exigidos en el papel por las autoridades en cuanto a que tuvieran la solidez necesaria para evitar que alguna explosión dañara las construcciones contiguas. Tampoco tenían esos talleres los elementos necesarios para apagar cualquier conato de incendio pues las herramientas destinadas para ello eran simplemente palas, cubos de arena, tambos con agua y pare usted de contar. Eso lo señalan los periodistas que con profusión se han dedicado a cubrir esa noticia. Como alguno de ellos indica ningún elemento tecnológico probado para combatir incendios se había instalado. No había construcciones adecuadas y en ellas no estaban instaladas alarmas de humo ni sistemas de aspersión en caso de incendio en los interiores. Tampoco tomas de agua en las calles para combatir posibles incendios. Pero, además, los sistemas de almacenamiento y de exposición al público de los artefactos tampoco se sujetaban a las normas. Encontramos pues, si lo que en los periódicos se dice verdad, y no por qué hay que dudar que es cierto, eso de que el mercado de referencia era seguro fue evidentemente una habladuría, que los hechos trágicamente han demostrado.
El dolor por los seres fallecidos y la incertidumbre por los desaparecidos, que casi seguramente están muertos, invade muchos hogares en el Estado de México. Pero eso no impide que, cual es la costumbre en nuestro país, aunque también justo es decirlo en algunos otros en menor proporción, cuando surge una desgracia que involucra a muchas personas en el ámbito público o conexo a este, la autoridades del municipio o del estado y en algunas ocasiones el propio Presidente de la República procuran hacer acto de presencia en las horas o días siguientes, para saludar a los heridos y en la medida de lo posible reconfortar a los deudos. Esto no parece que sea malo, pero lo que sí es verdaderamente repugnante es que esto se haga con esa especie de parafernalia que acompaña a muchos de nuestras autoridades o gobernantes aún en casos similares como el que nos ocupa. No basta pues que algunos periódicos en primera plana pongan fotografías verdaderamente deprimentes y poco caritativas del estado en que han quedado algunas de las víctimas vivas o muertas, con absoluta falta de consideración para sus deudos; sino que además esas víctimas que han quedado lesionadas tienen que soportar las visitas de sus autoridades y de todo su equipo de publicidad, que más que servir de consuelo son molestas para quienes están sufriendo en lo físico y mental.
Se supone que son visitas al lugar de los hechos para apreciar directamente los daños y presionar para que se arreglen a la brevedad posible, con la promesa consiguiente, la que casi nunca se cumple o cuando menos no en los plazos inmediatos, sino años después y en muchas ocasiones mal.
Yo me pregunto si son necesarias esas visitas para ayudar a las víctimas y a los parientes de las mismas. Me parece que en la mayoría de los casos no, pero sin embargo se hacen por imagen, para que la figura política se refuerce con un aspecto de humanidad que en muchas ocasiones es falso e innecesario. Bien podrían desde sus despachos ordenar y dejar descansar a los lesionados y a sus familias, que en muchos casos resienten molestias por esas visitas, las que reitero son a mi juicio simulaciones que bien podrían ser suprimidas.
