Actualmente estoy leyendo un libro llamado “La cena secreta” del escritor español Javier Sierra, quien ha marcado la diferencia al ser el único escritor español capaz de llevar sus novelas a las listas de las más vendidas en otros países, razón por la cual sus textos normalmente se traducen a no menos de 40 idiomas. Sus tramas se centran en la intriga y el suspenso. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha abocado al estudio de la historia y sus libros ahora se centran en hechos reales combinados con la ficción.
En el caso de la novela que tengo en mis manos, la acción se sitúa en Lombardía, en el año 1497, época de inquisidores y del esplendor del maestro Leonardo Da Vinci a quien una docena de mensajes anónimos lo señalan como hereje a consecuencia de los mensajes ocultos en su obra “La última cena” que lleva años pintando sin conseguir terminarla; quienes lo conocen saben que esta obra es por mucho la preferida del pintor. Fray Agustín Leyre, inquisidor dominico experto en la interpretación de mensajes cifrados, es enviado sin demora a Milán para supervisar los trazos finales que el maestro está dando a la obra y tratar de descifrar la clave que se esconde en la última de las cartas recibidas.
La novela, además de que está resultando fascinante me ha llamado enormemente la atención porque se centra en la idea de que muchas de las obras maestras de los grandes genios van más allá de lo que el ojo puede percibir a simple vista. En ellas, se esconden códigos y lenguajes que solamente los muy versados pueden descubrir y esta era una manera de comunicación entre ellos.
En este sentido, la Última Cena de Leonardo Da Vinci termina reflejando absolutamente lo contrario a lo que los evangelios enseñan quedando plagada de contradicciones. Es un hecho que alrededor de esta obra giran muchas leyendas y mitos dando como resultado decenas de teorías y tramas a la literatura, como aquella que dice que el apóstol Judas es en realidad el mismo Da Vinci. El apóstol Simón representa a Platón y Tomás tiene un rostro idéntico a Jesús para apoyar la idea de que en realidad era su hermano. También se ha hablado de la presencia de Magdalena, teoría que se desarrolla en la novela “Código Da Vinci” de Dan Brown. Hay también muchas especulaciones acerca del por qué Pedro es el único apóstol con un cuchillo en la mano y las vestimentas del Iscariote son las únicas con tres colores. Todo esto, de ser verdad refleja que el pintor no veía a los apóstoles como seres divinos sino al contrario, como humanos llenos de contradicciones.
También se dice que la mesa es en realidad un pentagrama y que si se leen los panes de derecha a izquierda obtendremos una melodía con 40 segundos de duración. E incluso existe una parábola que habla de que Leonardo Da Vinci tardó tantos años en terminar la última cena porque no encontraba el rostro perfecto que reflejara la vileza de San Judas, mientras que para encontrar al modelo que representara a Jesús con toda su dulzura y bondad tardó muy poco tiempo. Cuando al fin encuentra a su Judas perfecto en una prisión se sorprende cuando el asesino le revela que antes de que lo metieran preso el mismo Da Vinci lo contrató para que posara como Jesús.
Como quiera que sea, considero que esta es la magia del arte, que es completamente subjetivo y por ello nos brinda la oportunidad de vernos reflejados, de descubrir misterios en las obras, de sentir, de estar o no de acuerdo con sus símbolos y hacer nuestras propias historias en base a ello.
Mientras tanto, seguiré inmersa en la trama de “La Cena Secreta”, en donde el inquisidor y Da Vinci están a punto de conocerse. Una historia apasionante que recomiendo ampliamente.
