Esa noche fría y oscura el Sr. McCanna llegó a su casa después de trabajar, encendió la luz de la sala, se quitó el sombrero y el abrigo, luego la apagó al encaminarse hacia la cocina –todo está tan caro– le parloteó al gato decrépito que se le enroscaba entre las piernas, y acostumbrado a la penumbra prendió el desolado foco ahorrador de energía de la amplia cocina de la casona porfiriana, herencia de su abuelo escocés. Puso a calentar el café y sacó de una bolsa de plástico dos tamales que deshojó lentamente, uno de dulce y uno de carne con chile rojo y los colocó sobre un comal metálico en la vieja estufilla de gas. Era Noche Buena y para él, eso significaba el lujo de un banquete. Se sentó a la gran mesa de roble para diez personas, con nueve de las sillas jamás usadas desde que él llegó a ocupar la casa, hacía ya tanto tiempo que hasta le daba pereza recordarlo. No tenía amigos y no le hacían falta –nunca le faltan distracciones a un viejo misántropo– pensaba con cinismo mientras se acercaba un bocado de tamal con el tenedor y sorbía de su café caliente.

Satisfecho se dirigió a la recámara y en un ritual pausado se puso la raída pijama de franela y se calzó las rancias pantuflas, se acercó el orinal para la descarga de los morosos fluidos prostáticos y se acostó con la cabeza hundida en la blanda almohada. El dormir no era nada plácido, con escenas deshilvanadas de un cauce lógico y un malestar tronando en el estómago, como si los tamales le estuvieran provocando un mal sueño, algo parecido a lo que muchos llaman que se le cargó el muerto. Sin tener por seguro si era sueño o realidad, de pronto percibió la presencia de una extraña sombra, un tipo de apariencia sombría que le miraba a través de unos ojos sin fondo. ¿Quién eres? preguntó McCanna sobresaltado y con voz temblorosa. La silueta grisácea le contestó con voz profunda, soy el fantasma de las navidades pasadas, de la Navidad presente y las navidades futuras.

¡Ah caray! ¿De dónde surgió este sueño?, pues tiene que ser un sueño, si a mí me incomodan las navidades, siempre me tienen sin cuidado. Se dijo a sí mismo, convencido de que estaba en plena dimensión onírica, pues la casa era muy segura, nadie podía introducirse pues las medidas de seguridad eran…–muy seguras, si, muy seguras– reiteraba. Este pesado sueñito debe ser por la insoportable bulla de la Navidad, feliz Navidad por aquí, feliz Navidad por allá, que felices fiestas, ¿Una copita de sidra Sr. McCanna? Y toda esa chusma tratando de abrazarme ¡vaya fastidio! ¡vaya con esa gentuza fanática! Lo que son capaces de inventarse para no trabajar– prosiguió en la conversación consigo mismo. ¿Y qué quieres de mí señor del sueño? Continuó preguntando.

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