Caracas, Venezuela.- En los oscuros sótanos de la principal maternidad de Caracas un grupo de obreras emprendió una silenciosa lucha para tratar de ganarle la batalla al nuevo coronavirus que amenaza con golpear de lleno a Venezuela, que sufre un fuerte deterioro de su sistema de salud y escasez de medicamentos e insumos básicos como mascarillas, guantes y batas.

Cinco humildes obreras de la estatal Maternidad Concepción Palacios, en el oeste de la capital, elaboran con la ayuda de unas viejas máquinas de coser tapabocas con sábanas azules desechables para distribuirlos entre médicos, enfermeras y trabajadores del centro de salud y protegerse así de un eventual contagio.

Ante la aparición de los primeros casos las autoridades declararon el “estado de alarma” en el país para tomar rápidamente decisiones y atender la pandemia, que ya ha contagiado a 36 personas en menos de una semana.

Pero hasta la fecha en muchos de los hospitales públicos no se ha sentido ninguna mejoría y persiste la escasez de mascarillas, guantes, batas, medicamentos y hasta servicios básicos como el agua, relataron a The Associated Press algunos médicos y empleados de esos centros de salud.

Esa situación fue advertida en la Encuesta Nacional de Hospitales que realizó entre noviembre de 2018 y septiembre pasado un grupo de médicos en 40 de los principales centros de salud del país y que reveló que ningún hospital público opera en condiciones normales por la falta de servicios básicos, la escasez de insumos, las fallas de algunos equipos y la merma de personal producto de la fuerte migración de venezolanos que en los últimos años huyeron de la crisis que azota al país.

Horario de trabajo

Conscientes de la difícil situación, las cinco obreras laboran diariamente casi nueve horas continuas para fabricar la mayor cantidad de tapabocas posibles y lograr suplir los requerimientos de sus 2 mil 800 compañeros de trabajo.

Mientras levantaba la cabeza por unos minutos para estirar el cuello y descansar las manos de sobre la máquina de coser, Yordana Mata, una costurera de 34 años, admitió que aunque le duele la espalda del cansancio tiene que seguir adelante porque de su trabajo dependerá la vida de sus compañeros.

Con el rostro cubierto por uno de los tapabocas azules que hizo, Mata reconoció que las mascarillas que están fabricando no son las más adecuadas, pero justificó la elaboración alegando que la mayoría del personal del hospital no dispone de ellas.

Deberíamos tener más seguridad, los tapabocas apropiados, pero estamos en esta emergencia.

Silvia Bolívar, una supervisora de camareras del área quirúrgica, de 51 años, narra que ya alcanzaron los mil tapabocas y que esperan seguir produciendo más.

Ellas no se mueven de esas máquinas. Comen y descansan ahí hasta que se levantan en la tarde para irse.

La obrera indicó que la iniciativa ya ha sido replicada en el hospital estatal José Gregorio Hernández de la barriada pobre de Catia, en el oeste de la capital, donde los obreros comenzaron esta semana a elaborar sus tapabocas.

JPRA

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