No te portes mal. No te sientes en el piso. No compartas tu comida. No uses apodos. Llorar podría dañar tu caso.


Aún falta lavar los baño, limpiar los lavamanos y los inodoros, únicamente después de ello será hora de formar una línea para el desayuno.

“Había que hacer fila para todo”, recordó Leticia, una niña de Guatemala que se separó de su madre luego que cruzaran ilegalmente la frontera a finales de mayo.

La enviaron a un refugio en el sur de Texas, uno de los más de 100 centros de detención contratados por la Administración Trump para niños migrantes.

Aunque las instalaciones buscan ser una mezcla de internado con una guardería de mediana seguridad, Leticia, de 12 años, y su hermano Walter, de 10, no lo ven así.

La lista en la pared también pide no tocar a otro niño, incluso si este es tu hermano.

En su ingreso, Leticia esperaba darle a su hermano menor un abrazo tranquilizador, pero le dijeron que no debía hacerlo.

Aún así, algunos elementos de los centros de detención prevalecen en ambos extremos. Las múltiples reglas, la hora de despertar y las llamadas sin iluminación.
Leticia escribió cartas desde un refugio al sur de Texas a su madre, quien estaba detenida en Arizona, para decirle cuánto la echaba de menos.
Ella escribió las cartas rápido después de terminar sus hojas de trabajo de matemáticas y, para no violar la regla, no las escribió en su dormitorio, donde no permiten tener correo. Mantiene las cartas a salvo en una carpeta para el día en que se reúna con su madre.
“Mami, te amo y te adoro y te extraño mucho”, escribió la menor.
“Por favor mamá, comunícate. Por favor mamá. Espero estés bien y recuerda, eres lo mejor de mi vida”.
Asimismo, hay menores que no muestran sus sentimientos, como Diego Magalaes, originario de Brasil, quien pasó 43 días en un centro de Chicago luego de separarse de su madre al cruzar la frontera en mayo.

Diego no lloró, tal como prometió cuando se separó. Lo que lo hace estar orgulloso. Él tiene 10 años.
Pasó su primera noche en el piso de un centro de procesamiento junto a otros niños y luego abordó un avión.
“Pensé que me llevaban a ver a mi madre”. dijo.
Una vez en Chicago, le entregaron ropa nueva que comparó con un uniforme: camisas, dos pares de pantalones cortos, una sudadera, boxers y algunos artículos para la higiene.
Fue asignado a una habitación con otros dos niños, todos de Brasil.

Los tres se hicieron amigos rápidamente, yendo a clase juntos y jugando fútbol. Diego ganó el estatus de “hermano mayor” por ser un buen modelo para los niños más pequeños, por lo que fueron compensados con el privilegio de jugar videojuegos.
También había reglas. No podían tocar a los demás. No podían correr y debían despertar a las 6:30 horas de lunes a viernes con ruidosos sonidos del personal.

“Tuvimos que limpiar el baño”, dijo Diego. “Limpié el baño. Tuvimos que quitar la bolsa de basura llena de papel higiénico sucio. Todos tenían que hacerlo”, aseguró.
Pese a su preocupación por volver a ver a su madre, Diego dijo no tener miedo, pues se portaba bien.
Además, sabía que debía estar atento a un miembro del personal que “no era un buen tipo”. Había visto lo que le sucedió a Adonias, un niño de Guatemala, quien durante un ataque tiró varias cosas.
“Le aplicaron inyecciones porque estaba muy agitado”, dijo Diego. “Él destruía las cosas”.

El menor describió que un “doctor” inyectó a Adonias en mitad de una clase para dejarlo dormido.
La semana pasada, un juez federal en Chicago ordenó que Diego se reuniera con su familia. Antes de irse se dio tiempo para decir adiós a uno de sus amigos.
“Dijimos ‘Ciao, buena suerte'”, recordó Diego.
Pero debido a las reglas los dos niños no se abrazaron.

En respuesta por la presión internacional, el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, puso fin a una orden ejecutiva de su Gobierno que separó a padres migrantes de sus hijos en un intento por disuadir su llegada ilegal al país.
En virtud de la política de “tolerancia cero”, miles de niños fueron enviados a instalaciones de detención, a veces a ceintos de miles de kilómetros de donde estaban sus padres detenidos para su juicio.
Aunque la semana pasada, al tratar de cumplir una orden judicial, el Gobierno reunificó a poco más de la mitad de los 102 niños menores de 5 años separados, todavía quedan miles.
Más de 2 mil 800 menores se encuentran en centros de detención, algunos han sido clasificados como “no acompañados” lo que dificultaría su proceso en el país.

