Mientras camina por las calles de su vecindario pobre hacia su empleo, donde lava ropa ajena, Valentine Akinyi tiene que soportar las burlas que le gritan: “Elefanta, elefanta, elefanta”-
Ya se ha acostumbrado a los insultos, dice, pero de todas formas hay dolor.
“¿Quién va a querer casarse conmigo?”
Antes era difícil encontrar en Kenia a muchas personas con la constitución de Akinyi, quien, con 1.64m de estatura y 129 kilos, es obesa.
En África, el continente más pobre del planeta, la desnutrición está tenazmente extendida y millones de personas sufren un hambre desesperante, con condiciones de hambruna que se ciernen sobre países devastados por la guerra.
Sin embargo, en muchos lugares las economías en crecimiento han conducido a cinturas más anchas. Las tasas de obesidad en la África subsahariana están incrementándose más rápido que en cualquier otra parte del mundo, provocando una crisis de salud pública que está tomando a África, y el mundo entero, por sorpresa.
En Burkina Faso, la prevalencia de la obesidad en adultos en los últimos 36 años se ha disparado casi un 1400%. En Ghana, Togo, Etiopía y Benín, se ha incrementado más del 500%. Ocho de las 20 naciones en el mundo con las tasas de obesidad con un aumento más rápido están en África, de acuerdo con un estudio reciente del Instituto de Medición y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington.
Es parte de un cambio trepidante en África, donde el rápido crecimiento económico está transformando todos los aspectos de la vida, incluyendo incluso la complexión de la gente.
Muchos africanos están comiendo más comida chatarra, mucha de ella importada. También están haciendo mucho menos ejercicio, pues millones de personas están abandonando una vida campesina más activa para conglomerarse en las ciudades, donde tienden a ser más sedentarias. Autos más accesibles y una ola de importaciones de motocicletas también significan que menos africanos caminan hacia el trabajo.
La obesidad puede ser una batalla especialmente difícil de pelear en África por otras razones. Para empezar, la gente que no obtuvo suficientes nutrientes de pequeña (lo que aún es un problema en África) es más propensa a ganar peso cuando hay mucha comida disponible. En segundo lugar, los sistemas de salud en África están orientados a combatir otras enfermedades.
Los médicos africanos dicen que sus sistemas de salud han estado tan enfocados en el SIDA, la malaria, la tuberculosis y las fiebres tropicales —los mayores asesinos históricos en África— que quedan pocos recursos para las llamadas enfermedades no contagiosas, como la diabetes y los padecimientos cardiacos.
“Lo que estamos viendo es quizá la más grande epidemia que habrá jamás en el país, a la larga probablemente incluso peor que la del VIH de la década de los noventa”, dijo Anders Barasa, cardiólogo de Kenia, en referencia a la obesidad y sus enfermedades relacionadas. “Sin embargo, cambiar el sistema de salud para atender las enfermedades asociadas con la obesidad es como dar la vuelta a un superpetrolero”.
En Kenia, una de las naciones más desarrolladas de África, hay aproximadamente 40 cardiólogos para toda la población de 48 millones de personas. En Estados Unidos, hay un cardiólogo por cada 13.000 personas.
Aunque el problema de la obesidad está empeorando, el antiguo problema de la desnutrición en África difícilmente ha desaparecido. Mientras que millones de africanos comen alimentos poco saludables o en exceso, otros tantos están cercanos a la inanición o de plano en ella.
Los profesionales de la salud dicen que la gente que crece privada de nutrientes, como sucede con millones de africanos, está en mayor riesgo de ser obesa más adelante. Durante los tiempos de hambruna, uno de los mecanismos de defensa del cuerpo, según algunos expertos, es desacelerar el metabolismo para que guarde todas las calorías.
Cuando llegan los tiempos de festines, el metabolismo a menudo sigue lento. Esos trastornos metabólicos pueden conducir a todo tipo de problemas de salud posteriormente, algunos de los cuales ponen en riesgo la vida.
Una importante endocrinóloga keniana, Nancy Kunyiha, dijo que cuando comenzó su práctica clínica tratando la diabetes hace años, sus colegas de la escuela de medicina pensaron que estaba loca.
“No hay manera de que sobrevivas especializándote en diabetes”, dice que le advertían. “Debes hacer otra cosa”.
No obstante, la diabetes tipo II está estrechamente ligada a la obesidad, y la África subsahariana está en medio de una “epidemia de diabetes en rápida expansión”, de acuerdo con un informe que apareció el año pasado en una revista médica, The Lancet Diabetes & Endocrinology.
En la década pasada, la práctica de diabetes de Kunyiha se ha cuadruplicado, y la mayoría de los días en su sala de espera bien iluminada y sencilla en el hospital Aga Khan en Nairobi, la capital de Kenia, no hay ni dónde sentarse.
La tasa de obesidad en Kenia, que es de cerca de uno en cada diez, aún está muy por debajo de las de países industrializados como Estados Unidos (donde más de un tercio de los adultos son obesos). Sin embargo, la tasa en Kenia aumenta con rapidez; ahora es de más del doble que en 1990 y muchos kenianos piensan en la obesidad por primera vez.
Akinyi dice que lee cualquier artículo en los periódicos locales sobre las “enfermedades por el estilo de vida”, como se hace referencia con frecuencia aquí a la obesidad y la hipertensión. Sin embargo, lo que los médicos recomiendan para perder peso son cosas que ella no puede pagar.
Abandonó la preparatoria, es madre soltera y lavandera; con los cerca de 40 dólares que gana al mes, se mantiene a ella y tres hijos. Millones de africanos están en la misma situación: atrapados entre lo viejo y lo nuevo. Puede que no sean desposeídos, como lo fueron sus padres, pero aún son pobres.
Tienen solo el dinero suficiente para comprar alimentos procesados como bolsas de papas fritas, que ahora están ampliamente disponibles en zonas de bajos ingresos por unos cuantos centavos, de manera que no les alcanza para ir a un gimnasio ni para comprar pescado y verduras frescas.
Además, en lugar de trabajar en el campo (que es como la mayoría de los kenianos vivían hacía hace solo una generación), están abandonados en áreas urbanas escuálidas y tienen mucho menos actividad física. Algunos de los alimentos más baratos en el barrio Kibera, donde vive Akinyi, son papas fritas y buñuelos, cada uno a aproximadamente 20 centavos. Las manzanas cuestan el equivalente a 40 centavos, así que están fuera de su presupuesto, aunque no así el refresco.
“Y me encanta el Sprite”, dice Akinyi con una sonrisa culpable.
Una de las estrategias de Coca-Cola en Kenia ha sido acercarse a las clases más bajas haciendo botellas más pequeñas, de 200 mililitros, o cerca de 9,75 onzas líquidas, que cuestan cerca de 15 centavos (en contraste con la botella estándar de 300 mililitros que cuesta 25 centavos). Burger King, Domino’s, Cold Stone Creamery y Subway han abierto recientemente sus primeras tiendas en Kenia, como parte de su estrategia de incursionar en África.
El gobierno keniano, al igual que otros africanos, parece haber sido lento para reconocer el problema. El Ministerio de Salud aún está mucho más enfocado en promover el sexo seguro que una buena alimentación.
África se está urbanizando más rápido que cualquier otra región del mundo; en 1980, solo el 28% de los africanos vivían en áreas urbanas. Hoy en día, la cifra es del 40%, y para 2030 se predice que será el 50%.
La urbanización está impulsada en parte por las altas tasas de nacimientos y la disponibilidad en decremento de la tierra, lo que ha creado el éxodo de millones de africanos de las áreas rurales.
“Si trabajas en el campo ocho horas al día, puedes comer lo que quieras”, dijo Barasa. “Pero si eres sedentario, tus requerimientos cambian totalmente”.
Muchos kenianos caminaban varios kilómetros al día hacia el trabajo o la escuela. Sin embargo, la red de caminos ha mejorado mucho, y ahora es mucho más fácil transportarse en minibús. Incontables kenianos también usan mototaxis, que no estaban muy disponibles hace diez años.
Akinyi, de 30 años, dice que aún disfruta de caminar.
“Es una forma de llegar al trabajo y hacer un poco de ejercicio”, dijo.
Lo mejor de todo es que es gratis.
