“Nadie se va sin pagar nada, amigo”, lanza el antiguo líder de una barra del América y quien hoy vende playeras afuera de los estadios.

Alejado de los conflictos. Padre de familia. Diecinueve años después de comenzar su era como barrista, hoy todavía algunos rivales lo cazan para saldar viejas cuentas. Accede a contar su historia a CANCHA bajo la condición del anonimato, por si las dudas.

De cimbrar las gradas saltando a poner su negocio de brincolines, de llegar a primera hora a los estadios luego de kilométricos viajes en autobús a ser de los primeros en La Corregidora, pero para la junta de seguridad como comerciante. Su historia es casi como la de Alex DeLarge en La Naranja Mecánica.

“He llegado a irme con la barra en camión, todavía. Ya estás más grande y hay cosas que ya no toleras: que la banda a lo mejor se viene drogando, se viene metiendo en algún problema y como tú eres una de las personas de más respeto, aunque ya no seas el dirigente, a lo mejor tienes que mediar algo con la Policía, con otra persona”, comenta.

No es exagerado decir que hace seis años cualquiera que supiera de barristas había escuchado su nombre. “Con él no te metas”, sugerían algunos. Ahora tiene dos hijas y celebra la llegada de los Reyes Magos (bicicletas, patines, muñecas) tanto como un gol de Oribe Peralta porque, eso sí, no falta a los partidos de las Águilas.

Diez minutos antes del silbatazo inicial encarga el puesto de playeras del América, camisetas que él mismo diseña y vende por 80 pesos, y se mete al Estadio con sus ex colegas de la barra. Diez minutos antes del final, sale a continuar la venta.

“Mi familia es más importante, pero el América ocupa un lugar especial dentro de mí y este es el pretexto para seguir viniendo a ver al equipo”, comenta.

Muchos años atrás quedaron los tiempos del “awante”, viejos fantasmas que hoy lo persiguen cuando a un barrista del Querétaro, de Chivas y hasta del mismo América se le ocurre darle una “visitadita”.

“Le tienes que salir a enfrentar las cosas. Son cosas del pasado que tienen una repercusión en el futuro. Nadie se va sin pagar nada, amigo”, remarca, a sus 40 años.

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