Don Maciel o mejor conocido como el “mil amores” en el mundo del ruletaje, era un taxista leonés de 50 años, bien parecido, que disfrutaba de vivir su vida sin límites, sobre todo cuando se trataba de mujeres, aún siendo casado.
Cada vez que una mujer abordaba su taxi, él no perdía la oportunidad de coquetear, pues siempre “pegaba chicle”, jovencitas y maduritas, todas caían a sus pies y a su atractiva mirada color miel.
Una de tantas noches y como ya era costumbre, el “mil amores” avisó en su casa que no llegaría pues tendría que llevar a un importante empresario al aeropuerto, pero la realidad era que Maciel pasaría la noche con alguna de sus conquistas.
A bordo de su taxi, el “mil amores” esperaba a su conquista a las afuera de un famoso motel en la ciudad, cuando una mujer le solicitó un servicio, pidiéndole por favor que la llevara al Barrio de Guadalupe.
Maciel, aunque pica flor también era buena gente, y accedió al ver la angustia de aquella mujer , en el camino ella le platicó un poco de su vida, así como la pena de tener un esposo mujeriego y gastalon, mismo al que insultó durante todo el camino.
Sabiendo de la belleza de sus ojos, aquel hombre creyó que con una mirada coqueta lograría animarla, pero cuál fue su sorpresa cuando logró cruzar mirada con ella.
“Madresita ya no hable así de su marido, una sonrisita.”
En ese momento la mujer levantó la mirada y Maciel tan solo pudo ver un par de ojos brillantes, cual animal endemoniado, lo que le causó miedo y prefirió pisar el acelerador para llegar más rápido a su destino.
Sin hacerle plática durante el resto del camino, llegaron al barrio, la mujer le pagó y se bajó del taxi para desvanecerse en el camino, bastante asustado Juan guardó su dinero en una pequeña caja y “jaló” para su casa, olvidándose de su encuentro amoroso.
A la mañana siguiente Maciel planeaba comprar un gran ramo de rosas para su querida, en compensación de haberla dejado plantada la noche anterior, pero al tomar el dinero ya no estaba, en su lugar había cenizas.
Desde aquella noche tan rara, el “mil amores” no volvió a trabajar de noche, y todo el dinero de los fletes se lo entregaba intacto a su esposa, a la que jamás le ‘puso el cuerno’ otra vez, ya que se sintió sentenciado por aquella misteriosa mujer
