Sucede de la nada: un minuto estás bien y al siguiente comienzas a sudar mientras unos calambres recorren tu vientre. Aparece el vómito o la diarrea, o ambas, y empiezas a temer que morirás.
Luego, así como llegó, desaparece. Y vuelves a ser el mismo de siempre. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EU (CDC) suponen que esta situación, conocida como “evento gastrointestinal agudo”, nos ocurre a todos por lo menos una vez al año.
Los episodios por lo general no ameritan acudir al médico ni requieren medicamentos. Sin embargo, nos obligan a hacer un alto para identificar qué fue lo que nos enfermó. Aunque no hay forma de saberlo con certeza, hay claves que podrían ayudarte a determinar la fuente y reducir el riesgo en el futuro.
“Se tiende a culpar al último alimento que se consumió, pero probablemente sea lo penúltimo”, comentó Deborah Fisher, gastroenteróloga y profesora en la Facultad de Medicina de la Universidad Duke.
El estómago necesita de cuatro a seis horas para digerir un alimento en su totalidad; después al intestino delgado le toma entre seis y ocho horas absorber los nutrientes y trasladar lo que queda al colon. Posteriormente, los restos permanecen ahí de uno a tres días, donde se fermentan y van formando eso que vemos al jalar el retrete.El tiempo que requiere el tránsito intestinal varía de una persona a otra, pero los gastroenterólogos dicen que es fácil saber cuánto nos toma a cada uno si comemos un elote y esperamos a ver aparecer los granos sin digerir en nuestras heces.
Quizá suene asqueroso, pero tomando eso como punto de referencia, la próxima vez que te enfermes podrás calcular mejor cuándo fue que consumiste aquello que te cayó mal. Por ejemplo, si vomitas algo y no tienes diarrea ni malestares, lo que te enfermó podría tratarse de algo que comiste en las últimas cuatro o seis horas.
Si te levantas a medianoche con calambres y diarrea, lo más probable es que se trate de algo que comiste entre 18 y 48 horas antes, dependiendo de tus resultados en la prueba del elote.
Los virus y las bacterias (como norovirus, estafilococo áureo, campylobacter, salmonela, E. coli y Bacillus cereus) son los causantes de la mayoría de las enfermedades que se transmiten a través de la comida.
Alimentos más contaminados
Además de averiguar el momento exacto en el que consumimos los alimentos, también hay que considerar cuáles son más propensos a contaminarse. Los que aparecen con frecuencia en la lista de alimentos a recordar de la Administración de Alimentos y Medicamentos de EU (FDA, por su sigla en inglés) incluyen vegetales de hojas verdes, hierbas culinarias, frutas con cáscara texturizada como el melón, tomates frescos, pepinos, chiles jalapeños, mantequillas de frutos secos, guisantes congelados, queso y helado.
Otros alimentos de los que debemos desconfiar son los que han estado fuera del refrigerador varias horas.
En general, la comida de restaurante tiende a presentar mayor riesgo no solo porque hay más personas involucradas en su preparación, sino porque los ingredientes se compran a granel. También debemos desconfiar de jugos y licuados recién hechos que se extraen de kilos y kilos de verduras y frutas. Una pizca de tierra contaminada en tu bebida basta para enfermar a tu intestino.
Las manos y el celular
No hay que olvidar los gérmenes de tus manos si no tienes cuidado de lavarlas con agua y jabón (los desinfectantes de manos no matan algunos de bichos que causan enfermedades intestinales).
¿Comiste o te tocaste la boca con los dedos después de tocar la baranda del subterráneo o después de lanzarle una pelota llena de saliva a tu perro? ¿Pusiste tu celular encima del dispensador de papel higiénico en un baño público y después lo acercaste a tu boca para contestar una llamada? Los gérmenes que llegan a tu tracto digestivo no siempre provienen de los alimentos.
Algunas veces, no es un germen el que ocasiona el malestar intestinal: puede ser una sobredosis de oligosacáridos, disacáridos, monosacáridos y polioles fermentables, que en los círculos médicos se conocen por su sigla en inglés como Fodmaps. Básicamente, son carbohidratos que el intestino delgado no absorbe bien cuando se comen en exceso y que después llegan hasta el colon para causar todo tipo de problemas. Los Fodmaps incluyen alimentos como brócoli, coles de Bruselas, rábano, espárragos, aguacate, hongos, granos enteros y leguminosas.
Y también el estrés
Lo que sucede en tu cabeza tiene un enorme impacto en tus intestinos y viceversa. “El cerebro humano y el sistema nervioso están en estrecha combinación con otro sistema nervioso que está presente en las paredes del intestino”, explicó Santhi Swaroop Vege, gastroenterólogo de la Clínica Mayo. “Estas fibras nerviosas, nervios y plexos están presentes en la pared del intestino desde el esófago hasta el recto”.
Así que, en lugar de que sea algo que comiste, puede ser que hayas tragado miedo, ansiedad, enojo o tristeza y que eso esté causando estragos en tus nervios, secreciones químicas y en la microbiota que mantiene tus intestinos trabajando sin sobresaltos. No es poco común que los eventos gastrointestinales agudos cesen o se hagan menos frecuentes después de que el paciente renuncia a un mal trabajo o cuando acaba con una mala relación. Es por eso que, cuando debemos tomar una decisión difícil, tal vez lo mejor es hacerle caso a nuestros instintos… o a los calambres.
