En la cima de Cerro Gordo, un amanecer del año 1950, Alejandro Arena Torres Landa escuchó las mejores lecciones de su padre Alejandro Arena García: “Sin educación no hay negocio”. León tenía poco más de 157 mil habitantes, había un arroyo en vez del Palote y a las 6 de la mañana el tren cruzaba la parte sur de la ciudad, “las familias con recursos no compran junto a la vía”. El empresario ya era dueño de 700 hectáreas de cultivos de alfalfa y del casco de la hacienda también conocida como Casa de Piedra.
Alejandro Arena García marcó el destino del norponiente de la ciudad: Universidades, comercios y colonias residenciales. Antes de fallecer, donó 5 hectáreas a la Salle Panorama; 10 hectáreas a la Universidad del Bajío (actualmente La Salle); 17 hectáreas al Tecnológico de Monterrey; 4.5 hectáreas a Legionarios de Cristo (Instituto Cumbres) y 5 hectáreas al Colegio Miraflores.
Y una tarde sentado en una terraza de la hacienda, rodeado de empresarios, dijo que los campos de cultivo se convertirían en avenidas y en un gran centro comercial llamado posteriormente Plaza Mayor.
El mayor de sus hijos, Alejandro, quien falleció en un accidente hace una semana, hizo posibles las grandes obras que contribuyeron al progreso de León.
La entrevista fue realizada a Don Alejandro Arena Torres Landa el 12 de septiembre de 2013.
‘Soy un afortunado de la vida’
Mientras miraba atento la fotografía de su padre colocada en una de las paredes de su oficina, con los ojos brillando de emoción, don Alejandro Arena Torres Landa recuerda las enseñanzas de su mejor maestro en los negocios.
Con el privilegio de ser el hijo mayor de seis hermanos, Alejandro acompañaba a su papá al City Bank, ahí inició como office boy y escaló en corto tiempo a puestos importantes. “Me asombraba escucharlo hablar inglés, su disciplina, su practicidad”.
Arena García dominaba el inglés gracias a que estudió en Santa Fe de Nuevo México, en colegio lasallista. Regresó a su tierra al fracturarse la columna jugando futbol americano y fue el primer paciente operado de las vértebras en el Hospital General de la capital del país.
Su hijo describe la operación “de caballo” practicada por los médicos Alejandro Velasco Cimbrón, primer ortopedista de México, y Gustavo Baz, quien luego incursionó en la política.
Arena García ahorraba tanto como le permitía enviar a sus hijos al colegio lasallista Cristóbal Colón. Su esposa, Conchita Torres Landa, era buena administradora y hacía rendir el dinero.
La familia Arena Torres Landa vivió en la colonia Condesa de la Ciudad de México, luego en la Cuauhtémoc y finalmente compró su primera casa muy cerca de Chapultepec.
Sin esfuerzo, haciendo gala de su buena memoria a los 83 años de edad, Arena Torres Landa describe las tres casas que habitaron y con una sonrisa comparte que hace poco tiempo recorrió sus antiguos barrios en México.
Alejandro y sus cinco hermanos: Jorge, Fernando, Conchita, Luz de Lourdes y Lupita, vivían felices en la capital sin imaginarse que pronto vendrían a vivir a León, en donde se encontraban parientes de su mamá.
Al cumplir 46 años, Arena García renunció a City Bank y con sus ahorros y la venta de sus dos o tres propiedades, incursionaba en los negocios.
En 1950, en un viaje a León, se enteró de que doña Adelina Aranda Guedea vendía el viejo casco de la hacienda de Cerro Gordo, que comprendía 700 hectáreas sembradas principalmente de alfalfa.
En tanto, su hijo Alejandro estudiaba Ingeniería Civil en la Escuela Nacional en el antiguo Palacio de Minería.
“Un día acompañé a mi tío Salvador Arena Sota a supervisar una carretera que construía en Michoacán y regresé convencido de que era lo mío”, recordó el empresario. Todavía como universitario comenzó a trabajar en Industrial Vallejo y fue empleado del ingeniero Armando Bernal Estrada, dueño del Toreo Cuatro Caminos.
También hizo equipo con compañeros de la facultad para trabajar con ICA por conducto del ingeniero Felipe Pescador.
A Alejandro Arena Torres Landa cada vez le apasionaban más la fiesta brava y el futbol.
Cuando estudiaba preparatoria podaba jardines para comprar las entradas. “Nunca faltó comida en casa, pero si quería ir a los toros o al fut, había que trabajar”.
Con los años, creció su afición a las corridas de toros y compró la ganadería Villa Carmela a Luis Javier Barroso Chávez. La crianza de toros de lidia fue trasladada al rancho Las Trojes en Lagos de Moreno.
Su afición a las corridas de toros está reflejada en una escultura de bronce. La obra esculpida por Jorge de la Peña representa un “Encierro” y está colocada frente al sencillo escritorio de madera de su oficina.
Otros de los recuerdos que acompañan a Don Alejandro mientras lee diariamente el periódico o consulta su agenda en la computadora, son: un Cristo que perteneció a San José María Yermo y Parrés, y las fotografías de su mamá, doña Conchita Torres Landa; de su esposa María de Lourdes Barroso; de sus nueve hijos y 23 nietos.
También tiene enmarcada una publicación de 1884 en la que aparece su bisabuelo Benito Arena Bermejillo, de origen español, en la fusión del Banco Mercantil Mexicano y Banco Nacional de México.
En la Hacienda de Cerro Gordo
Don Alejandro Arena Torres Landa no toma café y cuando llega a su oficina, regularmente a las 9:30 de la mañana, siempre sonríe y con los dedos entrelazados y una ligera inclinación de cabeza, saluda a Jesús; enseguida a Adriana, la recepcionista, y a Yeli, su asistente.
Casi a diario, el fundador de Grupo Aryba asiste a misa de 8 de la mañana en la parroquia de San Juan de los Lagos; “voy con El Patrón”, dice.
El templo se encuentra a unos metros de la colonia Panorama, creada por su papá Alejandro Arena García, quien donó el terreno de cinco hectáreas del Colegio La Salle.
Instalado en su cómodo sillón, Arena Torres Landa habla de los inicios de los desarrollos residenciales en las faldas del Cerro Gordo y de la primera vez que su padre pensó en una gran zona comercial, hoy Plaza Mayor.
“Estudiaba en el programa empresarial del IPADE y se organizó una visita a J.M. Romo en la ciudad de Aguascalientes, le platiqué a mi papá y me dijo que invitara a mis compañeros a un almuerzo en el casco de la hacienda”.
Esa reunión de mediodía, en la terraza de pura piedra con vista al campo tapizado de alfalfa y al pozo, dio inicio a Plaza Mayor.
Uno de los dueños de Aurrerá, Plácido Araujo Arias, presente en el almuerzo, se comprometió a instalar una tienda en León y habló de invitar a Sears.
Arena Torres Landa asumió el compromiso de levantar los primeros planos de los terrenos e invitó a colaborar al ingeniero José Guerrero Arcocha.
Dedicado a los negocios emprendidos por Arena García, el mayor de los hermanos obtuvo créditos para urbanizar Valle, Villas y Balcones del Campestre.
Su carisma para hacer amigos y privilegiada memoria, le facilitaron la atracción de negocios a la zona comercial. En el grupo de IPADE también conoció a Jaime González Nova, iniciador de Comercial Mexicana, quien lo cuestionó sobre las avenidas para el éxito de los comercios, “se necesita un bulevar de flujo continuo”.
El siguiente paso fue atraer las grandes firmas como Liverpool, JC Penny, Bancomer, y a inversionistas como Grupo Modelo.
Plaza Mayor ocupó 32 hectáreas y se construyó en tres etapas. El año pasado inauguró una remodelación espectacular.
