El padre se hincó al lado de su nerviosa hija y la alentó gentilmente a que dejara de lado sus temores y tomara asiento.
“No te preocupes”, le susurró al oído durante una salida familiar al circo. “Es exactamente como un gatito”.
Pero, de hecho, holgazaneando sobre un bajo pedestal en el vestíbulo del circo Nikulin en Moscú y sacudiendo perezosamente su larga cola rubio oscuro, la tigresa llamada Chanel no era un gatito ni en lo más mínimo.
Era un tigre siberiano en la adultez plena, cuyos entrenadores la usan como dentuda utilería en uno de los rituales más alarmantes del circo ruso: la práctica de fotografiar a niños pequeños con depredadores durante los descansos del espectáculo.
En el intermedio, abulta patas del tamaño de platos y se echa. Mientras los niños se arremolinan a su alrededor, los enormes e iridiscentes pozos que son sus ojos amarillos devuelven fijamente la mirada, inescrutable y salvaje, y totalmente misteriosa con respecto a la urgente pregunta que un preocupado jovencito tenía para su madre: “¿Crees que esté satisfecha?”
Cuando le preguntaron por el riesgo, Andrei Y. Lugolov, delgado y pulcro ingeniero químico que estaba alentando a su hija de 11 años, Diana, a que se acercara a Chanel para una foto, se encogió de hombros como tantos otros rusos en muchos contextos diferentes.
“Por supuesto, esto es riesgoso”, dijo Logulov, “pero el riesgo está en todas partes en la vida. Podría caerte un ladrillo en la cabeza mientras caminas por la calle, por ejemplo. Y este es tan sólo un pequeño riesgo”.
Poner a niños al lado de bestias carnívoras -incluso durante un efímero segundo cuando el entrenador se hace a un lado para que se tome la fotografía-, ilustra una cualidad profundamente arraigada y generalizada en la cultura rusa: esta es una Nación de inveterados corredores de riesgos.
En el Siglo XIX, el escritor Mijaíl Lermontov estaba tan asombrado por esta cualidad de fatalismo que creó un personaje en la novela “Un héroe de nuestro tiempo” que jugaba a la ruleta rusa con una pistola de un solo tiro.
Ese personaje es salvado por una bala que no salió. Pero, incluso actualmente, en negocios y política, finanzas y aviación, una actitud de desenfado está arraigada profundamente. En tan sólo un ejemplo, la tasa de mortandad en los caminos de Rusia es aproximadamente 3.6 veces más alta que la de Estados Unidos. Durante el periodo soviético, la broma para visitantes era: “La Bandera roja en el aeropuerto fue su última advertencia”.
Todo esto hace que Rusia sea la tierra del accidente prevenible, el trágico resultado y la apuesta fallida, tanto en el circo como en otras áreas.
Además, sí ha habido “accidentes”. El año pasado, un tigre de un circo itinerante mordió la cabeza de un niño de 2 años de edad durante una sesión fotográfica en la ciudad de Blagoveschensk, en el Lejano Oriente; el niño sobrevivió, aunque se informó que la mordida le fracturó el cráneo.
De manera similar, un leopardo de la nieve arañó en años recientes a una niña en un circo itinerante en las afueras de Moscú, en tanto un tigre mordió a un espectador en el centro turístico de Sochi, en el Mar Negro.
Debido a ese tipo de infortunados episodios, se ha vuelto problemático permitir que los niños se acerquen a depredadores durante los intermedios y antes de las funciones para tomarse fotografías, incluso para los rusos.
De las casi 90 especies de animales usados en circos rusos, aproximadamente una docena son considerados particularmente peligrosos por administradores circenses: monos, tigres, leones, linces, pumas, osos, leones marinos, morsas, águilas, canguros, hipopótamos, rinocerontes y elefantes.
Sin embargo, pese a la emoción e ingresos adicionales, los casi 100 circos que se privatizaron tras el colapso soviético permiten de manera habitual que un miembro relativamente manso de una de estas especies pasee hasta el salón de acceso durante los descansos para fotografías.
En el circo Nikulin, una fotografía con un tigre cuesta 18 dólares, en tanto la foto con un oso cuesta 15. Los aproximadamente 70 circos que siguen siendo administrados por el Estado han prohibido ese tipo de prácticas desde 2010.
Boris E. Maijrovsky, uno de los subdirectores a cargo de actos animales en Rosgostsirk, la empresa circense del Estado, así como entrenador de leones marinos y pingüinos, dijo que poner a niños al lado de depredadores era inherentemente inseguro.
Destacó que lo anterior no ilustraba tanto el fatalismo ruso, sino más bien una señal de que el motivo de lucro abrumaba al sentido común. Maijrovsky está promoviendo en el Senado ruso una ley que prohibiría tomarles fotografías a niños con animales depredadores.
“Tenemos la orden de prohibir categóricamente las fotografías con animales”, dijo en una entrevista. “Quienquiera que hace esto sabe que terminará mal un día de estos. Nunca podemos saber qué pasa por la cabeza de un animal. Incluso un gato llega a arañar algunas veces”.
Los entrenadores a veces drogan a grandes felinos antes de ese tipo de sesiones fotográficas, aunque eso no siempre es de utilidad.
Maksim Y. Nikulin, el director del circo Nikulin y el heredero de una prominente familia de artistas circenses, defendió las sesiones diciendo que eran seguras y un gran ejemplo de maestría escénica.
Aparte, destacó, la apariencia de peligro es integral a las artes circenses. “Los elementos de sorpresa y peligro hacen el espectáculo”, dijo.
“La gente va al circo por la adrenalina”, dijo. “Si diera la impresión de que es totalmente seguro, no sería interesante. Observas y piensas: ‘Ah, ese hombre podría ser devorado justo ahora’, o ‘Ese gimnasta pudiera caer justo en este momento’”.
Sí, pero, “Ay, ¿podría ese tigre arrancarme la cabeza?”
Chanel, dijo Nikulin, es un tigre tranquilo por naturaleza, desensibilizado desde temprana edad a los agudos gritos de los niños e incluso el ocasional pellizco, lo cual no es nada recomendable. Él negó que la hembra sea drogada.
Afuera, sobre su escenario durante un intermedio reciente, Chanel miró sin expresión a la multitud de niños, y si abrigaba un apetito latente por niños de 5 años, no saltaba a la vista.
Mijaíl Zaretsky, su entrenador, explicó las precauciones de seguridad que sigue, como darle de comer al animal un sustanciosa comida de más de 4.5 kilos de carne de res cruda antes de una sesión fotográfica. Además, la distrae permitiendo que lama su mano.
Mientras Diana tomaba asiento, extendió su larguirucho brazo sobre el cuello de Chanel, acariciándola gentilmente en un momento que cualquier amante de los gatos reconocería y codiciaría.
En la muchedumbre, algunos padres de familia convencieron a sus asustadizos hijos de tomarse fotografías, en tanto otros intentaban convencer a sus hijos de que no lo hicieran.
Una mujer que ha estado trabajando en un puesto cercano de helado durante varios años mostró exasperación y dijo: “Alabado sea Dios, nada malo ha pasado aquí”.
En el ínterin, Anya, niña de 6 años de edad con un pequeño moño en el cabello, estaba parada en el extremo del pequeño corral de soga de Chanel. Miró al tigre, después volteó hacia arriba para ver a su madre y dijo: “Tengo miedo”.
La madre, Yulia M. Baranova, decidió que no se tomaría la fotografía.
“Vimos sus diente, buscamos sus garras”, dijo, y seguimos caminando hacia los puestos que ofrecían dulce de algodón, dientes de vampiro y yoyos.
