Ya pasaron 40 años, pero los habitantes de Irapuato lo recuerdan como si hubiese sido ayer, la inundación del 18 de agosto de 1973 ha marcado la historia de la ciudad, que se vio devastada por un desastre que dejó infinidad de muertos y muchos desaparecidos.
El esfuerzo de toda su vida se fue junto a la impresionante corriente de agua que arrastró todo a su paso, las personas quedaron atrapadas, sin techo y por más de 2 días, vivieron con la incertidumbre de no saber qué les deparaba el futuro.
Las intensas lluvias y fallas reportadas en varios bordos del municipio, el más significativo en la presa El Conejo, al igual que seis presas se desbordaron al no poder contener tal cantidad de agua.
El líquido corrió entrando a la ciudad por Arandas para posteriormente pasar a la avenida Vicente Guerrero, y ocasionaron que la gran mayoría de las casas de adobe quedaran destruidas e inhabitables.
La desolación cubrió a la ciudad entera, el nivel de agua llegó hasta los dos metros, lo que ocasionó que las personas se resguardaran donde podía, en techos de casa de concreto más altas.
Muertos, desaparecidos y pérdidas materiales dejó la inundación, incertidumbre de cómo saldrían adelante y desesperación, al verse sin nada y en peligro de morir, si las casas donde permanecían en resguardo colapsaban.
El agua tardó en bajar de nivel casi tres días, los ciudadanos permanecieron sin agua potable ni alimentos, y tuvieron que explotar todos los recursos, comiendo el contenido de los enlatados que llevaba la corriente y todo lo que podían rescatar.
En apoyo a las familias damnificadas, elementos del Ejército Mexicano intervinieron para poner en resguardo a quienes clamaban por auxilio, pues la desgracia llegó a oídos de personas de todo el País, que lamentaron el desastre natural.
Hoy en día, la tragedia es recordada por los habitantes del municipio, no sólo por aquellos que la vivieron, pues es un hecho que ha traspasado generaciones, y es una marca que nunca se podrá borrar de la historia de Irapuato.
Historia
Un recuerdo que nunca se va a borrar
“En ese tiempo yo tenía 6 años, pero lo recuerdo muy bien”, dijo con mirada distante Martha Ortiz Jiménez, que a sus 46 años recuerda la tragedia como si hubiera pasado ayer, ya que casi pierde a sus padres en la inundación.
Martha vivía en la calle Roberto Fierro, detrás del Mercadito Guerrero, una de las zonas más afectadas, pues la mayoría de las casas estaban construidas de adobe, y terminaron completamente destruidas.
“Mi papá y mi mamá fueron a la tienda comercial “Blanco”, cada sábado iban porque a mi papá le pagaban a esa hora, y recuerdo que no llegaban y el nivel del agua ya estaba subiendo”.
Según recuerda, después de la tragedia sus papás le contaron que cuando salieron de la tienda comercial, el agua ya corría por las calles casi a la altura del estadio de futbol, como un animal que se deslizaba a grandes velocidades y desapareciendo todo a su paso.
Caminaron rápidamente, a pesar de que su mamá sufría de una enfermedad en el pie que no le permitía correr, pero a la altura del mercado Guerrero, el agua ya les había cubierto hasta las rodillas.
“Ya cuando llegaron, a mí y a mis hermanos ya nos tenían en una azotea con algunas cosas de valor que teníamos, en ese ratito mi papá y otros señores agarraron cuerdas y empezaron a pasar a la gente a un lugar seguro, el templo de La Luz, toda la gente estaba ahí porque las casas se caían a pedazos”.
Uno de los recuerdos más arraigado que guarda es el de los helicópteros sobrevolando las zonas afectadas, la lluvia no paraba, no había luz y resguardaba su única pertenencia de valor eran 2 vestidos que le había regalado su hermano mayor en su cumpleaños.
“Pasaban animales muertos, todas las cortinas de los negocios del mercado se abrieron, se salió toda la mercancía y lo que nunca se me va a olvidar, un señor que entró al atrio del templo de La Luz, con una varilla atravesada en el pecho, ahí duró días hasta que el agua bajó”.
Martha contrajo una fuerte infección en el estómago que le provocó salpullido por comer fruta que pasaba por donde ella estaba, pues con 6 años no logró comprender el daño que esto le podía causar.
“Cuando bajó el agua, a las pocas cosas que quedaron en la casa les salían gusanos, todo estaba echado a perder, los militares llegaban en sus camionetas y nos daban de comer a todos, la gente se quedó prácticamente sin nada”.
Poco menos de un mes su familia tardó en limpiar lo que quedó de su casa, una consola y unas cuantas pertenencias sin valor fue lo que dejó aquella catástrofe para la familia Ortiz Jiménez, al igual que los comerciantes del mercadito Vicente Guerrero.
“Ahora que veo las fotos veo que mi parte fue la más afectada, todo Guerrero, donde además murieron muchas personas en el estacionamiento de “Blanco”, que los encontraron ahogados porque los encerraron”.
Martha da gracias a Dios porque su familia completa sobrevivió a la tragedia, y recuerda con respeto a todos aquellos que murieron y perdieron todo.
Vivió la inundación sin saber de su familia
“Yo me quedé con mis patrones porque no pude llegar a mi casa en 2 días”, recuerda María Remedios Martínez Aguilar, que a sus 53 años aún tiene en la mente las imágenes vivas de la tragedia de 1973.
Varada en un edificio en la calle Independencia, María Remedios presenció el desfile de objetos que arrastraba el agua, animales muriendo, un ataúd con una persona adentro y muebles, que se destruían al chocar con los edificios, por la fuerte corriente.
“Sí estábamos necesitados de todo, no podíamos bajar y la preocupación por mi familia fue inmensa, vivíamos en la colonia Santa Julia y ahí fue peor, angustioso, horrible”.
Al bajar el nivel del agua, María Remedios intentó llegar a su casa, pero las autoridades no la dejaron pasar, ya que las cantidades de lodo y basura representaban un peligro, así como un foco infeccioso.
“Sentía tristeza y desesperación, miedo por no saber nada de mi familia, cuando al fin pude regresar encontré todo destruido, las casas caídas y la calle Francisco Márquez no se reconocía, era un tiradero horrible de cosas que se acumularon con el paso del agua”.
Señaló que afortunadamente contaron con el apoyo del Ejército Mexicano, quien proveyó vacunas para contrarrestar las infecciones, así como comida, pues el hambre los atacó.
A 40 años de la tragedia, María Remedios recuerda el fallecimiento de uno de sus amigos, que no pudo salvarse a tiempo y se ahogó en la inundación, por lo que siempre recordará la tragedia, como un antes y un después en Irapuato.
La ciudad destruida, un recuerdo horrible
“Nos avisaron, pero nunca creímos que iba a subir tanto el agua, tanto que hasta iban vacas nadando”, señaló José Inés Conejo Negrete, que en 1973 hizo frente a la inundación en la Calzada de Guadalupe.
En aquel tiempo, Conejo Negrete era propietario de “Embobinados Irapuato”, que con la corriente tan fuerte de agua, las cortinas se abrieron y toda su maquinaria y herramientas se perdieron en la lejanía.
“El Gobierno nos iba a ayudar, pero llegó una lancha y nomás una Pepsicola nos dieron, esperamos hasta que bajó el agua para poder comer”, dijo recordando lo que vivieron en esos días.
El tiempo de recuperación fue largo, con creces lograron limpiar su casa y rescatar las pocas cosas servibles, la tragedia trajo paisajes desoladores y traumas, pues hasta una caja con un muerto le tocó ver.
“Para conseguir comida tuvimos que salir con el agua hasta el pecho, con miedo a irnos a una alcantarilla, sufrimos mucho, no encontraba a mis hijos, pero gracias a Dios no pasó a mayores”.
Con tristeza comentó que sigue condoliéndose con las familias de los que murieron, de quienes perdieron su patrimonio y con la destrucción de la ciudad, pues fue una de las tragedias más grandes que azotó a Irapuato.
