El padre jesuita José Cruz López y Díaz, vicario del Santuario de Guadalupe, falleció el viernes en la Ciudad de México. Toda su vida estuvo entregado al ministerio sacerdotal y de ayuda a los pobres.
El padre Pepe, como era conocido por sus compañeros de la Congregación Jesuita de San Ignacio de Loyola, nació el 8 de mayo de 1935 en la Ciudad de México.
Sus papás, Rosita Díaz y Eusebio López, siempre lo apoyaron para que fuera sacerdote.
“Mi abuela dijo que cuando lo tuvo en sus brazos, amorosamente le dijo: ‘tú vas a ser sacerdote, hijito’. Siempre lo apoyó y siempre lo impulsó”, dijo María Guzmán López, sobrina del padre Pepe.
Lo recuerda como un hombre alegre, que siempre decía que él era sólo un simple soldado de Dios y que su mejor arma era el amor hacia los demás.
“Siempre amó la vida. Ya teníamos planes para irnos de vacaciones el próximo lunes a Valle de Bravo, pero la muerte lo sorprendió. Un infarto fulminante acabó con su vida a las 6:30 del pasado viernes. Ahora goza de la gracia de Dios”, señaló.
Reveló que el padre siempre trabajó para los demás. En el Ejido Santa Fe, en Torreón, levantó una iglesia “picando piedra. Saliendo a pedir ayuda boteando… un hombre incansable y un ejemplo de vida”.
La religiosa Martha Barba González, de la Congregación de las Hijas de María, por 40 años conoció al padre Pepe.
“Era todo amor para los demás. Se quitaba las cosas para regalársela a los más necesitados. Entró a la Congregación de los Jesuitas siendo ‘hermano’, pues apenas estudió primaria. Pero gracias a su superación logró ordenarse sacerdote. Fue el primer hermano en lograrlo”, señaló la madre Martha.
Estaba entregado en cuerpo y alma a los ejercicios espirituales ignacianos. Decía que había sido sacerdote para salvar las almas de las personas, y para ayudar a los demás.
“Cuando murieron sus padres, recuerdo que dijo que quería que su muerte fuera un festejo, que no hubiera luto, porque ya estaban en la gloria de Dios. Era alegre, bromista y un ser muy especial con los pobres, para ellos vivió y trabajó toda su vida”, señaló la religiosa.
Durante 14 años ejerció su ministerio sacerdotal en el Santuario de Guadalupe de León.
Durante ese tiempo se entregó en cuerpo y alma a trabajar en uno de los polígonos de pobreza más grandes de León: Las Joyas.
El viernes por la noche el padre superior provincial de los jesuitas, Carlos Morfín, presidió una misa concelebrada, con 13 sacerdotes en el Santuario, con los restos mortales del padre Pepe.
Ayer a mediodía el padre superior de jesuitas en el Santuario, Enrique Vela Elizondo, también presidió una misa concelebrada.
“El padre Pepe fue un hombre muy sencillo desde que lo conocí allá por el año de 1959. Me tocó trabajar con él en Oaxaca durante cinco años.
Un hombre sencillo tratando de ayudar a los demás, procurando por el bien de ellos buscando trabajar en colonias pobres”, dijo.
El padre Enrique agregó que era una gran pérdida su fallecimiento “porque ya no nos va apoyar aquí, pero una gran ganancia para él y para la Iglesia, es tenerlo en el cielo para que nos siga ayudando”.
Luego de la misa de cuerpo presente sus restos fueron incinerados. Durante algunos días los tendrán en el altar del Santuario de Guadalupe en las misas normales, luego sus familiares los llevarán de regreso a la Ciudad de México, donde nació, para ser depositados en la capilla de la Sagrada Familia.
