El casquete más sencillo o como máximo la mitra para las ocasiones más formales, en lugar del antiguo camauro -esa especie de gorro de Papá Noel con un ribete blanco de pelo de armiño- o del saturno de paja y oro que Benedicto XVI sacó del arcón del Vaticano.
La cruz de hierro oscurecido y el anillo de plata en vez de las joyas de oro. Los pantalones típicos de cura que asoman bajo la sotana blanca, los zapatos de cordones y piel negra, que sustituyen a los mocasines rojos… Son sólo detalles, pero en una institución como la Iglesia, con dos milenios respetando símbolos y tradiciones, la nueva moda del Papa Francisco es toda una revolución.
“Asomarse al balcón, en la noche de su proclamación, sin vestir la muceta roja -una pequeña capa hasta los codos ribeteada con pelo blanco-, símbolo regio y propia del Invierno, es un gesto rompedor. Desde el Siglo XIII se fue arraigando esta costumbre. El primer Papa no europeo la agrietó”, analiza Marzia Cataldi Gallo, catedrática de la Universidad de Génova, autora del ensayo “Las vestimentas de los papas” y a punto de publicar otro sobre el mismo tema.
“Sin embargo, no debemos exagerar. Son pormenores, significativos, pero pormenores”, prosigue. “La tradición eclesial y los ceremoniales no dan un vuelco con tan poco. La Biblia establece que el Sumo Sacerdote se presente de manera reconocible y maravillosa. Dios le dice a Moisés: ‘Prepararás para Aarón un vestido más que adornado, que muestre mi gloria y mi majestad’. Así que creo que Francisco se pondrá casullas y paramentos cuando sea preciso”. Pero de momento no ha encargado nuevos y parece apañárselas con los guardados en los armarios vaticanos.
En la misa del Día de San José, que abrió el Pontificado, el carácter espontáneo del ex Arzobispo de Buenos Aires saltó a la vista cuando las cámaras enfocaron sus pies. Francisco no calzaba los mocasines rojos tan del gusto de su predecesor, Benedicto XVI.
La tradición establece que el Pontífice los lleve, al menos, en la misa de inauguración, la más rica en símbolos: el palio de lana representa la oveja perdida que el buen pastor carga en sus espaldas; el anillo del Pescador recuerda el oficio del primer jefe de la cristiandad, Pedro; el blanco es la pulcritud, y el rojo, la sangre que Jesús derramó en la cruz. Sin embargo, el Pontífice, que define su entronización en el solio papal simplemente como “inicio del Ministerio del Obispo de Roma”, llegó “casi del final del mundo” con zapatos argentinos.
Amoldados a sus pies, cambiaron el asfalto de Buenos Aires por los mármoles vaticanos. “Se los entregó el 13 de marzo Monseñor Eduardo García, su Vicario en la Diócesis argentina”, según reveló la colaboradora de Bergoglio, Virgina Bonard, a la RAI. “García trajo una caja donde estaban los zapatos de Bergoglio. Pensó que el Arzobispo hecho Papa se habría comprado unos nuevos. Pero cuando Francisco la abrió se dio cuenta de que eran los que ya conocía, los que su jefe le había dejado al zapatero antes de partir hacia el cónclave en Roma, necesitados de unas suelas nuevas”.
Según Cataldi Gallo, “esto demuestra la sobriedad, la atención al ahorro y a la pobreza que Francisco lleva impresa en su historial. Pero no hubiera podido hacerlo sin que Benedicto abriera el dique. Su dimisión fue la verdadera revolución, confirió humanidad y fragilidad al papel de Papa. Y ahora Francisco camina por esa nueva vía”.
“Tienen caracteres muy distintos”, sostiene Maurizio Botta, Párroco de Roma, que organizó la conferencia “¿El Papa viste de Prada?”: “Siempre se mira con recelo la manera de vestir de los santos padres. Pero no hay que mirarla de una manera ideológica. Simplemente, dentro de la liturgia, cada uno expresa algo de su personalidad. Benedicto se ponía lo que le preparaba el jefe de ceremonia. En cambio, Francisco no se siente cómodo con tanto ornamento y no le importa saltarse las reglas”.
Tuvieron que asumirlo en la antigua sastrería Gammarelli. En este taller, fundado en 1798 a espaldas del Panteón, desde hace seis generaciones se diseña, corta y cose la primera sotana del Pontífice recién elegido. “Es una emoción profunda”, cuenta Lorenzo Gammarelli, de 40 años, gemelos en los puños y porte elegante. Lleva con dos primos la tienda. “Cuando Francisco se asomó al balcón, nos miramos entre nosotros: ‘¿Cómo le queda?, ¿cómo lo hemos hecho?’ Le caía perfecta”.
Cuando fallece un Papa, en este pequeño local de madera, sin ordenadores ni televisión, con estanterías repletas de tejidos enrollados que llegan hasta el techo, se despliega la tela de lana color marfil y arrancan los preparativos para el sucesor. Lo mismo pasó tras la renuncia de Benedicto XVI. “A los tres días nos llamaron del Vaticano y nos encargaron un conjunto. Empezamos enseguida”. Según los sastres, lo más difícil es no saber quién subirá al solio de Pedro.
Un rosario de ‘souvenirs’
“En tres horas llegan los souvenirs de Francisco”, decía en la noche de la elección del Papa un vendedor apoyado en una columna blanca de la Plaza de San Pedro. Así fue: la Ciudad del Vaticano amaneció con un nuevo Pontífice y con flamantes mercancías que glorificaban el evento.
En los quioscos, en las tiendas del Borgo Pio, en las mesitas plegables de la calle de la Conciliazione y en las cajas que los ambulantes llevan colgando del cuello, era todo un florecer de rosarios, imanes y postales con la foto del ex Cardenal Bergoglio vestido de blanco.
“Los proveedores estaban preparados con maquetas y maquinarias”, contaba el vendedor. “En cuanto hubo fumata blanca añadieron la fecha, y apenas se asomó Francisco le sacaron una foto y ¡a imprimir!”.
La imagen no es precisamente favorecedora: una pose mucho menos espontánea que la que le caracteriza, una sonrisa tímida, la mano que bendice rígida, el fondo amarillo… Pero Roma, y sobre todo aquel pequeño enclave que vive alrededor de la Basílica de San Pedro, acabaron inundados.

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