Tras 10 años de remodelaciones, el Rijksmuseum de Ámsterdam se abrió en su totalidad el pasado miércoles 13 de marzo. Pero no es un museo remodelado lo que presencian los turistas, sino un museo nuevo, de acuerdo con su director general Wim Pijbes.
El edificio fue proyectado por el arquitecto holandés Pierre Cuypers e inaugurado en 1885. Por más de un siglo se usó de manera intensiva e ininterrumpida hasta que en 2004 fue cerrado casi totalmente para su remodelación. Sin embargo, al menos un ala del museo tuvo siempre una exhibición abierta al público.
El año pasado comenzó a prepararse la reapertura, cuando las remodelaciones, asignadas por el consejo del museo a los arquitectos sevillanos Antonio Cruz y Antonio Ortiz, concluyeron.
Uno de los desafíos en la remodelación fue despojar al museo de adiciones hechas en los años 50, ya que le daban un aspecto, en opinión de los arquitectos, incoherente, y no permitía apreciar un diseño claro.
Siguiendo una ideología purista, se acordó que los dos patios interiores que se añadieron en el periodo de la posguerra quedarían al descubierto, creando un atrio divido en dos partes unidas por un pasillo, más parecido a como se diseñó en el proyecto original.
Después de la remodelación, La ronda de noche (1642) de Rembrandt Harmenszoon van Rijn regresará a su antigua posición, justo al centro del edificio principal.
Por primera vez hay una sala que exhibe arte moderno holandés del siglo 20: una silla de Gerrit Rietveld o pinturas de Karel Appel. En la sala de historia, curada por Gijs van der Ham, se muestran objetos renacentistas.
El museo inició una cuenta regresiva cuando faltaban 99 noches para la reinauguración y a diario ha publicado en su portal alguna que otra pieza de su acervo para emocionar a los visitantes. Los retratos renacentistas de Piero di Cosimo, una escultura del siglo 12 que representa a Shiva, Uma y Skanda y astas de alce con mil años de antigüedad son algunas de ellas.
Otra carta fuerte es la colección de artículos asiáticos que exhiben en el nuevo Pabellón de Asia, el cual está rodeado por agua; la idea es que su fachada de vidrio y piedras naturales contraste con los ladrillos rojos del edificio principal.
El propio edificio es motivo suficiente de visita. La luz que atraviesa los vitrales ilumina los pasillos de mármol de las salas de exhibición. El semblante palaciego que ofrece cuando se admira de frente es una postal en la que muchos querrán aparecer.
