Uno a uno llegan los peregrinos, se juntan en la pequeña capilla cercada con barrotes verdes que se pierden entre las luces de colores que titilan al compás de la banda de viento.
Son fieles de la Virgen de Guadalupe, devotos y comerciantes que aguardan alrededor de la capilla de la Central de Abastos en la capital hidalguense, en espera del recorrido a la basílica menor de Pachuca.
La música de la banda de viento los trae justo a la mitad de la Central, entre los puestos que ya cerraron sus cortinas, pero cuyos comerciantes se reúnen para caminar en honor a la Virgen.
Y ahí está la figura que adoran, entre los músicos y el aire frío que hace temblar el cajón de madera que la sostiene.
Doña Irma dice que su fe y devoción la han llevado a caminar en compañía de los comerciantes durante diez años.
A sus 41 años, Irma Leticia Guerrero Cruz, mujer alta de pelo largo, lacio y negro, al igual que el color de sus ojos, asegura que es un orgullo creer en la Virgen de Guadalupe.
Antes de continuar su camino y perderse entre los feligreses que a paso apresurado salieron del recinto con su Virgen en brazos, la comerciante dice que no es necesario pedir milagros, que es suficiente la fe que se deposita en la guadalupana.
La marcha que se dirige al recinto de la avenida Juárez detiene a los conductores, algunos silban a los peregrinos con molestia. Encabezan nueve niñas vestidas de blanco y con grandes moños del mismo color en su cabello, cuya función es animar con sus mechones plateados a los participantes y sostener los dos estandartes bordados de lentejuela.
Cada peregrino lleva una luz de bengala, o dos, para iluminar el camino que recorren en compañía de la banda de guerra que encabeza la procesión con sus trompetas.
A bordo de una camioneta verde, dos hombres lanzan pirotecnia, vehículo que siguen las animadoras, quienes cargan una enorme manta que hace saber a los conductores que la procesión que camina por el bulevar Felipe Ángeles la realizan comerciantes de la Central de Abastos.

En la parte final del contingente danzan con sus arcos y bandas coloridas colonos de la iglesia de Santa Julia, devotos que son observados con desdén por los que aguardan en las estaciones del transporte público.
Los automovilistas también son parte de la procesión, aunque de manera distinta, porque lanzan mentadas a los feligreses que interrumpen el tránsito; aunque ellos, con decoro, ignoran las palabras que les dedican y siguen su curso.
