Hay placeres que deberían ser obligatorios de vez en cuando, y uno de ellos es ir a un concierto. No importa si es en un foro gigantesco con luces deslumbrantes o en un bar escondido donde apenas cabe el escenario. Ir a escuchar música en vivo tiene algo que alegra el alma, te sacude la rutina y te devuelve las ganas de sonreír sin razón.

Ir a ver a tu artista favorito, banda o algún amigo que se ha preparado para entregar un show con el único cometido de que la gente disfrute el instante, debe ser considerado como un gran ato regalo, porque al final, un espectáculo así, no solo se escucha. Se vive.

No quiero hacer comparaciones, pero sí, antes era mucho más sencillo acudir a un evento de esta naturaleza, no se requería tanto para conseguir boletos. Hoy la historia es distinta: filas virtuales interminables, reventa disfrazada y hasta la sensación de competir contra miles para asegurar un lugar, representa todo un ritual. Quizá por eso, cuando al fin lo logras, la experiencia adquiere un valor todavía mayor. Y ni hablar de los precios.

Aun así, vale la pena. Porque en este momento me interesa destacar las cosas positivas que genera la asistencia a un evento de música. Entre ellas, que existe la gratuidad y con ella la oportunidad de gozar de exhibiciones de calidad. Otro tema de suma importancia es la vestimenta: tienes que ir sí o sí acorde. Este detalle vuelve único el espectáculo; la energía que se transmite logra una conexión en donde los más fans se identifican y dan gala del conocimiento extremo sobre el cantante o grupo en cuestión. Desde ahí inicia el espectáculo. Mil aplausos para la gente que vive de manera intensa esta experiencia y hace notar su presencia con un outfit totalmente ad hoc a la ocasión.

Otro asunto que se ve favorecido es el ánimo y la alegría que nos da ese preciso momento cuando se apagan las luces y empieza el primer acorde. Pasa algo mágico: todo se olvida, el estrés, el tráfico, los pendientes, el mal día; porque las emociones dan rienda suelta para explayarte y cantar fuerte.

Y claro, no hay que dejar de apoyar a los nuevos talentos, a las voces recién descubiertas pero que llevan toda una vida de esfuerzo y trabajo que poco a poco los va colocando en espacios más grandes. Su notoriedad empieza a acrecentarse, y no debemos olvidar que todos los grandes empezaron así: en pequeños escenarios. A veces, la mejor noche la vives con bandas locales o artistas emergentes. Su autenticidad logra reunir a personas de diferentes generaciones en una misma energía y voluntad para crear un ambiente de alegría pura. La música une y conecta.

Aprovecho el tema para destacar a Caminante Nocturno y los Cuervos, con propuestas diferentes pero que suman a la música sus aptitudes y gran espíritu musical. Han atravesado por diversos estilos y épocas, y ambos generan una sensación de vínculo profundo. Tengo la honra de conocerlos, desde la juventud e incluso desde la niñez, lo que hace aún más especial poder ver su evolución y entrega musical. Mi admiración por ellos no solo nace del tiempo compartido, sino de la calidad genuina de sus presentaciones y la pasión con la que se entregan en cada escenario. Son artistas que merecen ser escuchados con atención y celebrados con entusiasmo. Es como si cada pieza que tocan no solo fuera una canción, sino una narración de experiencias compartidas y emociones universales. La habilidad de cada uno para fusionar influencias desde lo más tradicional hasta lo experimental crea una atmósfera única. Ellos no solo tocan, transmiten la magia de su arte y plasman lo que han vivido de tal manera que, al escucharlos, uno puede sentir que también ha sido parte de su travesía.

Y es que precisamente ahí radica la fuerza de la música: en su capacidad de conectar desde lo más profundo, de abrir caminos emocionales que van más allá de estilos o formatos y desde su esencia, no entiende de fronteras. Es un lenguaje que trasciende desde lo más íntimo y personal, como los llamados “unplugged”, cuya idea central es reducir la música a su forma más pura y poderosa enfocando como prioridad a la voz y los instrumentos libres de efectos electrónicos, casi como un secreto entre el artista y su público, hasta lo más multitudinario, llegando a los oídos de aquellos cuyas armonías vocales resuenan en los grandes escenarios y en los corazones de miles. Desde los artistas cuya proyección empieza a hacer eco hasta los más renombrados, todos buscan, al final, lo mismo: ser comprendidos.

Estoy hablando de otorgarnos un instante donde la canción se convierte en un susurro común y la armonía es el puente directo en donde las palabras sobran, pero el entendimiento es profundo y las sensaciones brotan de tal forma que nuestro ser alcanza una plenitud difícil de describir, como si el mundo entero se resumiera en una sola melodía. Y entonces, sin darnos cuenta, quedamos con la certeza de haber estado en el mejor concierto de nuestra existencia: aquel que nos recuerda lo felices que podemos ser a través de un verdadero regalo que podemos darnos… o quizá a un nos lo debemos.

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