Las elecciones del 17 de agosto en Bolivia marcaron un hecho histórico: el derrumbe del Movimiento al Socialismo (MAS) tras casi dos décadas de predominio político. El balotaje que enfrentará a Rodrigo Paz y Jorge Quiroga en octubre simboliza más que una disputa entre dos figuras de derecha; es la evidencia de que la sociedad boliviana decidió romper con un modelo que, pese a sus logros en inclusión y estabilidad en sus primeras etapas, terminó atrapado por la corrupción, la confrontación interna y la incapacidad de renovarse.

El dato que mejor refleja el desgaste es el exiguo tres por ciento obtenido por Eduardo del Castillo, candidato del MAS. La fuerza política que alguna vez capitalizó la esperanza de los sectores populares, hoy aparece fragmentada, desconectada y reducida a un gesto testimonial: el voto nulo alentado por Evo Morales, que alcanzó niveles inéditos en la elección. La izquierda boliviana, si no emprende una autocrítica profunda y abre paso a nuevos liderazgos, corre el riesgo de convertirse en una fuerza irrelevante.

Sin embargo, el triunfo de la oposición no significa un mandato ideológico absoluto. Más bien, representa el hartazgo frente a la crisis económica que golpea a la población con inflación, escasez de dólares y combustibles. El electorado no votó solo por un cambio de color político, sino por soluciones concretas a problemas cotidianos. Quien asuma la presidencia en noviembre deberá demostrar capacidad de gestión y no limitarse a capitalizar el voto de castigo.

El panorama también abre riesgos. La llegada de la derecha al poder podría implicar un retroceso en derechos indígenas y sociales si se opta por políticas de liberalización sin sensibilidad social. El reto constructivo será encontrar un equilibrio: reconstruir la confianza ciudadana, ordenar las finanzas y, al mismo tiempo, sostener la protección de los sectores históricamente excluidos.

Bolivia enfrenta la oportunidad de superar el estancamiento, pero la llave del futuro no está en un giro ideológico, sino en la madurez política para reconocer que la gente votó contra la soberbia, la inercia y la corrupción. El próximo gobierno tendrá que entender que la verdadera ruptura con el pasado no será de partido, sino de prácticas.

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