Cada temporada de lluvias, Pachuca y su zona metropolitana enfrentan el mismo escenario: vialidades colapsadas, casas anegadas, vehículos atrapados, colonias enteras en estado de emergencia. A estas alturas, no se trata de un fenómeno imprevisible ni de un capricho del clima. Lo que estamos presenciando es la evidencia de una omisión estructural sostenida por gobiernos que han postergado, minimizado o disfrazado un problema que exige soluciones de fondo.
La gestión del agua en zonas urbanas debe entenderse como un tema de seguridad, salud pública y justicia social. Sin embargo, en Hidalgo las inversiones en infraestructura hidráulica —particularmente en drenaje pluvial, captación y desfogue— han sido escasas, mal distribuidas o simplemente inexistentes. El resultado: cada aguacero se transforma en emergencia.
No se trata únicamente de “tuberías viejas” o “basura en las calles”, como acostumbran justificar algunas autoridades. El problema es más profundo y tiene que ver con una mala planificación urbana, una expansión desordenada de la mancha urbana y la ausencia de una visión metropolitana coordinada. Mientras cada municipio atiende de manera aislada sus conflictos —cuando los atiende—, el agua no conoce fronteras administrativas.
¿QUÉ SE PUEDE HACER?
Combatir este problema exige una estrategia integral con tres pilares: infraestructura, coordinación institucional y participación ciudadana.
1. Infraestructura prioritaria: Pachuca y los municipios vecinos como Mineral de la Reforma, Zempoala, Epazoyucan y San Agustín Tlaxiaca, requieren un rediseño completo de su sistema de captación pluvial. Esto implica invertir en colectores, canales de desfogue, pozos de absorción y mantenimiento permanente. La apuesta debe ir más allá del desazolve previo a las lluvias; se trata de rediseñar el modelo de convivencia con el agua.
2. Gobernanza metropolitana: la solución no puede surgir desde una sola presidencia municipal. Se necesita una verdadera coordinación entre municipios, con liderazgo estatal, para trazar políticas regionales. Urge una agenda hídrica metropolitana con visión de largo plazo, presupuestos compartidos y transparencia en la ejecución.
3. Ciudadanía corresponsable: si bien la responsabilidad principal recae en las instituciones, la ciudadanía también tiene un papel clave. Evitar tirar basura, reportar fallas, participar en proyectos comunitarios de captación de agua y vigilar el uso del suelo pueden hacer una diferencia cuando hay voluntad colectiva.
LA URGENCIA DEL CAMBIO
El verdadero problema no es la lluvia, sino la forma en que la ciudad ha sido diseñada para no recibirla. Persistir en la inacción o en los parches temporales es condenar a las futuras generaciones a convivir con el agua como amenaza, no como recurso. El cambio climático ya está alterando los patrones de precipitación y haciendo más frecuentes las lluvias intensas. No prepararse es una forma lenta —y costosa— de rendirse.
Si cada año se repite la historia, es porque no hemos cambiado el guion. Es hora de escribir otro.
