En estos días, sin pausa y lentamente, así como la humedad se filtra aún entre lo más denso, el misticismo, tradiciones, leyendas, mitos, historias y cuentos permean la razón, lo lógico e incluso… lo “santo”.
A los pensamientos cotidianos se incorporan mitos, leyendas, tradiciones y atrocidades, que nos llevan a creer o al menos a voltear y mirar más allá del límite de lo considerado natural, a acercar nuestros pensamientos a lo vinculado con la muerte, incluso a considerar posible que al término de la vida sea posible, en castigo o premio, ¡continuar viviendo!
Con ello y por otras razones fueron creadas Lilith, Medusa, las brujas y otros entes míticos de género femenino, así como también con ello: trascendido y evidenciado el poder del miedo como instrumento de dominio y opresión.
Instrumento que pese al correr del tiempo, sus inherentes cambios en lo cultural, valores, conocimientos e incluso dogmas, ha subsistido, evolucionado y adecuado para continuar rindiendo sus más perversos resultados: control y sometimiento. Particularmente de quienes por siglos han sido excluidas en el ejercicio de la potestad sobre el miedo. ¡Sí, las mujeres!
En esta perspectiva del uso del miedo es como el mito de Lilith, originado en Babilonia y Sumeria y (después de modificado) adoptado por la tradición hebrea. Da cuenta de cómo es creada la primera mujer por el Dios de los judíos para ser “compañera” de Adán. No a partir del barro, sino ella, Lilith, con sedimento, lodo e inmundicia: marcas de origen que crean desigualdad, minusvalía e incluso desprecio respecto a Adán y al patriarca creador y todo poderoso.
Citado mito, de igual forma tiene como fin mostrar el castigo impuesto a la mujer que pretendiera disfrutar, como su pareja (como Adán sí podía hacerlo), de su sexualidad, ya que a él perturbaron las íntimas iniciativas de Lilith y ante ello su omnipresente Dios la expulsó de su paraíso.
De igual forma el mito deja ver la posibilidad ante la insatisfacción, disgusto o inconveniencia para el hombre, por supuesto, con el beneplácito y ayuda de su Dios, en el caso de Adán: cambiar de pareja y acceder a quien sí, en ello obedezca. Toda vez que después de expulsada Lilith, aquel buen Dios le crea a Adán a Eva, lo que simbólicamente señala lo sustituible, además de dependiente y sumisa que debiera ser la mujer para conservarse junto a su hombre y en el paraíso.
No siendo suficiente con ello, el mito se torna aún más violento ya que reafirma el uso del miedo ante la desobediencia, toda vez que después de ser convencida (por tres ángeles) de regresar al paraíso, Lilith (inmortalizada en pinturas y esculturas como serpiente) convence a Eva de comer de los frutos del árbol del bien y del mal y con ello Eva adquiere la capacidad de dudar y desafía con ello lo dogmático de la omnipotencia y omnipresencia del patriarca creador de todo.
El resultado ante tal: Adán y Eva, los hijos predilectos de Dios, son expulsados del paraíso y condenados a sufrir, ella a parir con dolor y Adán a trabajar para ganar el sustento. Mientras que en Lilith recae con crueldad infinita el castigo de aquel buen Dios, ya que conocida como la ramera de Babilonia su destino será ser eternamente usada y sometida sexualmente y a engendrar en cada vez que eso suceda para posteriormente matar, también cada vez, a sus hijos al ser veneno lo que sus senos producirían para alimentarlos. Perversidad y crueldad pura. Pueden imaginar el miedo y manipulación que por cientos de años eso generó al ser contado una y miles de veces como parte de la formación social. De miedo, ¿no?
Así, el mito de Lilith es una de las más antiguas muestras del castigo por el desafío a la institución patriarcal y ejemplo del miedo a sembrar con motivo de volverse objeto de juicio y castigo por no someterse al poder considerado omnipotente.
¿Puede imaginar, amable lectora o lector, los efectos de lo referido en las épocas más oscuras de la intelectualidad? ¡Terrible!
¿Lilith será la primera feminista al desafiar el sistema patriarcal?
Continuemos y ahora pasemos al banquillo de los acusados a la monstruosa y cruel Medusa. Así la refiero porque así es como en la generalidad se le conoce, como un monstruo lleno de furia, saña y crueldad.
Conozcamos un poco más de ella y, de ser posible, confirmemos tal percepción.
Medusa, antes de ser convertida en monstruo, según se cuenta, fue la más bella joven que decidiera, en aquellos mitológicos tiempos y lugares, consagrar su vida y “pureza” al culto de Artemisa.
Aun cuando por su belleza llamaba la atención de gran cantidad de jóvenes pretendientes y en ocasión de ello, de igual forma, recibía gran cantidad de propuestas para formar pareja y familia, jamás ninguna de esas aceptó, debido a que con la voluntaria preservación de su castidad como sacerdotisa, igualmente según se creía: se podían preservar los valores y atributos de la Diosa Artemisa, para Medusa: su cotidiana y única prioridad.
Con ello, todo marchaba bien en la vida de Medusa, el culto a su Diosa creció con sus esfuerzos y recibía el reconocimiento por ello, era la mejor sacerdotisa y su templo, igualmente, el mejor. Hasta que un día, el peor para la vida de Medusa: ¡sometida! Por la fuerza y con gran sadismo, en el propio templo y altar dedicado a Artemisa, el mismo que celosamente protegiera con su devoción y castidad. Medusa fue violentada sexualmente por Poseidón, el poderoso, rey de todos los mares.
Así, Medusa, la más bella joven, cuidadosa de su fe y dedicada al cultivo de las virtudes demandadas en el culto a Artemisa, con su violación perdió toda oportunidad de seguir preservando la razón de su vida; agravada aún más su situación cuando su propia Diosa, Artemisa, la rechaza y juzga culpable de provocar tal de deshonra a su templo.
¿Cómo la anterior narración puede sonar aterradora y trágicamente familiar? Aun hoy, lamentablemente, es posible constatar como una realidad de nuestros tiempos la duda y desgracia que se genera torno a la agredida y víctima, en lugar de, en primera instancia, ser protegida ante tan lesivos hechos.
Con la breve referencia a la historia de Artemisa, atentamente pregunto, amables lectoras y lectores, en realidad el ser creado en el dolor, con venenosas serpientes por cabello, con la capacidad de petrificar con tan solo mirar a sus ojos, ¿es el verdadero monstruo?
Con independencia del juicio emitido y para finalizar, debo decir que aun hoy la imagen monstruosa quedó en Artemisa, mientras que para Poseidón aún subsiste la del fuerte patriarca: rey de todos los mares.
De miedo puede ser el resultado de los paralelismos y comparaciones entre lo mitológico y las realidades que aún hoy dan cuenta del abuso de la mujer en el desempeño de un arte, oficio, labor o profesión. Todas y todos deberíamos, en consecuencia, estar atentos y procurar respeto e igualdad entre ambos géneros, es tarea que beneficia a todos, no hay duda en ello.
Por último, veremos una referencia a la crueldad, también podremos conocer de la fealdad que surge cuando una bruja con su muerte se transforma en monstruo y, por último, de los necesarios para construir las encriptadas palabras que, como en demoníaca maldición, se necesitan para matarlas: Salem, las brujas de Salem.
Salem es un poblado rural de los Estados Unidos de América, tristemente recordado por el miedo sembrado, en un primer tiempo, por sus brujas, y en un segundo ya no por el miedo, sino por el terror provocado por sus tribunales al enjuiciar mujeres y declararlas brujas.
Destaco: para declararlas brujas y asesinarlas por un sistema de justicia legalmente constituido.
Un sistema de judicial cuyas resoluciones convirtieron a muchas mujeres en brujas, donde su transformación no provino de algún acto demoníaco, sino de uno de carácter jurídico.
Así, oficialmente con palabras poco entendidas por los legos, resolvieron y las hicieron oficialmente ¡brujas! No fue ninguna maldición. Sí una resolución judicial.
Así también, con apego a la ley, las transformaron en monstruos. ¡Sí, claro que sí!
La protrusión de los ojos y lengua, el rictus de dolor y la coloración propiciados por el ahorcamiento o en su caso lo que deja la hoguera, todo lo transforma en algo monstruoso. Así fue la transformación de las mujeres sentenciadas como brujas, mujeres transformadas en seres plenos de fealdad. De espanto, ¿no?
Así fue como se confirmó, una y otra vez, juicio tras juicio y sentencia a sentencia lo que la tradición dice: a la muerte de una bruja viene su transformación y se convierte en monstruo. En esta tragedia la transformación emanada de la ignorancia, crueldad y conveniencia.
Al término de esta columna comparto con ustedes una poesía de Lupita Leyva Alarcón, la cual sumo a mi deseo de mover a la reflexión y también a mirar hacia donde el miedo encuentra su hogar, sí, al lado oscuro. ¡A nuestro lado oscuro! Donde basta un momento de debilidad para desencadenar lo atroz. Gracias por su atención.
Me llamaron bruja,
por echarme a volar,
por no quedarme ahí;
lamiendo mis heridas,
consumiéndome entre sollozos.
Sí, yo soy una bruja;
de esas que vuelan con alas propias,
de las que no dan marcha atrás,
de las que te topas… una vez en la vida.
No te equivocaste al llamarme bruja,
porque sí lo soy y amo serlo.
Mi instinto es sanar,
es volar y amarme… a como dé lugar.
Hasta la próxima…
