Hace años que no voy a una boda, mis amigos y amigas no sé por qué nomás no se animan y tengo que aguantarme las ganas de entrar a la Víbora de la mar para quemar las calorías del pastel. A propósito de bodas, hace unos días fue motivo de discusiones en redes sociales si es pertinente llevar a niños y niñas a los bodorrios, por aquello de las cada vez más frecuentes invitaciones que incluyen el requisito de no entrar sin edad suficiente para tener INE. 

Alegan que tener pequeños retoños brincoteando en el salón es inapropiado e incluso riesgoso, ejemplifican con divertidos videos de menores dando el tradicional dedazo al pastel o atravesándose en medio del baile nupcial. Esta exclusión terminaría con la tradición nacional de juntar las sillas para que duerma el niño o niña agotada y aburrida, echándole un saco encima, claro, para que no le dé frío. 

En principio pensé: es verdad, no es adecuada la presencia de menores en una boda, y no por la seguridad del pastel o para no incomodar el quisquilloso carácter de quienes quieran casarse sin bendiciones alrededor, sino porque otra cosa que hay en las bodas es gente muy borracha y esa sí que es un peligro. Pero, tras reflexión más minuciosa, acordé conmigo mismo que mejor solución sería adecuar las bodas para que sean más amigables a pequeñines y así tengan dónde disfrutar de sus pares sin tener que padecer el aburrimiento que con frecuencia los tiene cabeceando sobre la mesa. 

En general no me agrada la tendencia esa de andar pidiendo que cada vez más sitios o eventos públicos y sociales sean libres de niñez, porque las niñas y los niños son parte de la sociedad, querer echarlos bajo la alfombra es algo que hemos intentado por mucho tiempo y luego por eso tenemos a los adultos que somos. 

PROHIBICIONES

A propósito de exclusiones, que ya solo habrá música de buen gusto y libre de violencia en Cancún, Quintana Roo, luego que representantes del ayuntamiento anunciaron que ya no darán más permisos para conciertos, de cualquier género musical, que hagan apología de la violencia. Esta medida puede impactar no sólo a los tradicionales grupos de música regional mexicana y a la sensación del momento: los corridos tumbados, pues también bandas de rock o hip hop podrían recibir el rechazo de la moral municipal. 

Pos ora se van a escuchar más canciones de esas, pensé, y es que la censura suele tener ese curioso efecto, pero es algo que el gobierno de Cancún no prevé. Qué sé yo, es quizá una aguda estrategia para disminuir la violencia que padecen allá, sus áreas de inteligencia habrán descubierto que la medida mermará la incidencia de delitos de alto impacto. De todo corazón espero que así sea, pero permítanme la suspicacia. 

HUELGAS

La semana pasada pasé varias veces frente al restaurante El Molino, sobre la avenida Juárez, en Pachuca. Afuera del establecimiento se instalaron dos grupos de trabajadores: quienes demandaban ser sindicalizados y quienes lo rechazaban (al menos eso entendí de los mensajes en sus pancartas). Honestamente desconozco los motivos más allá de su exigencia por mejores condiciones laborales, pero es esto ya razón suficiente para descansar los brazos a manera de protesta. 

Es palpable la creciente exigencia de trabajadores en distintos ramos y espacios por mejorar sus circunstancias laborales, lo cual celebro. Integrantes del gobierno han reconocido ya estos reclamos y, aunque sea por ganarse el voto, hacen algo al respecto (o hacen como que hacen). 

Actualmente, en el Congreso de la Unión son sometidas a discusión iniciativas legislativas que mejorarían las condiciones de trabajadores en el país, principalmente la que busca reducir las horas laborales a la semana. Representantes de Morena incluso han prometido su aprobación para este año y esperemos que así sea, pero ya saben cómo son los políticos.

ACLARACIÓN       
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo

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