Millones de niñas y niños alrededor del mundo patean una pelota por las calles, parques, escombros y casas buscando en los rebotes el sueño de algún día ser profesionales, llenar estadios, firmar autógrafos o simplemente salir de la vida que malamente les tocó vivir.
Para miles de infancias la pelota significa la oportunidad de no solo alcanzar la fama, sino cambiar el destino que pensaban estaba escrito en piedra. A Luis Suárez le tocó trabajar de mecánico a los 11 años sin que su padre se enterara para ayudar al sustento de casa y hoy está en el top 4 de los mejores pagados en La Liga; N’Golo Kanté era un albañil en la provincia de Suresnes donde jugaba ocasionalmente en la cuarta división francesa hasta que un visor de la S.M. Caen le cambió la vida, hoy el campeón del mundo en Rusia 2018 es considerado el favorito a ganar el próximo Balón de Oro.
En países donde el panorama es color granate por las constantes disputas bélicas la situación no es tan diferente, aunque en muchos de los casos, más que cambiar su suerte, buscan salvar sus vidas.
Huir para vivir
Nadia Nadim nació en el año de 1988 en la ciudad de Hert al occidente de Afganistán. Hoy tiene 33 años, es quizá la futbolista más conocida de aquél país, ha tenido una brillante carrera con la selección femenil de Dinamarca (33 goles en 97 partidos), con clubes como el Manchester City, campeona de liga con el PSG, semifinalista de la Liga de Campeones y actualmente portadora del número 10 en el Racing Louisville Football Club, equipo de la primera división femenil estadounidense (la mejor del planeta).
¿Cómo es que una jugadora de origen afgano acaba representando a una selección de una nación en la que no nació, peregrina por varios clubes y termina en la mejor liga femenil del mundo?
Corría el año de 1996 y en Afganistán los Talibanes habían conseguido tomar el control del país; el padre de Nadim era un general de las fuerzas armadas opositoras en aquella guerra civil y ya se imaginarán que la cosa no terminó bien para el militar.
Huérfana de padre, con cuatro hermanas y una madre, aterradas de vivir en el régimen talibán, al inicio del nuevo milenio decidieron huir de las leyes y costumbres que trataban a las mujeres y sus derechos como un cero a la izquierda, viajaron a la capital, Kabul y de ahí tomaron un minibús a Pakistán, donde un traficante de personas les vendió pasaportes falsos para llegar a Italia; después de todo, ¿qué futuro tenía una familia de seis mujeres en un país donde podían lapidarlas si miraban al lado equivocado?
“En cierto sentido esta historia no representa a la mayoría de los viajes de los refugiados. Se supone que fui una de las afortunadas. Viví en un “área segura”. Y aun así mi niñez básicamente sé trato de evitar situaciones en las que pude haber muerto”.
En el país de la bota y con once años, Nadia junto a su familia viajaron escondidas en un autobús rumbo a Inglaterra, o por lo menos era lo que ellas pensaban, pues el plan era llegar a las islas donde tenían varios familiares que podían ayudarlas a iniciar una nueva vida. La sorpresa fue grande cuando se encontraron con un paisaje saturado de árboles y veredas hasta donde alcanzaba la vista. El plan era ver el Big Ben, pero el destino y el autobús determinaron que Dinamarca era una mejor idea.
Ya en el país escandinavo se establecieron en un campo de refugiados, donde la pequeña Nadim encontraría el amor de su vida. En una entrevista que concedió para El País ( https://elpais.com/deportes/2021-04-30/la-refugiada-afgana-que-hoy-es-un-simbolo-del-psg.html ), contó:
“Después de un par de semanas en el campo de refugiados me di cuenta de que, detrás de una gran arboleda, había un campo de fútbol. Me pasaba desde las tres de la tarde hasta las ocho de la noche viendo lo que hacían para después copiarlo con ese imposible balón naranja”.
En una tarde cualquiera, comenta la futbolista, presenció algo inaudito para sus ojos:
“Vi un equipo de niñas. Estaban todas con las mismas camisetas y pensé: “¡Guau! Esto es tan cool”. Siempre describo ese momento como aquel en el que me enamoré del fútbol, como si los ángeles hubiesen bajado con su música y todo eso. Quería jugar a ese deporte como lo hacían esas niñas”.
Aquella visión y aquél imposible balón naranja con el que practicaba diariamente marcarían el camino que seguiría.
Pasados algunos años y ya abandonado el campo de refugiados, Nadim comenzó su carrera profesional en el B52 de la primera división danesa, se nacionalizó, fue la primera no nacida en el país en vestir la selección nacional de Dinamarca y para el 2012 debutó con el Fortuna Hjørring en la Liga de Campeones de Europa (Champions League) ganando 1-2 al Glasgow City.
De ahí todo fue in crescendo; jugó varios años en Estados Unidos, cambió de aires (presuntamente por la llegada de Trump a la silla presidencial) rumbo a Inglaterra, consumando el plan original que tenía su familia al huir de Pakistán, fichando con el Manchester City, después fichó con el París Saint Germain, ganó la liga nacional y fue semifinalista de Champions para volver esta temporada a la liga estadounidense con el Racing Louisville Football Club.
Con 33 años está por concluir la carrera de medicina con la especialidad en cirugía reconstructiva y según cuenta, cuando sea el tiempo de colgar los botines, su próximo reto estará en la organización “Médicos sin Fronteras” retribuyendo la ayuda que tantas personas le dieron para llegar a donde está.
“Todo lo que me ha pasado me ha convertido en una persona realmente muy fuerte. Lo que pasa es que a veces puede ser un poco molesto tener que luchar por todo. Pero así es la vida”.
Quedarse y resistir
La historia de Khalida Popal comienza el 21 de mayo de 1987 en Kabul, capital de Afganistán. Como Nadim, Khalida vivió en 1996 el cambio de gobierno, pero a diferencia de su compatriota, su historia no la llevó tan lejos de casa.
Su madre, creyente en que el deporte cambia vidas y, en ese entonces maestra de educación física, fue la primera en alentarla a jugar futbol y quien le compró sus primeros tachones.
Con la entrada de las fuerzas Talibanes, la familia Popal huyó a la ciudad de Peshawar, en Pakistán y no regresaron a su hogar hasta 2001 cuando el régimen Talibán fue repelido y expulsado del poder.
Fue así que de manera casi secreta, Popal y varias de sus amigas comenzaron a jugar futbol en su patio, reclutando a más y más niñas hasta que Khalida decidió que era hora de salir a los parques públicos.
Ahí, transeúntes les gritaban improperios, les lanzaban piedras, basura y las condenaban por jugar al futbol. Khalida sabía que debía hacer algo, y mientras más mujeres se unían y otras más desertaban, el ruido logró que la Federación de Futbol de Afganistán (FFA) las notara y fue entonces cuando Popal se dio a la tarea de crear la liga oficial de futbol femenil.
Con el respaldo de la FFA y como medida para salvaguardar su seguridad, las jugadoras mudaron sus entrenamientos a un campo de futbol localizado en la base militar de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) y en menos de un año tuvieron su primer partido como la Selección Femenil de Afganistán ante una selección de las Fuerzas Internacionales de Seguridad de Asistencia en Pakistán.
Para 2010 participaron en su primer torneo, siendo goleadas 13-0 por la selección de Nepal, pero eso no importaba para Khalida, porque sabía que era el inicio de algo más grande.
Popal se convirtió en una figura por todo medio oriente, muchas mujeres alababan su trabajo como capitana de la selección y las bases que estaba asentando para el crecimiento del futbol femenil. Se había convertido en el faro de esperanza para la libertad y autonomía de las mujeres.
A la par de las felicitaciones comenzaron a llegar más y más amenazas por parte de grupos extremistas y para militares en Afganistán, la entonces capitana de la selección comenzó a temer por su vida y en 2011 se vio obligada a huir de su hogar con destino a la India, donde se escondió por dos meses hasta recibir el asilo político de (quien más sino) Dinamarca.
Alejada de todo lo que conocía trató de regresar al futbol en el país escandinavo pero una lesión de gravedad en su rodilla la terminaría por retirar de las canchas. Sola, sin el futbol y en un lugar que no era su hogar, Popal se sumergió en una profunda depresión.
Consciente de su condición, la ahora ex futbolista afgana buscó ayuda psiquiátrica y comenzó a tomar antidepresivos para poco a poco salir adelante.
Tras pasar un año entero en un campo de refugiados, por fin le dieron la residencia en Dinamarca, por lo que podría empezar a buscar trabajo y haciendo valer su experiencia dentro del campo, logró colocarse dentro de la marca deportiva más exitosa del país: Hummel.
Pero Khalida Popal aún no estaba satisfecha y tras lo vivido en el campo de refugiados comenzó a reclutar niñas y jóvenes afganas que vivían en los diferentes campos para enseñarles a jugar futbol. Poco a poco no solo eran niñas, sino jóvenes de distintas nacionalidades comenzaron a entrenar con Popal aun si nunca había tocado un balón de futbol en su vida, y así decidió fundar la organización Girl Power.
Su organización “se enfoca en brindarles a las mujeres de minorías la oportunidad de conocer gente como ellas y desarrollar una mejor autoestima y confianza a través del deporte”.
“El objetivo de Girl Power es usar el deporte como una manera de motivar y empoderar a minorías en Europa, como inmigrantes, mujeres refugiadas y miembros de la comunidad LGBT, con el fin de crear conciencia sobre diferentes culturas para promover tolerancia religiosa y racial en sociedades europeas.”
Y como Khalida Popal es una mujer bárbara, no se conformó con el lugar donde estaba y decidió estudiar Mercadotecnia Internacional en la Escuela de Negocios de Copenhague (rankeada como una de las mejores 15 universidades del mundo).
Para el 2016 estudiaba, manejaba su organización y trabajaba con Hummel en un proyecto que cambiaría el universo del futbol femenil. Consciente de los estigmas que aún se tenían en su natal Afganistán con el hecho de que las mujeres jugaran futbol, Khalida ideo un hijab (velo) con el que las futbolistas pudieran jugar sin sentir calor, de esta manera las jugadoras podrían llevar la vestimenta tan importante en su cultura de forma cómoda y así acallar las voces que seguían atacándolas.
No está de más decir que los uniformes de Hummel con el hijab incluido beneficiaron a jugadoras de todo el medio oriente.
En 2019 y tras varios años trabajando con la Federación de Futbol de Afganistán a la distancia, Khalida Popal comenzó a recibir suplicas de ayuda por parte de algunas de las seleccionadas del país, donde relataban abusos físicos y sexuales por parte de distintos directivos de la federación; ante esto, Kopal solicitó la intervención del presidente de la FFA, Karemuddin Karim, quien le dijo que la ayudaría, aunque solamente reubicó a los directivos señalados por las jugadoras, mismas que serían expulsadas de la selección poco tiempo después al ser acusadas de ser lesbianas (en Afganistán la homosexualidad aun es un tema tabú).
Al ver esto, Popal decidió ir más lejos, y comenzó a recolectar pruebas y testimonios a espaldas de la federación para más tarde entregarlas al diario inglés The Guardian quien sacaría un extenso reportaje sobre las violaciones que se estaban cometiendo al interior de la federación afgana, teniendo como resultado una investigación por parte de la FIFA y del gobierno del país, donde se determinaría que Karemuddin Karim, presidente de la FFA también estaba implicado.
Hoy, tras la toma de Afganistán por los Talibanes, Popal teme por la vida de sus compañeras, y las alienta a salir cuanto antes del país.
¡Hasta la próxima!
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
