Bienvenidos mis queridos lectores a un número más de esta su columna de confianza. El día de hoy caminando por las calles de mi pueblito querido miré con cierta nostalgia y tristeza una cancha de cemento vacía, misma que hasta hace poco más de un año seguramente estaría a reventar en un fin de semana.

Yo sé que la mayoría de ustedes me entiende. Nada te quitaba la sensación de un mal día o el aburrimiento perpetuo que una buena reta de futbol.

En lo personal nunca tuve amistades cerca de mi casa con las que pudiera patear la pelota, pero desde que iba en la secundaria siempre aprovechaba el recreo para jugar y más de una vez me quedé un par de horas extra después de la salida para ver el clásico entre 3ro D y 3ro E.  

No me malinterpreten, me quedaba, pero rara vez jugaba. La realidad es que nunca me caractericé por ser el talentoso o el que más corría, tampoco era el de los buenos centros o el defensa férreo; para que se den una idea, ni de portero me querían meter, pero para mí lo importante era la carcajada con los amigos.

En la secundaria estaban Gabriel y Omar que eran los que más jugaban. Gabriel estaba “llenito” como yo, pero vaya si sabía meter el cuerpo y encontrarse de cara a gol; Omar era nuestro portero, gordito como marca el canon pero eso sí, nunca se abría a los balonazos y tenía el modelo de guantes que usó Oswaldo Sánchez en el mundial de Alemania 2006. A mi envidia por esos guantes nomás le faltaba ladrar.

Mi lugar en el mundo del futbol llanero/de barrio/de escuela fue siempre ser el jugador con menos talento pero que le echaba ganas. El que jugaba los último diez minutos, el que le hablaban porque no se completaban o el que siempre estaba porque sabían que sí daba para el arbitraje. 

En la prepa estaba esa horrible moda de tener el pelo como mango chupado; ya saben, parado y más tieso que perro aplastado en carretera con tres días bajo el sol. Ahí mis amigos eran los típicos flacos individualistas.

Misa gustaba de correr y recortar para meter el disparo, Aldo era más de filigranas y prefería perderla a pasársela a alguien, Victor era único zurdo pero centraba re´ mal y por último estaba Suarez, el que burlaba hasta a su propia sombra porque se sentía Cristiano Ronaldo.

A pesar de que ellos jugaban infinitamente mejor que yo, siempre me incluían en los partidos (menos en los importantes, porque esos sí había que ganarlos). Mi compañero de banca era Jorge, contaba los mejores chistes y al final de los partidos se burlaba de nuestros amigos.  

En la universidad fue mi mejor momento. Todos eran más malos que el tronco Esqueda, todos menos nuestro capitán Edson “el hijo pródigo de Tepatepec”. En el poderosísimo Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades aprendí que el futbol no es nada sin los amigos.

Nuestro porcentaje de victoria en aquellos torneos era cercano al 0.5%, por lo que ganar un partido se volvía día festivo de esos que terminan hasta el domingo. A pesar de las derrotas, las goleadas y una que otra humillada, siempre nos tomábamos las cosas con humor. Bueno, después de un rato lo tomábamos con humor.

Además de nuestro capitán Edson, estaba mi buen amigo Omar “el pleititos Reyna”, que no sabías si era zurdo o diestro porque le pegaba igual de mal con ambas piernas, también estaba mi primo Lalo que como delantero no la armó y por eso terminó siendo el portero. Por último teníamos Manolo “el caguamero” que solo jugaba para después ir a refrescarnos, Emmanuel quien solo jugaba cuando eran amistosos y Edie “el porrista” que aceptaba su poco talento y mejor nos animaba.

Contra todo pronóstico quiero que sepan que llegamos a la final de un torneo de consolación donde jugaban los más malos del torneo regular. Obvio la perdimos, pero las risas no faltaron.

Ya en otra etapa de mi vida conocí a Eduardo, que casi llega a profesional pero se atrofió la rodilla, a Xavi, el chiquito pero picoso que jugaba de maravilla y a Alex, tronco como él solo pero siempre impetuoso.  

Todos y cada uno de ellos fueron parte importante para que yo descubriera la magia que hay detrás de patear una pelota, y de alguna manera, ellos escriben conmigo semana a semana.

¿Y ustedes qué recuerdan del futbol de barrio?

¡Hasta la próxima!

ACLARACIÓN                                                     
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.

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