Tenía alrededor de diez años, poco tiempo antes aprendí a andar en bicicleta. Mi familia tenía dos porque mi madre y padre le regalaron a cada una de mis hermanas, pero no las usaban mucho pues preferían otras formas de diversión y transporte, por lo que yo daba más guerra a una de ellas.
Con primos y amigos salía a dar algunas vueltas en la colonia Independencia de la Ciudad de México y no tuve inconveniente alguno hasta que un niño del grupo me dijo en tono burlón: “tu bicicleta es de niña”. Ofendido, aseguré que no era así, pero otros confirmaron la acusación y volví a mi casa con la intención de no volver a manejar una bicicleta de niñas, pero como no había dinero para comprar una solo para mí, tenía buscar alguna alternativa.
La bicicleta tenía cuadro y asiento blancos con cintas de colores colgando de las agarraderas en el manubrio. Los mismos tonos pastel, azul, verde y rosa adornaban varias de sus partes. Hasta ese momento se me ocurrió mirarla con detenimiento, pues antes solo me parecía cómoda, rápida& funcional, pues. En términos generales: me gustaba mucho. Pero la inspección con ojos de mis amigos me hizo ver una nueva realidad y me pareció, efectivamente, una bici de niña.
Para no repetir el escarnio infantil se me ocurrió comprar calcomanías muy de niño y pegarlas sobre la bicicleta. Con calaveras en llamas y monstruos metaleros cubrí las partes en que había motivos pastel, con la esperanza de que mis camaradas del barrio notaran al menos la voluntad de ser más varonil en los recorridos y no ser motivo de mofa para los grupos infantiles de calles vecinas.
Recuerdo que el caso de la bicicleta masculinizada me hizo revisar otras prácticas que hasta ese momento me eran comunes, como tomar prestada de vez en vez alguna muñeca Barbie de mis hermanas para que saliera de paseo con He-Man. Ambos pasaban el rato en la casa de ella, pues era más grande que el Castillo Grayskull, además, tenía un ascensor funcional y no una mazmorra que asustara a las amigas que llegaban de visita.
Después ya no agarraba Barbies ni otras muñecas de mis hermanas, me limitaba a crossovers que parecían más apropiados como Batman y Thundercats.
Carlos Salcedo, jugador de Tigres en el futbol mexicano, salió del partido contra América luego que lo expulsaran por cometer una falta, reclamó la sanción y en redes sociales reprochó: “Juego de Barbies! En el futbol existe contacto”. Después de esto, la futbolista del América, Janelly Farías, respondió a su colega en Twitter con el mensaje Juego como Barbie e invitó a dejar de utilizar la feminidad para insultar, avergonzar o humillar a un hombre.
“Esta facilidad de utilizar la “feminidad” para burlarse e insultarse entre hombres tiene que parar y es parte del problema que tenemos en nuestra sociedad. “Juego de Barbies” o “Juego de Mujeres” en este contexto es el mismo y es el tipo de comentario con el que tenemos que lidiar”, es parte del mensaje de la jugadora.
No faltaron las defensas para Salcedo en redes sociales, especialmente de otros hombres que consideraron una exageración la reacción de Farías y explicaron que la referencia solo fue a que al jugar con muñecas no hay contacto físico entre los participantes.
En la calle en la que vivía en la Ciudad de México, además de andar en bicicleta mis amigos y yo salíamos a echar pambol. No pocas veces me dijeron que mejor fuera a jugar Barbies tras reclamar rudeza o “cañonazos”, no pocas veces lo dije yo a otros camaradas. Para enfatizar que al jugar futbol hay que esperar y aguantarse los golpes, jamás mandamos a nadie a jugar rayuela, tazos o ajedrez, donde tampoco hay contacto físico, pero sí los mandábamos con las Barbies, ¿por qué será?
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
