México es un país que ha sufrido múltiples humillaciones por parte de EU y una de ellas que es constante es la que se da contra los migrantes que buscan mejores oportunidades de vida al cruzar la frontera. Incontables ocasiones se conoce acerca de las muertes de nuestros paisanos que son diezmados y ultrajados con un menor trato humano, es más, me atrevería a escribir que éste es inhumano.
Pero& ¿Qué ocurre cuando justamente México reacciona contra migrantes centroamericanos de la misma forma que EU? Al parecer no es un caso que se encuentre supeditado exclusivamente al trato inhumano entre EU y México sino que nuestro país también se comporta de manera poco convencional ante los migrantes del sur y no exactamente con tratos gentiles y humanos.
Siempre será terrible aquella máxima que reza: “el que a hierro mata a hierro muere” sin duda no se puede continuar con este cretino pensamiento puesto que debemos ser tolerantes y gentiles no sólo ante nuestros paisanos sino con todo el mundo por el simple hecho de ser humanos y caracterizarnos por pensar, analizar y tener sentimientos de fraternidad entre todos los pueblos del mundo.
Aprendamos pues que no debe coexistir el racismo extremo e imprudente el cual sólo deja entrever la poca cultura y pobreza humana de un pueblo y en esta ocasión es necesario señalar a México como un país que en últimos días ha dejado demostrado que paso a ser “del México errante al México errado”
Uno de los casos de asesinato a un indocumentado en México se dio el pasado 30 de marzo cuando elementos del ejército mexicano dispararon contra el guatemalteco Elvin Mazariegos Pérez, quien había cruzado la frontera para comprar mercancía y regresaba a su país cuando fue increpado por los militares. Los hechos ocurrieron a la altura de la comunidad Bacantón, municipio de Mazapa de Madero, en Chiapas.
El otro hecho indignante ocurrió con la salvadoreña Victoria Salazar de 36 años originaria de Sonsonate, una ciudad en el oeste de El Salvador. Victoria llegó a México en 2016 en busca de “mejores oportunidades” tras obtener su condición de refugiada, Salazar vivía en México como residente permanente por razones humanitarias desde principios de 2018, según confirmó el Instituto Nacional de Migración.
El asesinato de Victoria ocurrió cuando ella estaba en una tienda e inicia ciertas diferencias con empleados y clientes que originaron una llamada al 911 solicitando el apoyo de la fuerza pública. Justo cuando Victoria salió de la tienda fue sometida contra el suelo, forzándola a permanecer boca abajo, esposada, mientras una mujer policía apoya la rodilla contra su espalda causándole una fractura y lesiones en la parte superior de la columna vertebral que desembocaron en la muerte. Lamentables sucesos no deben olvidarse ni tomarse a la ligera, son ante todo verdaderos parteaguas de intolerancia y racismo; debería el pueblo de México aprender a ser menos racista y sí más consciente, más humano, menos primitivo.
Un suceso histórico igual de lamentable, xenófobo, cruel y aberrante fue la matanza de chinos en Torreón en plena Revolución mexicana, ciudad de migrantes surgida prácticamente de la nada con la llegada del ferrocarril que atrajo no solo a mexicanos procedentes de estados como Zacatecas o Guanajuato, también a una relativamente importante población extranjera. Entre esas colonias destacaba la china, una de las más numerosas y prósperas del país. Los chinos constituían quizá el cuatro por ciento de la ciudad lagunera y eran visibles por su vestimenta, su religión y por ser una minoría con éxito en los negocios restauranteros, tiendas, planchadurías y hortalizas.
Esa colonia, aislada y casi totalmente masculina, se involucraba lo menos posible en la política mexicana y, de una u otra manera, era víctima de discriminación xenofóbica: el país vivió fuertes y recurrentes campañas antichinas entre 1905 y 1931, por lo menos. Pero ninguna de las comunidades chinas sufrió lo que la de Torreón. Porque no obstante su aislamiento, los hombres más prominentes de dicha comunidad en esa ciudad hicieron público su respaldo al gobierno de Porfirio Díaz durante la rebelión maderista y algunas de sus acciones dieron pretexto o justificación a quienes perpetraron el crimen del 15 de mayo de 1911.
La más detallada narración de la matanza de chinos, escrita por Juan Puig, resulta extremadamente aberrante, una realidad que relata con horror y xenofobia:
“Al tiempo que saqueaban, buscaban a los chinos y los mataban a tiros en sus escondites y a algunos también, según parece, a machetazos: entre los cadáveres llegó a verse muchos mutilados o los sacaban a la calle a empellones para abatirlos allí […] Los cadáveres de los tenderos y empleados chinos eran arrastrados afuera o arrojados por encima de las bardas, y se les dejaba tendidos en la calle. Un testigo de la matanza declaró haber visto incluso cómo unos niños pequeños, mexicanos, venían a patear en la cabeza dos de esos cadáveres.
Con la orden de matar a los chinos y con el pueblo que clamaba por ello, los soldados de Benjamín Argumedo irrumpieron en el edificio Wah Yick. Ninguno de sus ocupantes quedó con vida. El crimen se perpetró en las mismas habitaciones donde se habían querido refugiar. Los cadáveres, veinticuatro cadáveres, quedaron amontonados en la calle y la gente corrió a descalzarlos; hubo jinetes de la fuerza revolucionaria que lazaron algunos de ellos entre los que no faltaban mutilados por los pies, y se los llevaron arrastrando al galope a muchas cuadras de ahí [&] A través de una de las ventanas del edificio, alguien arrojó a la calle una cabeza humana: la cabeza de un chino”.
También “vejaron horriblemente” a las que quizá eran las dos únicas mujeres de una inmigración de varones. Esta matanza de chinos es uno de los momentos simbólicos y culminantes de una enfermedad nacional, un mal que persiste: el racismo. Un racismo y una xenofobia comunes a muchos mexicanos de aquel México no tan distante del hoy.
¿Tú lo crees?… Yo también.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
