No se esperaba, era simplemente inusual e incluso asombroso. Los Estados Unidos de Norteamérica se enfrentaron a su propia ciudadanía, esta vez el terrorismo que tanto combaten jactándose de llevar la paz y democracia hasta los confines del mundo contra toda intromisión de criminales e inadaptados se daba cita justamente en sus narices.
Hecho asombroso, pero esperado, si, esperado por lo menos para los historiadores que estamos en contacto con el pasado y sabemos que tarde o temprano el imperio de “las barras y las estrellas” al igual que el antiguo imperio romano, sin duda, caerá.
La propia configuración arquitectónica de Washington, la capital de Estados Unidos, es un monumento al poder y la división del mismo. Cada cuatro años, el presidente electo jura el cargo el 20 de enero en la escalinata del edificio del Congreso para a continuación recorrer la avenida Pennsylvania hasta la Casa Blanca.
Junto a la Constitución escrita mayor tiempo en vigor de cualquier país democrático del mundo. Estados Unidos cuenta con un amplio corpus de usos y tradiciones políticas que sorprenden y fascinan a cualquier politólogo.
Ese mismo presidente que recorre la avenida Pennsylvania fue elegido para el cargo el anterior mes de noviembre, el primer martes precedido por un lunes del citado mes (es decir, que no sea 1° de noviembre). Es un proceso electoral inamovible, que no ha sido alterado en el caso de que el primer mandatario haya muerto en el cargo. Bien por causas naturales o violentas Lincoln, Garfield, McKinley, Kennedy-, ni tampoco en caso de dimisión Richard Nixon-.
Cuarenta y cinco personas han ocupado el cargo en los pocos más de 200 años transcurridos desde el acceso a la independencia del país, aunque, oficialmente, el próximo presidente de la Casa Blanca Joe Biden, será el cuadragésimo sexto presidente.
Estados Unidos vuelve a acaparar los focos mediáticos tras el asalto al Capitolio de Washington sufrido por los seguidores del presidente actual Donald Trump que trataban de evitar la sesión conjunta del Congreso que certificaba la victoria de Joe Biden. Cuatro fallecidos, amenazas de bomba, toque de queda, Mike Pence evacuado y decenas de parlamentarios refugiados en el sótano del Congreso han sido algunas de las imágenes más impactantes que han tenido lugar en una de las áreas más protegidas del mundo. Y, curiosamente, no es la primera vez en la historia que el Capitolio es tomado por la fuerza.
Los Estados Unidos de América han gozado a lo largo de su corta existencia de una paz considerable dentro de sus fronteras. El país nunca ha llegado a ser conquistado y su sistema democrático presidencialista nunca ha estado en peligro. Sin embargo, en agosto de 1814, con motivo de la guerra anglo-estadounidense, los británicos tomaron la ciudad de Washington D.C. e hicieron arder sus edificios públicos, incluyendo la Casa Blanca y el Capitolio.
El conflicto se había iniciado dos años antes (1812), cuando el incipiente país norteamericano pretendía conquistar las colonias canadienses bajo dominio del Reino Unido. Era una estrategia sublime, puesto que sabían que su antigua metrópoli se encontraba pendiente de los movimientos de Napoleón Bonaparte.
Aunque los estadounidenses jugaran con ventaja, fueron incapaces de aprovecharla y en 1814 cayó el gran Imperio napoleónico. El Reino Unido al fin podía dedicarse enteramente a la pequeña rebelión estadounidense. Enviaron hasta tres ejércitos de invasión y consiguieron penetrar por Maine hasta lograr entrar a Washington en agosto del mismo año.
Las tropas inglesas llegaron a las puertas del Capitolio el 24 de agosto y no dudaron en entrar por la fuerza en el enorme edificio de ladrillo blanco en el que se encuentran las dos cámaras del Congreso de los Estados Unidos.
El Gobierno había abandonado la capital y el presidente James Madison había huido, dejando a su esposa Dolley Madison y a sus trabajadores y esclavos la responsabilidad de salvar de la Casa Blanca los objetos de valor. Los soldados ingleses caminaban libremente por los largos y anchos pasillos del Capitolio, rodeados de libros y obras de arte, excepto el cuadro del “padre fundador” gracias a la primera dama que había conseguido proteger el retrato de George Washington.
Asimismo, los soldados británicos no tuvieron suficiente con la ocupación del Capitolio y también tomaron edificios públicos e incluso la Casa Blanca para posteriormente incendiarla. “Solo una tormenta torrencial salvó al Capitolio de la destrucción completa”, se explica en el apartado de Historia de la página oficial del Senado de los Estados Unidos.
El incendio devastó especialmente el ala del Senado del Capitolio, la parte más antigua del edificio, donde se encontraba la valiosa pero inflamable colección de libros y manuscritos de la Biblioteca del Congreso, entonces ubicada en el edificio del Capitolio.
Aquel triunfo británico apenas duró un día, ya que posteriormente abandonarían la capital estadounidense y la guerra terminaría devolviéndoles a ambos bandos las fronteras previas a la guerra. En cuanto al Congreso, siguió reuniéndose en el Hotel Blodgett hasta que se trasladó a Brick Capitol, una gran estructura de ladrillo rojo construida para albergar al Congreso temporalmente. No sería hasta 1819 cuando volvería a instalarse en el Capitolio de los Estados Unidos.
Washington se recuperó poco a poco y pudo mantenerse como capital del país a pesar de que algunos consideraban que estaba demasiado expuesta. La Casa Blanca fue reconstruida, aunque en vez de piedra se usó madera en algunas partes, lo que debilitó la estructura con el tiempo y obligó a nuevas obras a mediados del siglo XX.
Y el incendio, con su evidente simbolismo, terminó convertido en un recuerdo de cuando las relaciones entre Estados Unidos y Reino Unido no eran nada cordiales y sí hostiles.
En una visita del primer ministro británico David Cameron a la Casa Blanca en 2012, el presidente Barack Obama bromeó cómo los soldados “dejaron una impresión” y “realmente iluminaron el lugar” en 1814.
Cameron le respondió diciendo que estaba un poco avergonzado por lo que hicieron sus ancestros. Pero inmediatamente agregó con el peculiar sarcasmo inglés: “Puedo ver que hoy tienen el lugar un poco mejor defendido”.
El histórico edificio había permanecido intacto y sus muros protegidos constantemente por las fuerzas de seguridad. Hasta este 2021 donde, nuevamente, el Capitolio ha sido asaltado por una “insurrección”, llevada a cabo por seguidores, paradójicamente, del presidente en turno de EE.UU. Donald Trump.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
