A casi un año que inició la pandemia, nadie imaginó esta desgracia. La muerte ronda cerca, una enfermedad que dejará secuelas para el resto de nuestras vidas y el temor constante de que pronto tocará turno de contagiarnos, ni modos, mano.
Es difícil vivir con esa amenaza, cuesta acostumbrarse. Presentimiento y certeza de que llevamos el virus a casa, en la noche, cuando regresamos cansados del trabajo, porque debemos salir a la calle para ganar el sustento diario.
La señora que vende tamales fuera de la panadería, la vendedora de tortillas en los mercados, la joven que atiende un negocio de venta de celulares.
Aprendimos a dominar el miedo, aunque se siente lo mismo. La necesidad nos hizo valientes, a punta de trancazos, pero temblamos al pensar que algún día dejaremos de tener salud y fuerza, que esa sonrisa de bienvenida al hogar ya no estará más.
Y todo juega en contra. El transporte público donde las distancias se acortan, las personas que piensan que el virus ese no existe, es un invento del gobierno, dicen. La comida que compramos y comemos en la cocina económica de alguna esquina de esta ciudad.
Nos lavamos las manos en cada oportunidad y evitamos los saludos en nombre de la asepsia y el gel antibacterial. Si predominaba el individualismo, hoy se justifica el rechazo hacia el otro. Y de cualquier forma estamos expuestos.
Perdimos las costumbres, posadas, peregrinaciones, cenas de navidad y fin de año, apretones de mano, roscas de reyes, ponche, el fervor guadalupano en cualquier iglesia del pueblo más lejano de este estado, en una noche estrellada.
Nunca pensamos en esta imagen, ni en el más delirante de los sueños: rostros con caretas transparentes en centros comerciales que cierran antes de las nueve de la noche, extraños aparatos que toman temperatura, solo una persona por familia puede pasar.
Taxis y colectivos con plásticos para evitar que la saliva que expulsa el pasajero al hablar llegue hasta el conductor, aunque los mínimos espacios siempre van repletos de personas sentadas y paradas.
Cerraron los comercios de las avenidas Juárez, Revolución y Guerrero en Pachuca para después abrir y luego acortar sus horarios de atención a clientes. Las avenidas se vaciaron y volvieron a llenarse de una vida ansiosa por recobrar el espacio público, bajo amenaza de contagio.
Ahora no recordamos quien trajo el virus, si llegó de España, Italia o Estados Unidos, lo único que queremos es que esto por fin acabe.
