Era apenas el segundo día de 2021 cuando un hombre de 26 años de edad presuntamente asesinó a sus tres hijos en la colonia 11 de Julio, en Mineral de la Reforma, Hidalgo. Al día siguiente fue localizado y detenido en Hermosillo, Sonora. La Fiscalía General de Justicia de esa entidad mencionó que la venganza habría sido el móvil del triple homicidio, ya que supuestamente fue cometido tras una discusión que el sospechoso tuvo con la madre de los menores.
En entrevista con este medio, Rafael Castelán Martínez, presidente de la organización Servicios de Inclusión Integral, consideró urgente modificar los modelos de crianza con los que fuimos educados, a los que nos acostumbramos y que en muchas ocasiones, ya como madres y padres, replicamos. No es llamado nimio ni banal. Desde pequeños nos enseñaron la violencia no solo como alternativa para solucionar problemas, sino como opción efectiva y por ello necesaria.
Cuando en octubre de 2019 el Congreso de Hidalgo aprobó la iniciativa de prohibir a madres y padres el uso de castigos corporales como herramienta de crianza, cientos de personas alzaron la voz para reclamar su derecho a dar chanclazos: “¡Y ahora cómo vamos a educar a nuestros hijos!” Vieron y aún ven la restricción como síntoma del desmoronamiento social que ocasiona la tan temida pérdida de valores en las familias mexicanas, pues ahora niños, niñas y adolescentes podrán hacer lo que quieran, sin respetar a padres, madres, maestros o autoridad ninguna.
Lo anterior refleja que todavía somos incapaces de concebir formas de educación y socialización que excluyan el ejercicio de distintas formas de violencia, la cual, en tanto parte de nuestra crianza, adoptamos como forma válida en escenarios distintos, no solo en el trato con hijas e hijos, sino en la cotidianidad.
Hace unos días fue viral el video en que un presunto conductor de transporte público en Zapopan, Jalisco, golpeó con un extintor a un joven que desde su auto le reclamó por tirar una bolsa de basura donde no debía; incluso le rompió una ventanilla. Al verlo pensé la manera en que estamos acostumbrados a manejar la ira: la violencia es una opción según el bagaje de comportamientos adquirido desde la infancia. ¿De qué otra manera nos enseñaron a resolver conflictos que nos estresan, que nos rebasan? ¿Cómo lidiamos con el origen de lo que nos molesta o incomoda?
Entonces, ¿cómo podemos enseñar a niñas y niños que deben evitar cometer cualquier tipo de agresión si usamos la fuerza para reprenderlos? En un símil de pandemia, es como si constantemente pidiéramos a las personas que por el bien común, no solo individual, evitaran lugares concurridos para prevenir contagios, pero nos cachan de paseo, sin cubrebocas, en una playa cualquiera, digamos& Zipolite. Menuda contradicción, ¿no?
Tener la violencia en nuestra caja de herramientas para solucionar conflictos es un problema serio. Cuando niño y adolescente, me enseñaron a responder agresiones con golpes, no solo en el contexto familiar, en la escuela y principalmente los amigos reforzaban esta idea. “Nadie te va a respetar si te dejas”, me decían. Alternativas como el diálogo o pedir la intervención de alguna autoridad, familiar o educativa, eran impensables porque acudir a ellas solo reafirmaba mi debilidad, asociada, por supuesto, con la feminidad: “No seas niña, pártele su madre”.
La bronca llega al crecer, o más bien, nuevas broncas llegan al crecer. Sin haber desarrollado otras formas para enfrentar problemas y emociones, al sentir enojo, tristeza, impotencia, ansiedad, dolor, recurrimos con facilidad a la violencia, porque aprendimos que se obedece al fuerte, se le respeta y no se le molesta. Así, imponerse por la fuerza es cosa común en nuestras relaciones sociales, ya sean padres, parejas, amigos o conductores de autobús.
En un mensaje que emitió el procurador de Hidalgo con motivo del triple asesinato en Mineral de la Reforma, dijo que es necesario analizar las condiciones y los motivos que derivaron en el homicidio de los menores y que el caso no quede solo en un fenómeno mediático. Coincido, capturar y condenar al responsable es un acto de justicia, pero dar pena de más de cien años de cárcel no evitará que un hecho similar vuelva a ocurrir. ¿Qué haremos entonces?
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
