“Es que ya no puedo seguir encerrada, mira, hasta se me está cayendo el pelo”, me dijo una amiga en videollamada por ahí de junio. Para entonces llevaba casi cuatro meses de confinamiento voluntario e involuntario. En marzo sus jefes le dijeron que era momento de iniciar la modalidad de trabajo en casa, por lo que echó a la bolsa la planta en su escritorio y al día siguiente trabajó en pijama. De carácter hipocondríaco y socialmente responsable, decidió restringir también sus salidas personales, “nomás salgo al súper y a asomarme por la ventana“, me dijo ya con fastidio.

El 28 de febrero se confirmó el primer caso de una persona infectada de COVID-19 en México, desde entonces el año se fue en picada. Dos semanas después, en el fin de semana del 14 al 16 de marzo y pese a las acusaciones de codiciosa insensatez, se llevó a cabo el Vive Latino con aproximadamente 200 mil pelados con ganas de ver a Guns N” Roses, o lo que queda de ellos: el hedonismo en los hombros de Axl. El fantasma de un contagio por miles entre los asistentes finalmente apareció nunca. Pero el Día de la Expropiación se informó la primera muerte ocasionada por el SARS-CoV-2; casi nueve meses después (13 de diciembre) son ya casi 114 mil mexicanos menos.

“Lo peor es el chat con los papás”, dijeron mis hermanas apenas días después que comenzaron las clases a distancia. Amigas y amigos profesores en primarias y secundarias confirmaron que es titánica labor explicar lo ya explicado previamente con la mayor claridad de que son capaces. Saludar, repetir instrucciones y aconsejar, para hacerlo de nuevo todo el día porque al parecer leer no es sólida habilidad de nosotros los mexicanos.

Por supuesto, los anteriores son problemas de quienes nos encontramos en posiciones mucho más cómodas que la mayoría de las personas en este país. De quienes tuvimos la posibilidad de guarecernos en casa con internet, computadora y otros recursos. Con trabajo, pues.

Este medio narró la historia de Marisol, mujer y madre que a diario viaja de El Arenal a Pachuca para vender comida a los oficinistas del bulevar San Javier. Antes de la pandemia dejaba a su hijo en la escuela y salía a trabajar; por la tarde, volvía para convivir con él. Ahora debe llevarlo con ella, pues no tiene con quien dejarlo. Al finalizar una larga jornada porque toda la venta la hace a pie, todavía llegan a casa por la noche para hacer tarea. Cansados, duermen y repiten todo otra vez.    

México es desigualdad (entre otras cosas). Siempre lo ha sido, era desigualdad incluso antes de ser México. El virus no discrimina, pero nuestro sistema socioeconómico sí lo hace. Las personas vulnerables lo fueron aún más ante la emergencia de salud. La precariedad redujo el tiempo de resguardo para quienes sin otro sustento que su trabajo diario les quedó solo salir con la bendición de sus madres, si no es que en realidad nunca pararon. 

Con los estudiantes ocurre lo mismo. Qué fortuna para los que se encuentran en circunstancias cómodas de clases en línea con internet, celular y computadora en casa. Además de familiares con ganas, tiempo y grados académicos que les ayudan a resolver dudas y aportan conocimiento extra. Por otra parte están los que se rascan con sus uñas. Sin internet, televisión, ayuda ni tiempo. Al final, además de las cifras de deserción, serán también alarmantes las condiciones en que egresen los estudiantes de los distintos grados que habrán aprendido nada por un sistema que les obstaculizó la educación en momentos de crisis.

Este año fue de pérdidas, muchas de ellas irreparables. Planes, viajes, puestos de trabajo, negocios, vidas. También fue uno en que nos mostramos como somos en conjunto, como pueblo, como país. Con buenas intenciones, con interés común, con responsabilidad social; pero también con egoísmo, con falta de unidad, con mezquindad.

Diciembre nos ha colocado en el punto más severo de la pandemia hasta el momento. Más bien nosotros nos hemos puesto donde estamos. La situación no es sencilla para nadie. Lo ideal sería volver a un confinamiento cuasitotal, mas las condiciones económicas de la mayoría de los habitantes lo hace imposible. Nos resta, pues, hacer lo que se pueda con lo que se tenga, sin escatimar esfuerzos& y construirnos un próximo año mejor.

 

ACLARACIÓN                                             
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.

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