“Plebe, ya te manchaste las manos de sangre
ni modo, ya no queda de otra, solo queda entrarle
te enseñaste a matar temprano y has tomado el mal camino
no cumples ni lo quince años y aún tienes la cara de niño
no llores ni te sientas mal, así todos empezamos
bienvenido al mundo real, ahora ya eres un sicario”.
El 4 de diciembre de 2010 en Jiutepec, Morelos, fue detenido un menor de edad que declaró haber cometido varios asesinatos y descuartizado a sus víctimas; entonces tenía 14 años. El área de inteligencia de la 24 Zona Militar detectó que el adolescente era miembro activo del Cártel Pacífico Sur, célula del Cártel de los Beltrán Leyva, según publicó El Universal.
Aquella vez al caso escandalizó. Incluso ya habituados a la violencia del narcotráfico, esta logró escalar un peldaño más en el ejercicio de su fuerza y en el alcance de sus brazos. ¡Cómo es posible que un niño sea capaz de tamaña atrocidad!
Diez años después, el hallazgo de los restos de dos niños mazahuas en la Ciudad de México develó la realidad que preferimos hacer a un lado con la sábana encima, aunque nos acompañé desde hace mucho: el crimen organizado emplea en forma sistemática a menores de edad para cometer delitos. Posteriormente, nuevamente fueron hallados cuerpos sin vida de adolescentes que presuntamente fueron asesinados con móvil de ajuste de cuentas, otra vez en la capital del país que hasta hace unos años alardeaba de permanecer ajena al fenómeno del narcotráfico.
Frente a estos casos, frecuentemente se cuestiona: “¿Dónde estaban sus padres?”, porque estamos acostumbrados a pensar que el cuidado, crianza y educación de niñas, niños y adolescentes es labor exclusiva de padres, especialmente, de las madres. Así, cuando nos encontramos con la incorporación de menores de edad a las filas de organizaciones criminales, achacamos la situación a la irresponsabilidad propia de las madres desobligadas de hoy día (?).
También consideramos que la tecnologización contribuye al problema. Me he encontrado comentarios que afirman que actualmente niñas y niños “maduran” con mayor rapidez por estar expuestos a una mayor cantidad de información a través de internet y, en muchos otros casos, por presenciar e incluso vivir (sin quererlo) experiencias que consideramos adultas. En esta lógica, se piensa que los menores de edad que cometen actos delictivos lo hacen con plena consciencia, pues ya saben de qué se trata; entonces, exigimos penas severas como ocurre con los infractores mayores.
Pero el grado de madurez no está relacionado con la cantidad de información a la que están expuestas las personas, sino con la capacidad de discernir en diversas circunstancias y tomar decisiones adecuadas. En este sentido, los menores de edad carecen de la experiencia suficiente para considerar que sus acciones en contextos de necesidad gozan de consciencia plena. ¿Cómo pueden elegir sus alternativas si como sociedad no hemos podido darles las oportunidades que necesitan y que serían benéficas para ellas y ellos?
Además, la exigencia de endurecer castigos carcelarios y su práctica nos ha llevado a ninguna parte. Tras los horribles descubrimientos de niños asesinados, presuntamente involucrados con redes delictivas, los legisladores capitalinos del PAN Héctor Barrera Marmolejo, Federico Döring Casar y Christian Von Roehrich de la Isla, propusieron pena de hasta 50 años de prisión por homicidio a quienes utilicen para delinquir a menores de edad.
Si bien los menores son reclutados por la delincuencia como perpetradores materiales de robos, asesinatos y otros crímenes, en parte porque las leyes contemplan sanciones atenuadas para ese sector o de plano no existen, esta no es la única razón por la que echan mano de este recurso humano.
Consignar aquí todos los factores que intervienen en la fórmula sería objetivo inútil por imposible, pero mencionaré dos que considero particularmente importantes. Uno es el carácter capitalista de la industria del tráfico de drogas. Los objetivos de los cárteles son los mismos que los de cualquier otra empresa legal, entre los que se encuentra obtener las mayores ganancias con la menor inversión posible.
El empleo de mano de obra infantil no ha sido ajeno ni de uso extraño en la historia de la industria capitalista; aún en la actualidad son denunciados casos al respecto, especialmente en el campo de la manufactura y la producción agrícola, principalmente por el ahorro que supone para los patrones pagar salarios más bajos a los menores de edad, quienes además tienen necesidad urgente de emplearse debido a condiciones que les impiden la subsistencia.
Complemento de las condiciones precarias de niños, niñas y adolescentes, la cultura de privilegiar el dinero como símbolo de éxito personal y estatus social es móvil poderoso para que menores en circunstancias de pobreza y marginación encuentren en el mundo del narcotráfico una alternativa factible de movilidad social.
La relativa y engañosa facilidad e inmediatez de los beneficios de adherirse a organizaciones criminales, en oposición al largo proceso educativo que además de recursos económicos demanda una red de apoyo para que estudiantes terminen estudios superiores y de la cual muchos de ellos carecen, es suficiente para que miles de menores opten por sumarse a las actividades delictivas.
Achacar el problema de que niños formen parte del tráfico de drogas a la falta de valores en el núcleo familiar, es explicación ramplona que además es insignificante respuesta a lo que ya vemos todos los días, niños y niñas asesinados por un mundo al que, como sociedad, los hemos arrojado sin reconocer el papel que como colectivo tenemos en su crianza.
“Tus lágrimas seca, muchacho, pronto vas a acostumbrarte
tus manos están temblando como cualquier principiante
las calles han sido tu escuela y el bandalismo tu vida
pasaste hambres y tristezas, la mafia ahora es tu familia
escucha bien lo que te digo, pondré esta pistola en tus manos
tú me cuidas, yo te cuido; me traicionas y te mato”.
Calibre 50, El niño sicario.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
