La semana pasada México superó las 100 mil muertes por COVID-19, el cuarto país en hacerlo junto con India, Estados Unidos y Brasil. El escenario no es alentador, pues con base en las experiencias europeas, una segunda arremetida del virus (algunos consideran que nunca mermó la primera) puede ser más severa que la inicial. 

Aunque la mayoría de las personas intentó acatar las medidas de prevención en la forma más estricta posible durante algunas semanas, a estas alturas la necesidad de echar monedas al bolsillo, aunada a la también necesidad de interacción social, echó por tierra la estrategia de aislamiento masivo que supuestamente detendría el avance del patógeno. Hoy la gente hace lo que puede o lo que quiere.

Para intentar frenar los contagios, autoridades de la Ciudad de México implementaron la lectura de códigos QR para ingresar a establecimientos comerciales cerrados, como tiendas, cines, gimnasios y restaurantes, sitios con riesgo potencial de infección. Este sistema tiene el objetivo de rastrear posibles infectados al contactar a personas que hayan compartido espacios públicos con casos positivos. 

La medida levantó varias cejas al señalarla como una acción de hipervigilancia que vulnera la libertad y privacidad de las personas. En su defensa, las autoridades aseguran que la cantidad de información requerida es la mínima (número telefónico) y afirman que ha entregado resultados alentadores: tan solo entre el 18 y 20 de noviembre detectaron 67 casos positivos con los que mandaron 5 mil mensajes a quienes coincidieron con ellos, según publicó El Universal. 

Años antes de la década de los 50 a George Orwell se le ocurrió su famosa distopía de vigilancia omnipresente. Consideró plausible que pocas décadas después el Estado impusiera un estricto control sobre la población a través de ojos guardianes que observaran las acciones y el comportamiento de las personas en todo momento. Supongo que la posibilidad de un consenso, de la aceptación voluntaria de un escenario similar, le pasó de largo.

Son distintas las formas en que la vigilancia estricta se ha extendido paulatinamente en distintos aspectos de la cotidianidad moderna, así como las causas que permiten y, más aún, hasta la exigen, incluso antes de la pandemia.

Necesario es reconocer que el temor a la extensión de los contagios no es motivo nimio para considerar la implementación de un sistema de seguimiento como el reconocimiento QR para entrar a establecimientos, más de 100 mil fallecimientos lo confirman. Con pretextos más banales hemos entregado gran parte de nuestra intimidad a corporaciones tecnológicas que ocupan nuestra información para fines varios, a cambio de que nos digan dónde podemos comprar algo con el menor esfuerzo posible, por ejemplo.

De igual forma, vivir en un país inseguro y violento ha ocasionado que habitantes de zonas urbanas de gran tamaño, especialmente las capitales de los estados, nos sintamos cómodos con cientos de cámaras que vigilan las calles so pretexto de garantizar la seguridad. En varias ciudades de Hidalgo, verbigracia, estos dispositivos se cuentan por cientos y permanecen desde hace años sobre las cabezas de pobladores, algunos incluso piden la colocación de más unidades.

Añejo ya es el debate por la presunta relación inversamente proporcional entre libertad y seguridad. Podríamos acudir al testimonio práctico e inmediato y preguntarnos, ¿nos sentimos más seguros con la vigilancia de videocámaras? En el caso de empresas, ¿nos molesta que grandes multinacionales sepan dónde estamos, adónde salimos y para qué?

Por otra parte, la nueva medida del gobierno capitalino para rastrear contagios es también discriminatoria, pues supone que todas las personas poseen un teléfono capaz de leer los códigos y andan con él a todas partes. Aunque esto pueda ser cierto en muchos casos, probablemente la mayoría, sega a quienes no pertenezcan a ese grupo, ya por condiciones económicas o por pura convicción.

La implementación del gobierno capitalino para saber qué lugar visita la gente con motivos de salud es solo una forma más en que damos información personal. Pero conviene preguntarnos los objetivos para los que entregamos esos datos y si estamos de acuerdo con ello. No vaya a ser que una vez terminada la pandemia quieran mantener medidas de vigilancia extrema que se sumen al Gran Hermano que ya nos vigila desde las alturas.

ACLARACIÓN                                                
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *