Hace unos días la Secretaría de Educación Pública (SEP) dio a conocer que no habrá reprobados en el presente ciclo escolar. Las circunstancias causadas por la pandemia de COVID-19 obligaron a iniciar las clases en modalidad a distancia y bajo estas condiciones sería injusto y hasta arbitrario evaluar a los estudiantes en la forma convencional, argumentó.
Según estimaciones optimistas, las clases presenciales podrían retomarse en marzo de 2021 y restarían solo algunos meses del actual ciclo escolar. Pero esa fecha es considerada para un escenario benévolo que no ha llegado en ningún momento desde que apareció en México el SARS-CoV-2 a finales de febrero de este año.
Estudiantes, madres, padres y demás familiares llevan casi tres meses padeciendo el sistema a distancia. Los alumnos más afortunados tal vez hasta disfruten el resguardo en una casa cómoda, con dispositivos para seguir sus lecciones e incluso el apoyo de uno o más parientes que les explican temas complicados y hasta enriquecen su aprendizaje con información y orientación; pero ¿qué es lo que ocurre con los desafortunados?
Podemos considerar que la SEP tiene buenas intenciones. Que su decisión de no reprobar estudiantes pretende evitar un escenario aún más desfavorable para aquellos que carecen de las condiciones elementales para mantener su educación durante la emergencia. Después de todo, que aprueben solo quienes estuvieron en posibilidad de enfrentar la situación es injusto.
Pero esto de no reprobar estudiantes no es idea emergente por la aparición del nuevo coronavirus. Anteriormente los profesores de primaria y secundaria tenían ya la consigna de evitar reprobados, aun si los alumnos carecían de los conocimientos necesarios para avanzar de grado. Esta medida tenía la intención de mejorar las cifras de escolaridad, pues para las autoridades un indicativo de buen gobierno son números que puedan presumir.
Además, desde hace varios años el sistema educativo nacional busca alejarse del modelo rígido decimonónico del examen escrito y los conocimientos aprehendidos por la memoria. Por ello privilegian evaluaciones con presentación de proyectos que permitan al estudiante aplicar los conocimientos adquiridos en resolución de problemas concretos, lo cual, de nuevo, parecen ser las mejores intenciones, pero en la práctica no suele ser tan efectivo.
Sin ahondar en si efectivamente los estudiantes graduados de primaria y secundaria son capaces de la resolución de problemas simples o complejos, una de las primeras dificultades con que se encuentran es un examen escrito, a la vieja usanza, para entrar al bachillerato. Entonces, ¡oh, sorpresa!, hay un alto número de aspirantes con resultados insuficientes.
Si antes de la pandemia había ya un problema serio por la cantidad de estudiantes que se quedaban fuera de las mejores opciones de educación media superior, la mayoría de los egresados en tiempos de contingencia difícilmente alcanzarán siquiera los conocimientos mínimos para decir que al menos cursaron secundaria. En tanto, el examen para ingresar a instituciones como IPN, UAM y UNAM persistirá, con lo que miles quedarán fuera, con resultados paupérrimos y probablemente con la idea de que la escuela no es para ellos.
Podemos pensar que aquellos que en verdad estén interesados en continuar su educación buscarán la forma de salvar los obstáculos. Pero, ¿cuánta perseverancia vamos a exigir a quienes en cada paso encuentran un obstáculo? Las circunstancias eran ya desfavorables para cientos de miles de niñas y niños, la pandemia recrudeció las desigualdades.
De acuerdo con lo ordenado por la SEP no habrá reprobados para impedir que sea más amplia la brecha entre los privilegiados y la gran mayoría que no lo es. ¿Cuánto durará esa ilusión?
