Bien pudo ser coincidencia (aunque la suspicacia nunca está de más en la política mexicana), pero a los pocos días de que amenazaron con derribarla, el gobierno de la Ciudad de México decidió retirar la estatua de Cristóbal Colón sobre Paseo de la Reforma, disque para dar manita de gato al genovés, argumentó Claudia Sheinbaum.
Una vez puesto el bronce en salvaguarda, ahora la jefa de gobierno abre a discusión la pertinencia de regresarlo a la avenida que observaba desde 1877, especialmente porque el próximo año es de mucho festejo nacionalista: aniversario de Tenochtitlan, de la conquista y del México independiente. Por ello llamó a la reflexión colectiva y en una de esas recoge la usanza morenista de decidirlo en encuesta.
Relativamente reciente es el ánimo anticolonial en 12 de octubre, así como la aversión al otrora reconocido descubridor de América y al proceso tan largo como brutal en que derivó su empresa. La invitación a tumbar la figura de Colón provino principalmente de agrupaciones de mujeres que bien adelantadas están en eso de repensar el trajín histórico que nos tiene donde y como estamos, amén de su ya costumbre de pintarrajear monumentos para hacer saber sus reclamos porque al parecer son las estatuas y edificios más importantes para el Estado y buena parte de los ciudadanos que la vida y seguridad de ellas.
Las corrientes teóricas y prácticas decolonial y anticolonial del feminismo han sido fundamentales para volver la vista y formular una nueva explicación del pasado; su objetivo no es, considero, desaparecer de un plumazo la historia, negarla o ignorarla, sino precisarla, hurgar, poner en perspectiva la irrupción de hace quinientos años y, más aún, las condiciones que derivaron de ella y que todavía configuran nuestras dinámicas políticas, culturales y sociales, especialmente las manifestaciones de opresión y violencia.
La llamada historia de bronce, esa que nos enseñaron en la primaria con personajes históricos incólumes e incorruptibles y que se encarna literalmente en el bronce de bustos y placas, no debe ser más esa figura intocable construida (por el Estado) con dogmas cual fe. Aproximarse sin sacra reverencia abre paso a la compresión y al necesario reconocimiento de la influencia del pasado en el presente.
La estatua de Cristóbal Colón o de cualquier personaje no representa por sí misma ningún tipo de conciencia histórica, el empeño en su conservación es nimia vanidad si carecemos del criterio para reconsiderar lo establecido, resignificar el pasado y sus símbolos. La Historia no puede ser echada abajo con una estatua como advierten los motivos políticos. Sí puede desdibujarse, en cambio, por la creencia de que existe un único relato histórico, verdadero e inamovible. Relato que, por cierto, ha sido siempre construido desde el poder.
Si Colón vuelve o no a su lugar en Reforma difícilmente será evento significativo para nadie, mucho más valiosa es la discusión sobre si continuamos con la deferencia ciega a los rostros que comprábamos en estampas de papelería o mejor dejamos de reverenciar un símbolo del exterminio transcontinental.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
