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Dime lo que comes, y te diré quién eres”.

Anónimo

México tiene una gastronomía mundialmente reconocida, pues a pesar de que cada nación tiene sus propias delicias culinarias, la inventiva de nuestros connacionales, transforma la mejor receta extranjera, en suculentos platillos, en ocasiones, mejores que en su país de origen.

Desde la conquista, nuestra dieta mestiza se nutrió de alimentos natales como importados, pues nuestra tierra fértil y con una ubicación envidiable, permitió todo tipo de cosechas.

Guisos prehispánicos, aderezados con hortalizas europeas, especias orientales, pero sobre todo una creatividad inigualable, nos fue posicionando en el gusto de todos.

En los últimos 20 años y a raíz de la socialización del internet, no perdimos nuestros platillos más importantes, a base de distintos chiles y especies, pero dimos entrada a alimentos, que son considerados “comida rápida”, para alimentarnos y buscar un bajo costo.

La realidad es que, con el tiempo, estos alimentos, elaborados con altos contenidos de harinas, grasas trans y azúcares, fueron ganando terreno y haciendo que los mexicanos fuéramos ganando peso.

En pocos años, logramos copiar hábitos alimenticios de nuestros vecinos del norte, superándolos en el índice de obesidad y generando un problema de salud pública muy importante.

El etiquetado en los productos cambió, y ya nos advertían cuantas calorías, gramos de azúcar, sal y grasas contenían, pero en realidad no nos informaban que los “porcentajes recomendados”, debían variar según el peso, estatura, edad y sexo de la persona.

No hubo autoridad que obligara a los productores, a mejorar los etiquetados o generar un sistema, avalado por instancias de la salud, que permitiera a cada persona, conocer en realidad qué y cuanto estaba comiendo, al final, la guerra en contra del sobre peso, la perdimos.

La Universidad Politécnica de Tulancingo (UPT), con base a las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), creó una app, que serviría para interpretar los contenidos energéticos de cada producto; desafortunadamente los cambios sexenales, dejaron una investigación, como muchas otras, en un archivero.

Vino la siguiente idea, por un lado, gobiernos estatales como Oaxaca y Tabasco, prohibieron la venta directa a menores, de refrescos y alimentos chatarra, no su consumo, lo que trajo consigo el reclamo de las empresas que producen los artículos en comento, pero hasta el día de hoy, no se cuenta con información fidedigna que mida los resultados de esta propuesta.

Al mismo tiempo, se obligó el cambio en el etiquetado, y sí ahora vas a cualquier tienda de abarrotes o supermercado, encontraras advertencias en las envolturas que a la letra dicen: “Exceso de Calorías”, “Exceso de Cafeína”, Exceso de Azúcares”, etcétera, pero ninguna de ellas te dice en realidad lo que estas consumiendo en gramos de cada sustancia en advertencia.

Estamos muy lejos de lograr una comunicación efectiva con el consumidor, pero cada día más cerca de enfermedades crónico degenerativas, causadas, en muchos de los casos, de manera directa o indirecta, por el régimen alimenticio.

De no cambiar las políticas públicas sobre la salud alimenticia, el gasto público en salud crecerá exponencialmente, pero jamás será suficiente para atender a los millones de enfermos, producto de una mala alimentación.

La solución no es sencilla, pero involucrar a investigadores y educandos, para formar nuevos hábitos, junto con una educación integral, puede ser el primer paso, de muchos más que se deben dar al mismo tiempo de modificar el etiquetado de los productos con información, más allá preventiva, informativa.  

Por hoy me despido, esperando tus comentarios.

Hasta la próxima.

ACLARACIÓN                                             
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.

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