Hablar de cine documental latinoamericano, es hablar de resistencia social, de lucha, de clandestinidad, de censura, de exilio. A partir de los años 60, en casi todos los países de Latinoamérica, se gestaron movimientos de expresión que usaron al cine como herramienta para manifestarse.
Bajo la represión dictatorial presente en las regiones de centro y sur de América, surgieron valientes individuos, dispuestos a registrar en la memoria cinematográfica, las injusticias políticas y sociales, predominantes en sus pueblos.
La cámara de cine se significó como la más poderosa arma para combatir a los militares, a los opresores, a los dictadores. “Una cámara en la mano y una idea en la cebeza.” Esta frase fue acuñada por el gran cineasta brasileño Glauber Rocha, fundador del movimiento Cinema Nuovo, en Brasil, a principios de los años 60.
Al principio de mi carrera como director, tuve oportunidad de conocer y charlar con dos grandes maestros del cine documental latinoamericano, los argentinos Fernando Birri y Fernando “Pino” Solanas. Ellos, son fundamentales para la construcción de la memoria documental cinematográfica sudamericana. A estos nombres sumaría los de Raymundo Gleyzer, cineasta desaparecido en 1976 por la dictadura argentina; el chileno Miguel Littín; el boliviano Jorge Sanjinés; Patricio Guzmán, chileno, documentalista artífice del movimiento del Cine chileno del exilio; su documental Nostalgia de la luz, que trata el tema de las desapariciones forzadas durante la dictadura de Pinochet, me inspiró para escribir el guion de ficción Estrellas errantes. No puedo dejar de mencionar a Marta Rodríguez, pionera del cine documental en Colombia; platicar con ella es conversar con la historia de la resistencia latinoamericana, la conocí en el 2017.
Ahora, en pleno siglo XXI, los discursos han evolucionado. Afortunadamente se acabaron las dictaduras, aunque todavía son palpables sus consecuencias sociales y políticas. Hoy, los documentalistas latinoamericanos pueden contar otras historias.
Con profunda emoción veo películas como Sacachún, documental ecuatoriano dirigido por Gabriel Páez, que retrata la lucha de un pueblo por defender su cultura, en un relato cercano al realismo mágico. O Papelito, del director argentino Sebastián Giovenale, que aborda la historia de un melancólico y entrañable personaje dueño del último circo criollo de Argentina. La denuncia va de la mano del documental latinoamericano, así lo demuestra el marino, convertido en cineasta por necesidad, Fernando Duarte, que con su película Barcos de papel, muestra, de manera brillante, un particular problema marítimo en Argentina.
El cine documental latinoamericano del presente, es herencia de la lucha y la resistencia. Es el opuesto al oficialismo comunicacional, perene en la región. Más diverso, pero siempre profundo. No dejemos de poner atención a lo que retrata el documental de la otra América.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
