“Porque antes estabas delgada
con los pechos firmes y las nalgas bien paradas
pero ahora ya estás muy aguada
no hay quien te pele y estas amargada
contigo ya no siento nada
golfa, gorda interesada”
Con los 300 pesos que me dieron mis padres en 1997 por cumplir años salí comprar mis primeros tres discos. Volví con dos de Michael Jackson y la presentación de Molotov: ¿Dónde jugarán las niñas? Días después, compañeros de escuela estaban hasta el copete (disculpen la jerga del señor que soy) de sus canciones y de que hablara a cada rato de lo que entonces era para mí el mejor disco del rock mexicano y en español en general.
Su arrebatamiento, estridencia e incorrección me parecieron transformadoras y aún lo percibo así para un contexto mediático musical que entonces censuraba en la radio el “mamón” de los Hombres G, ¡los Hombres G! Apegados a la práctica que para entonces tenía ya décadas, los medios tradicionales ejercían su hipócrita criterio moral y aunque en las noches de películas del 5 transmitían sin reparo títulos sumamente violentos (al respecto siempre recuerdo Robocop, que a la fecha es de mis favoritos), se les caía la quijada al piso por groserías en pantalla.
Más que transgresión política, lo de Molotov fue para mí reivindicación del lenguaje. En radio y televisión hablaban nunca como hacíamos en el mercado, la cáscara de la cuadra o el patio de la escuela. En aquel tiempo, a lo más que llegaba la peladez léxica en televisión, por ejemplo, era Adal Ramones diciendo “güey (léase weee)” en sus monólogos. Así, pues, era acto liberador cantar “Chinga tu madre” en cualquier lado, ya que así era mi cotidianidad de a pie que estuvo siempre ausente en las representaciones televisivas y musicales que gozaban de distribución radial.
Esa afrenta de vocabulario escandalizó y pulularon pronto los reclamos. El disco provocó exigencias de censura y durante años difícilmente escuchabas sus temas en la radio, salvo los menos procaces como “Voto latino” o “Gimme tha power”. La satanización (literal, pues un disco así puede ser solo obra del maligno) llegó principalmente desde grupos y padres conservadores que advertían la corrupción de oídos juveniles y las buenas costumbres de la clase media urbana, apuntaladas con severidad, golpes y regaños desde su consolidación en los 50.
Afortunadamente para mí, la familia en que crecí no acostumbra la censura. No disfrutaban el disco pero tampoco me pedían que lo quitara, aunque el pelado desparpajo de Molotov estuviera muy lejos de la melancolía romántica de Julio Jaramillo que escuchaba mi padre. Qué loqueras son esas, decía a veces mi madre.
La censura que sufrió ¿Dónde jugarán las niñas? a finales del milenio fue principalmente motivada por el rechazo al lenguaje impropio para gente de bien; es decir, el reclamo fue por forma, no por contenido.
Como mencioné antes, Molotov me significó reivindicación del lenguaje porque hacía a un lado la hipocresía de ocultar que las groserías formaban parte del día a día de la sociedad entera, en ese sentido era más transparente que otras formas de expresión contemporáneas. Empero, transparente también fue el fondo de su discurso que sin empacho sacaba a flote la misoginia, homofobia, gordofobia y discriminación general que entonces como ahora, permanecen arraigadas en el pensamiento social mexicano.
Aunque a finales de los noventa no hubo mayor debate sobre el contenido discriminatorio del disco (a percepción mía, por supuesto pudo ocurrir sin que me enterara), en los últimos días esos temas han sido motivo para volver con nuevos oídos al ¿Dónde jugarán las niñas? Y aunque muchas personas alegan que es insensato señalar o juzgar un disco de hace 23 años, no veo sino perfecta pertinencia, pues no es una obra ni un discurso que sean parte de una historia ajena de tan lejana.
La banda continúa activa y es aún muy escuchada. Tanto escozor por discutir las letras discriminatorias en sus canciones es signo de su permanencia, ya porque sus defensores reclaman el derecho a mantener una cultura del entretenimiento que se sostiene en la humillación, porque todavía les parecen naturales e inocuas las expresiones de odio, o bien, porque ni siquiera consideran que exista discriminación en algunas de sus canciones. Como cualquier otro producto cultural, su estructura, forma y fondo, correspondió con la sociedad que lo gestó y continúa vigente porque mantiene ese vínculo, aun cuando hay cambios que derivan, por ejemplo, en la reciente crítica al álbum.
Tal como hicieron conmigo mi madre y padre, no soy partidario de la censura. Las canciones que me gustan del ¿Dónde jugarán las niñas? y otros discos de Molotov siguen en mis playlist; sin embargo y en buena medida también gracias a las dos personas que me educaron, creo necesario advertir, comprender y reconocer que productos culturales que disfrutamos en nuestra infancia, adolescencia, juventud e incluso hoy, están cargadas con vicios sociales que nacen de e influyen en su contexto. ¿Dónde jugarán las niñas? es un disco referente para la historia del rock nacional y entrañable para al menos una generación; de igual forma, es expresión fidedigna de una sociedad misógina, homofóbica y discriminadora, y no debemos ignorarlo.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
