Todos en nuestra vida guardamos verdades que desde cierto punto de vista podrían ser las soluciones a nuestros problemas, pero que implican el enfrentamiento con nosotros mismos, las guardamos en el lugar más recóndito de nuestro ser, las ocultamos bajo armaduras inquebrantables más que con la fuerza de un soplido de emociones y sentimientos colocados en el justo lugar de nuestra vulnerabilidad.
Nos pasamos mucho tiempo ocultándolas, perdemos momentos valiosos, negándolas o esquivándolas, nos cuesta trabajo reconocer, que somos cobardes, que nos duele, que estamos enamorados, que no somos capaces, que nos destrozaron o que ya no somos los de antes.
A veces nos quedamos prendados de aquellas frases que nos dijeron de chicos, que si éramos los valientes, los suertudos, los guapos, que éramos campeones que podíamos y debíamos lograr todo lo que nos propusiéramos, y en ocasiones incluso nos casamos con la idea que el éxito es la felicidad absoluta y plena, lejos de problemas siendo parte de una fotografía de revista aspiracional.
Cuando salimos al mundo real, cuando nos enfrentamos a las cuentas y al pago de nuestras decisiones, cuando cae sobre nosotros la responsabilidad, cuando entendemos el significado de que los años pasan volando, cuando vienen generaciones de jóvenes atrás de ti, con nuevas ideas, con más fuerza, sin tanto cansancio, cuando nos metemos en una lucha perdida contra el tiempo, cuando ya no tenemos el impulso o las ganas, llega el momento de hablarnos con la verdad.
Hablarse con la verdad por más dolorosa que esta sea implica raspones y fuerte dolor, implica reconocer y enfrentarse a un juicio del peor juez que tenemos, implica justificarse, perdonarse, trabajar y ser valientes, implica tener la disposición a cambiar, a aceptar incluso lo que no se entiende, a soltar aquello que no depende de nosotros, a perdonar lo que nunca hubiésemos perdonado, y emprender una nueva aventura de vida esta vez desde la perspectiva de la verdad.
He vivido muchas veces creando fantasías dominadas por los escenarios de mi cabeza, aterrada de posibles situaciones que me harían daño, he tomado decisiones basada en las posibilidades que mi cerebro recrea motivado por el miedo a repetir una posible situación dolorosa, perdí momentos, personas y oportunidades por exceso de pensamiento.
El cerebro no distingue la verdad, de su verdad, por lo tanto si no lo forzamos siempre estará dispuesto a decirnos lo que queremos escuchar bloqueando la posibilidad de un posible avance.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
