Enrique Alfaro no demoró en acusar intervención morenista en las protestas por el asesinato de Giovanni López a manos de policías municipales de Ixtlahuacán de los Membrillos, Jalisco. El señalamiento se extendió a López Obrador como principal figura del partido, y aunque después el gobernador quitó espuma al chocolate, en su momento el mandatario nacional respondió que si existen pruebas de mano presidencial en el asunto, que se muestren. No era ni es privado el encono entre ambos personajes que llevan ya varias patadas bajo la mesa.
Así, ambos movieron el eje de la discusión a un pleito político por encima de prioridades y urgencias reales que son el asesinato de un hombre y el ya bien conocido abuso policial en este país, práctica no de uso exclusivo de cuerpos municipales, sino también ejercida por estatales, militares y las que usted mencione. La violencia policiaca en México es hasta tradicional y Andrés Manuel poco ha hecho por erradicarla, ahí tenemos, por ejemplo, la brutalidad de la Guardia Nacional, principalmente contra migrantes y sus caravanas que cruzaron fronteras algunos meses atrás.
Hace unos días, detractores del tabasqueño, hartos de lo que consideran conato de dictadura, decidieron abandonar la silla del espectador y tomar la historia en sus manos: buscaron las llaves de sus autos, sentaron su hambre de justicia tras el volante y con cartulinas fluorescentes exigieron la renuncia del presidente al considerarlo agente nocivo para todo lo que se ha construido en este país. Sin embargo, contrario a lo que reclamaba la protesta vehicular, considero que López Obrador no atenta contra el sistema político ni económico edificado por administraciones anteriores, al contrario, conserva bases, formas y fondos.
Aun cuando arremeter contra los “conservadores” es deporte para el tabasqueño, en la práctica no ha hecho sino favorecer el sistema y conservar sus corrosivas prácticas. No obstante el semáforo rojo por la epidemia de COVID-19, se le quemaban las habas por irse al sureste para echar a andar el Tren Maya, megaproyecto que pretende “civilizar” la región y que, tal como en pasados gobiernos, omitió la participación de comunidades originarias que habitan la zona.
La administración federal no tiene un proyecto de gobierno que incluya a pueblos originarios a partir la ruptura del neoliberalismo, al contrario, se empecina en priorizar obras gigantescas para que los habitantes den gracias porque les dan chance de vender artesanías al turista. Que agradezcan también que les construyen complejos titánicos y exclusivos donde los ocupan como simulación multicultural, pero los discriminan en la cotidianidad.
Conserva también las jurásicas prácticas priistas del clientelismo político y social. Andrés Manuel llegó a La Silla con una base electoral social que mantiene a su lado con retórica de micrófono y “apoyos directos”; así como con el respaldo de viejos lobos de mar de la política nacional con extracción diversa y pesos completos empresariales con quienes fraguó pactos porque sin su contribución (que antes eran ataques) se habría quedado otra vez con las ganas. En pago, hace como que no ve cuando sus nuevos cuates son señalados por lo que siempre han hecho (cof, cof, Bartlett) o les echa la mano con redituables contratos (Slim, Salinas Pliego).
Conservadora es también su postura frente a temas sociales de urgencia, especialmente los que reclaman mujeres como la despenalización del aborto o la creciente violencia dentro de las familias, de la que son las principales víctimas junto con menores de edad. Pero Andrés Manuel está anclado en la arraigada costumbre de sacralizar la familia tradicional; soslaya los vicios que esa institución ha cultivado durante siglos y desestima con descaro las denuncias de quienes padecen los estragos. Cree pues que la familia es salvadora, sin mácula ni malicia, al tiempo que promueve roles arcaicos como que las mujeres tienen por naturaleza facilidad y hasta el deber de cuidar las distintas variedades del hombre en familia.
Las transiciones nacionales de las que la cuarta transformación se cree heredera y continuadora (Independencia, Reforma y Revolución) modificaron en mayor o menor medida elementos constitutivos de regímenes previos y también conservaron muchos otros a conveniencia de quienes las aprovecharon para colocarse en sitios de poder y privilegio. Sus modificaciones no fueron tan radicales ni abarcaron tanto como asegura Andrés Manuel, quien sabe, sin embargo, replicar el sesgo selectivo para conservar aquello que por necesidad política o convicción ideológica es atractivo y benéfico a sus intereses.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
