El asesinato de Geroge Floyd ha provocado una nueva crisis racial en Estados Unidos, las protestas son severas y han permanecido por días para reclamar nuevamente el carácter profundamente racista de la sociedad de barras y estrellas. En medio de la coyuntura, en México se han generado diversas muestras de apoyo a quienes exigen un trato justo y condenan cualquier forma de discriminación. De igual forma, aprovechamos para echar un ojo a nuestra casa, no vaya a ser que pasemos por alto tremenda viga en el patio, aunque a veces nos parezca que en nuestro país no existe el racismo pues, ¿cómo podemos ser racistas si somos morenos?
El racismo de este lado del río tiene génesis colonialista que mantiene hasta la fecha mecanismos sociales, políticos y económicos estructurados e impulsados por el capitalismo.
Las formas racistas comenzaron en la época colonial con la distinción étnica entre conquistadores y naturales. Sin embargo, con el tiempo, las expresiones del racismo no se circunscribieron a la base inicial de blancura, es decir, no discriminaron únicamente por el color de piel, sino que adoptaron motivos más sutiles al involucrar también los conceptos que atribuimos al ideal de blancura como referencia de identidad y civilización.
Al respecto, el filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría menciona que una cierta “apariencia blanca” es requerida para definir la identidad ideal del ser humano moderno y capitalista. Esto refiere a cómo podemos tener acceso a cierto reconocimiento o prestigio a partir de la adopción de “blanquitud”, no en cuanto a blancura racial, sino en sus formas sociales reconocidas.
En dichas condiciones, la intolerancia racial puede alcanzar incluso a personas típicamente blancas pero que por sus condiciones, conductas o apariencia quedan fuera del modelo que no solo es socialmente aceptado, sino aspiracional. En contraparte (para este ejemplo menciona el caso estadounidense), aquellas personas latinas, orientales o negras que dan muestras de “buen comportamiento” en términos de la modernidad capitalista, participan de la “blanquitud”.
Lo anterior se expresa en términos concretos con formas ya bien conocidas en este país, especialmente reconocibles y viralizadas por medio de redes sociales. Entre los términos peyorativos de origen racial cuyo alcance se ha extendido tenemos: indio y naco. Estos comenzaron con límites claramente raciales pero que en la actualidad frecuentemente tienen como objeto de ataque no necesaria ni únicamente a quienes cumplan con las características físicas de origen, sino también a los que muestran conductas que con el paso del tiempo se atribuyeron a sectores históricamente menospreciados.
De tal forma, es común que un agresor espete ¡indio! o ¡naco! a quien, por ejemplo, vista ropa considerada por él como de mal gusto o “sin clase”. Lo mismo ocurre con el uso de los nombres “Kevin”, “Brayan” o “Britany”, para referir a quienes tienen conductas y características que son excluidas del modelo ideal blanco y capitalista.
En el mismo sentido, las reglas del juego que incluyen el modelo de blanquitud y las expresiones del “racismo identitario-civilizatorio”, además del fanatismo étnico, permiten también que una persona con rasgos no blancos participe del privilegio, se suba al pedestal imaginario de desigualdad y sin pudor grite “¡indio!, ¡naco! o ¡gato!” a quien le parezca inferior con respecto al ideal de valor y civilidad.
Podemos también identificar el carácter colonialista-capitalista del racismo mexicano en nuestra actitud para con la frecuente y natural modificación de la lengua y el lenguaje. No es común ver la ridiculización de una persona que dice home office, cuando puede decir trabajo en casa u oficina en casa; al contrario, será “normal” un gesto de desaprobación si en un contexto formal una persona dice chante para referirse a su casa, cuando esa voz deriva del náhuatl: chantli (vivienda). No digamos ya otras formas coloquiales del lenguaje como el uso de “s” al final de las palabras; es muy naco decir “dijistes” porque así hablan en los pueblos los que no fueron a la escuela, los pobres, los jodidos, los indios (?).
El racismo en México tiene raigambre colonial y no ha desaparecido en 200 años de vida nacional; al contrario, se ha consolidado en la cotidianidad social adaptando sus formas a los diversos contextos y generando nuevas vías de expresión para discriminar y subyugar. La eliminación de la discriminación en México, no solo la de origen racial, derivará de las modificaciones constantes y profundas que hagamos de las conductas diarias que fortalecen el ideal blanco o de cualquier otro que contribuya a reforzar una comparación de las personas sin revelar el valor inmenso de la diversidad. A propósito de la coyuntura estadounidense, vendría bien mirarnos al espejo.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
