Los movimientos de lucha por la igualdad entre hombres y mujeres nacieron en Francia a finales del siglo XVIII, ligados a la Revolución Francesa. El término “feminista”, por su parte, se hizo popular un siglo más tarde, cuando nació el concepto de mujer emancipada y como sinónimo de este.
El feminismo puede dividirse, tradicionalmente, en tres olas a lo largo de la historia. La primera, nacida en la Francia de la Revolución de finales del siglo XVIII; la segunda, desde mediados del siglo XIX y mediados del XX; y la tercera, en la segunda mitad o último tercio del siglo XX hasta la comienzos del siglo XXI.
A lo largo de su historia, el feminismo ha sido asociado a movimientos políticos de diversa índole, especialmente al comunismo y al socialismo, y algunas de sus ramificaciones están asociadas con el anticapitalismo. Con el paso de las décadas, el feminismo se ha ido diversificando, significando mucho más que la emancipación de la mujer.
El feminismo radical ha sido enormemente incomprendido no sólo desde sectores antifeministas que lo asocian a la voluntad de someter a los hombres a la misma subyugación que a día de hoy vivimos las mujeres, sino también por parte de abanderadas del feminismo radical con la mochila cargada de transmisoginia y una capacidad de tergiversación de autoras y manipulación mediática. En este mar de desinformación, es preciso centrar los esfuerzos en divulgar los aportes del feminismo radical y refutar las malinterpretaciones que se han hecho de mismo.
¿Qué es el feminismo radical?
El feminismo radical aparece inmerso en los movimientos sociales de los años 60 como el de los derechos civiles, el nuevo movimiento de izquierda y el movimiento contra la guerra de Vietnam. Mujeres que en su activismo político habían sido relegadas a un papel secundario se armaron de las herramientas del materialismo dialéctico concluyendo que la raíz y madre de todas las opresiones era el sexo-género.
Pero lo más rompedor que planteaba fue la crítica a un feminismo liberal que se contentaba con la igualdad formal, sin ahondar en las relaciones de poder. Para las radicales, debía hacerse un análisis político allí donde se manifestara el poder, y no solamente en el ámbito privado sino en el público. De ahí la consigna “lo personal es político”, que rompe la dicotomía liberal entre las esferas privada y pública.
El feminismo radical se desarrolló entre 1967 y 1975 y puso patas arriba tanto la teoría como la práctica feminista y de paso, la sociedad, que era lo que pretendían. Las radicales consiguieron la famosa revolución de las mujeres del siglo XX cambiando el día a día, desde la calle hasta los dormitorios.
Estas jóvenes feministas llegaban tremendamente preparadas y armadas de herramientas como el marxismo, el psicoanálisis, el anticolonialismo o las teorías de la Escuela de Frankfurt. El feminismo radical tuvo dos obras fundamentales: Política sexual de Kate Millett publicada en 1969 y La dialéctica del sexo de Sulamith Firestone.
Lo privado es político
En el feminismo radical la desigualdad por sexo y género es un problema colectivo que debe ser abordado colectivamente. Esto significa que se da mucha importancia a la necesidad de tejer redes de solidaridad que vayan más allá de uno mismo. Se trata de una característica nacida de la influencia del marxismo y que se nota, por ejemplo, en el modo en el que no se pone el acento de los problemas en las personas concretas, sino en los fenómenos sociales que se cree que perpetúan ciertas acciones y actitudes.
Por ejemplo, en el caso de la aparición de mujeres con poca ropa en productos televisivos, es muy común culpabilizar a la actriz, cantante o presentadora en cuestión.
Sin embargo, desde el feminismo radical se subraya la necesidad de preguntarse por qué se explota constantemente al cuerpo de la mujer como si fuese una herramienta de audiencia más, algo que ocurre con menor frecuencia con los hombres. Incluso si las mujeres que aparecen con poca ropa consiguen dinero por ello, las personas que salen más beneficiadas a partir de esta transacción son los altos cargos de la cadena, entre los que la representación femenina escasea.
En definitiva, se habla constantemente no de decisiones individuales, sino de aquello que crea patrones de desigualdad pronunciados: el hombre no necesita utilizar su apariencia para tener notoriedad, pero en las mujeres es más difícil y, en cualquier caso, nunca se llegará a tener verdadero poder sobre lo que ocurre.
Con el eslogan de “lo personal es político”, las radicales identificaron como centros de la dominación áreas de la vida que hasta entonces se consideraban “privadas” y revolucionaron la teoría política al analizar las relaciones de poder que estructuran la familia y la sexualidad.
Consideraban que los varones, todos los varones y no sólo una élite, reciben beneficios económicos, sexuales y psicológicos del sistema patriarcal . Así, problemas tan enraizados y silenciados en la sociedad que aún hoy no se han solucionado como la violencia de género, fueron puestos encima de la mesa por las radicales. Si lo personal es político, las leyes no se pueden quedar a la puerta de casa.
Además de revolucionar la teoría política y feminista, las radicales hicieron tres aportaciones como mínimo, igual de importantes: las grandes protestas públicas, el desarrollo de los grupos de autoconciencia y la creación de centros alternativos de ayuda y autoayuda de los cuales hablaremos en la columna de la próxima semana. Gracias por leer
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La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
