La contingencia sanitaria ha tenido múltiples consecuencias, entre ellas, ha sido oportunidad excelente para agitar con frecuencia la bandera de superioridad moral que tenemos siempre a la mano, aunque realmente no necesitamos pretextos para sacudirle el polvo.

Apenas ayer se dio a conocer el proceso con el cual regresaremos a la “nueva normalidad” en México. El cual considera que la completa reactivación de las actividades económicas y sociales podría llevarse a cabo hasta agosto próximo, incluido el regreso a escuelas y espacios públicos. Previamente comenzará a reanudarse de manera paulatina la producción industrial.

Este calendario podría ser modificado de acuerdo con el desarrollo de la epidemia. Si los contagios continúan en aumento o persiste el riesgo, las medidas de aislamiento social y suspensión de actividades no esenciales podrían alargarse aún más.

Nuestro país posee algunas características que impiden que las disposiciones de salud tengan el impacto deseado para contener la propagación del nuevo coronavirus, entre ellas las condiciones económicas de su población. Precariedad e informalidad evitan que millones de personas tengan la posibilidad de resguardarse en casa, deben salir a trabajar como lo hacen todos los días para garantizar las comidas del día, siendo este plural el mejor de los escenarios. Las grandes urbes son las más afectadas, pues debido a la sobrepoblación el hacinamiento en espacios como el transporte público es inevitable y Susana Distancia apenas fruto vago de la imaginación entusiasta.

Existe, además, un fenómeno que ha sido frecuente durante la contingencia: la reticencia varios sectores (sociales y geográficos) de la sociedad que insisten en ignorar las recomendaciones, peticiones y aun las órdenes de autoridades. Fiestas, reuniones, salir sin medidas de precaución y hasta conductas agresivas motivadas por la falta de información y el temor inherente al ser humano ante la amenaza y lo desconocido, son conductas repudiadas por aquellos “ciudadanos responsables” que acusan falta de civilidad y responsabilidad social.

Al respecto, cabría hacer a un lado la percepción individualista y los prejuicios que la acompañan para advertir las posibles causas de la resistencia a cumplir con las disposiciones gubernamentales, con la finalidad principal de evitar su persistencia y fortalecer las condiciones del país para enfrentar desafíos futuros.

Quienes reclaman a los reacios, señalan falta de conciencia cívica, la cual implica el reconocimiento de pertenencia a un colectivo (nación-sociedad) y las responsabilidades que se tienen para con este. Sin embargo, se soslaya que esta relación funciona (o debería hacerlo) en dos vías, es decir, que el conjunto también debe garantizar derechos y condiciones mínimas de bienestar a sus integrantes.

Son varias las zonas en distintos estados donde han ocurrido incidentes criticados por los más “civilizados”, a quienes no les tiemblan los dedos para señalar ignorancia y estupidez de los perpetradores. Varios de esos sitios se encuentran en la periferia de la Ciudad de México (Ecatepec, por ejemplo) o en zonas rurales marginadas en el interior del país.

Habitantes de lugares como los referidos han sido abandonados por cada administración federal, estatal o municipal desde hace décadas, acaso siglos. En un escenario histórico semejante, la suspicacia para con cualquier voz gubernamental es reflejo del más elemental sentido común. Es decir, ¿por qué habrían de tener conciencia ciudadana cuando autoridades y sociedad mejor acomodadas los ignoran o incluso les son abiertamente hostiles?

Los lazos de muchas comunidades no están fortalecidos bajo la idea de nación o de una sociedad mucho más amplia de lo que representa su realidad inmediata; son estas relaciones concretas y cotidianas las que les han permitido sobrevivir a la precariedad, por eso ha sido frecuente que varias comunidades apartadas impidan el paso a personas ajenas.

Hemos marginado áreas y grupos de población en condiciones regulares. Los hemos invisibilizado en la vida diaria. Ahora, en la emergencia, les exigimos la responsabilidad cívica y social que les han sido negadas.

Por último, no quisiera obviar que los factores que originan cualquier fenómeno social son siempre múltiples. Si bien veo necesario reflexionar las formas en que reaccionamos a la contingencia y contemplar la perspectiva social, también es cierto que, sin más ni más, hay personas que carecen de mínimo sentido común y gozan, en contraparte, de un desempacho y desinterés que en las condiciones actuales es hasta peligroso.

 

ACLARACIÓN
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.

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