Esto escribió Dostoievski en 1880 en su célebre novela Los Hermanos Karamazov: “Durante este siglo todo se ha fraccionado en unidades: cada uno se aísla en su escondrijo, se aparta de los demás, se oculta con sus bienes, se aleja de sus semejantes y los aleja de sí”.
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A pocos días del primer llamado severo (al menos uno o dos más son inminentes) para que los que pueden dejen ya la incredulidad y se resguarden en casa, podemos advertir respuestas varias. Las calles viven eterno domingo, por ejemplo. Apenas un puñado de vehículos recorren las calles. Pero, por otra parte, sitios generalmente concurridos, como supermercados, bancos y algunas plazas públicas aún lucen con individuos numerosos que mantienen las formas cotidianas; al carajo Susana Distancia, pues. Para ellos el mundo ocurre como siempre. ¿Cómo puede ser de otra forma si el hambre es la misma de ayer? Así fue antier, también. Hace dos meses, lo mismo, o tres años, da igual.
La crisis, como suele hacer, subvierte las normas. Aunque momentáneamente, el mundo mira hacia los nuevos héroes, al menos así llama a los que se hallan inexorablemente en la primera línea de defensa, como personal médico, doctoras, enfermeros y más especialistas que guardan vigilia frente a la amenaza. Aunque, por otra parte, ingratos, egoístas y temerosos, como acostumbramos ser, en muchos casos les hemos vuelto la espalda e incluso los agredimos al señalarlos como posible fuente de contagio.
El llamado a permanecer en casa fue general y contundente, repetido constantemente por el ya popular Hugo López-Gatell, quien mencionó situaciones de excepción: aquellos que realicen actividades esenciales. En primer y superficial vistazo pensamos en rubros de salud, seguridad y atención de emergencias, pero de nueva cuenta soslayamos a quienes realizan labores no menos indispensables, como cajeros, trabajadores de supermercados, vendedores de alimentos en mercados, tianguis, transportistas y campesinos, entre muchos otros.
Frente a estas circunstancias, bien haríamos en cambiar la percepción que tenemos de los trabajos y las personas que los realizan, de la jerarquización económica y social aplicada a la división del trabajo; mucho más importante aún, su realidad. La mayoría de las personas a las que autoridades pidieron no detener sus labores, tampoco pueden hacerlo por decisión propia, pues si no trabajan un día no comen, así de fácil, así de horrible.
Mientras la sociedad bien acomodada, o más o menos, reclama consciencia social frente a la crisis para que permanezcan en sus casas, detengan actividades y eviten tragedia mayúscula, a otros les dicen: Ah, ustedes no, ustedes no pueden parar porque entonces nos morimos todos. De esta forma, los encargados de llevar el alimento, ya no digamos a su mesa, ¡a la de todos!, deben ignorar las más elementales recomendaciones sanitarias a cambio de dos o tres salarios mínimos, si acaso.
¿Qué es lo que ocurrirá cuando podamos volver al mundo, cuando se abran las puertas del encierro? Probablemente nada. Volveremos a nuestra costumbre de privilegiar cinco, siete, diez años sentados en un salón de clases y el papel que entregan por esto, aún cuando todos estos hayan sido poco menos que inútiles frente a la contingencia.
En tanto, los héroes regresarán a las canchas, los estadios, los escenarios y las historias de Instagram. El futbolista será nuevamente el modelo aspiracional y tendrá lo suficiente para un nuevo Lamborghini.
De igual forma la cotidianidad regresará (tal vez nunca se fue) a campesinos, obreros y pequeños comerciantes, quienes continuarán arrojados a la precariedad laboral así como al ninguneo social… Hasta la próxima pandemia.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
