Hasta parecía 1 de enero. Calles silenciosas apenas con vida. De vez en vez pasaban dos o tres autos cuando la cotidianidad ofrece solo respiros breves a quien busca tranquilidad en la urbe. En unas cuantas horas la ineludible presencia del 8 de marzo mutó en desconcertante ausencia el 9. En ambos casos la unidad fue inobjetable; aún más: histórica.

Podríamos poner de cabeza nuestros recuerdos en busca de uno en que la indignación social se haya manifestado con tal espíritu como lo que vimos en ambas jornadas, pero hallaríamos, creo, apenas dos o tres casos similares en las últimas décadas; ninguno tan duradero, sólido ni con el alcance que ha mostrado el reclamo de mujeres para liberarse la opresión, también histórica, de la que han sido objeto. 

La obviedad: corresponde a ellas el siguiente paso y los subsecuentes en su camino. Conviene a nosotros, hombres, así como a otros sectores sociales, alistar sentidos y entendimiento para aprender del movimiento femenil con miras a contribuir a la abolición y reconstrucción de una realidad violenta que nos apila cuerpos en la puerta.   

Bien dicen detractores: “¡A los hombres también nos matan! Nomás revisar las cifras para constatarlo”, escriben ansiosos, indignados, hasta con furia. Nadie niega estos números, pero hay diferencias varias, una es la respuesta. Mientras que hombres exigen que mujeres permanezcan sin voz, apechuguen y se sometan al tsunami de sangre, ellas se yerguen y organizan para plantar cara a la historia; hacerla, pues, no padecerla. 

Esta capacidad de acción conjunta no es siquiera imaginable por nosotros. Resignados a la masculinidad impuesta que nos exige “aguantar como los machos”, preferimos salvaguardar nuestra endeble identidad antes que formar estructuras de apoyo con miras a revisar, destruir y reconstruir las bases que sostienen nuestra violencia, la que ejercemos y sufrimos. Nos sentamos a esperar que las cosas cambien, ¿cómo?, no sabemos. En el mejor de los casos creemos que si salimos todos los días a decir por favor y gracias todo mejorará.   

Si las condiciones sociales castigan más a los hombres, como aseguran muchos, con mayor urgencia deberíamos tener una agenda colectiva que contenga la agresión al tiempo que indague su origen, pues sin saber de dónde viene será imposible implementar acciones que san más que toallas húmedas en una herida tan expuesta como profunda.

Los más confiados en su conocimiento sociopolítico, económico y psicológico, han señalado ya teorías diversas. Sin embargo, estas son generales y ambiguas; en cualquier caso, carecen de propuestas concretas, más aún de la disposición para actuar al respecto. 

Acudamos nuevamente al ejemplo feminista, que se ha organizado de tal manera que ofrece a las mujeres apoyo y alternativas para prevenir, combatir y atender abusos. Pensar que expresiones de inconformidad como marchas y paros son su forma única de acción denota una pereza mental terrible, pues ignora redes de auxilio ya bien conformadas que brindan información de salud reproductiva y prevención de acoso; acompañamiento en procesos legales que incluyen denuncias por violencia de género, obstétrica y familiar; asesoría financiera y para emprender negocios, entre muchas otras que parten principalmente de la sociedad civil. Mujeres apoyando mujeres.

Ya sea que opten por una explicación que señala al sistema patriarcal como el responsable, o por la perezosa teoría de que la violencia no tiene género y nos agarra parejo, lo cierto es que existe coincidencia en que vivimos en un país que sangra por todos lados. No obstante, son las mujeres las que se organizan, las que reclaman, las que luchan de todas las formas y desde todos los frentes. Conviene aprender de eso, ¿no?

 

ACLARACIÓN
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.

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