El hombre como medida de todas las cosas es una idea que ha florecido sin empacho a través de la historia de esta especie. Actualmente parece tener una variante que responde a las condiciones presentes: yo soy la medida de todas las cosas.
Aparentemente los seres humanos tenemos notable dificultad para pensar el mundo y a los demás fuera de nuestro entendimiento y circunstancias individuales. Esto podría tener cierta explicación a partir de la aprehensión sensible que hacemos del mundo. Estamos limitados a procesar los estímulos externos desde nuestros sentidos y a comprenderlos en los alcances de la propia experiencia.
Ejecutar este proceso desde una posición distinta (intentarlo, al menos), especialmente desde las circunstancias de otras personas, es lo que conocemos como empatía. Sin embargo, a pesar de que esta goza de un lugar en el anaquel de las virtudes, ejercerla es conducta poco frecuente.
México se encuentra otra vez con los dedos en la puerta por las nuevas caravanas de migrantes centroamericanos que buscan ingresar al país con el objetivo de llegar a Estados Unidos. Apenas los primeros indocumentados cruzaron el río Suchiate sintieron la “calidez” de la política federal que pregona: abrazos, no balazos. Numerosas imágenes dan cuenta de la severidad de la Guardia Nacional que, no obstante, califican como “acciones de contención”, eufemismo que recuerda las tradicionales formas de administraciones anteriores.
Mientras tanto, buena parte de la sociedad mexicana ha respondido al arribo de migrantes con xenofobia disfrazada de preocupación por la seguridad del país; esto, al señalar a los indocumentados como gente sinquehacer que únicamente llega para cometer delitos en detrimento de la sociedad pacífica y civilizada a la que estamos acostumbrados (?).
Les reclaman falta de decencia, orden y sentido común al irrumpir sin permiso en territorio mexicano. Para evidenciar este flagrante irrespeto acuden a la defensa de la soberanía nacional y al ejemplo: “cuando voy a un país extranjero tramito pasaporte y visa. Es cuestión de respeto”.
Esta comparación evidencia la costumbre que tenemos de asumir que las condiciones de todas las personas les permiten posibilidades y alternativas de las que disfrutamos de tal manera que las damos por sentadas, que consideramos universales. Incluso las que consideramos más simples, como el conocimiento de los protocolos para cruzar líneas imaginarias.
Esperar que todas las personas piensen y actúen de la misma forma que lo hace uno es considerarse la medida de todas las cosas. Emitir juicios de valor con argumentos bien instalados en los privilegios es soslayar no solo la diversidad individual sino la compleja realidad que existe fuera de nuestra capacidad conceptual.
El problema migratorio es eso, un problema, el cual debe ser resuelto por las autoridades con base en criterios y estrategias que garanticen el respeto a los derechos humanos. De igual forma corresponde a la ciudadanía comprender que no puede explicarse un fenómeno complejo a partir de consideraciones particulares y que los centroamericanos que huyen de su país para buscar mejores condiciones de vida carecen de las condiciones básicas de bienestar.
Criminalizarlos, en buena medida, deriva de un nacionalismo irracional que nos fue inculcado desde la instrucción primaria y que nos enseña que antes que cualquier otra cosa, primero nosotros. Cabría preguntarnos quiénes somos “nosotros”, ¿mexicanos?, ¿latinoamericanos?, ¿humanos?
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
