En la vida es muy fácil perderse, un día abres los ojos y es posible que al verte al espejo no reconozcas ni quien eres, te preguntas ¿Qué paso con ese niño o niña lleno de sueños?, aquel que jugaba libremente y confiaba en los demás, el que pensaba que podía ser y hacer cualquier cosa en este mundo, desde escalar la montaña más alta hasta explorar lo más profundo del mar, tal vez visitar otros planetas, tener magia o rescatar a todas las criaturas vivientes.
Aunque parezca un cliché barato de película quiero preguntarte ¿Qué cuentas tienes que entregarle a ese pequeño?, cuando he tenido la oportunidad de platicar este tema con varias personas siempre actúan de la misma manera, primero se auto consuelan diciendo que los sueños que tenían eran imposibles, y luego optan por llenarse de pretextos, es que necesito dinero, donde estoy es un trabajo seguro, me gusta ser poderoso, ya crecí debo ser serio, tengo muchos compromisos, tengo demasiadas responsabilidades.
Tal vez se rindieron pronto, endurecieron su corazón, se complicaron su día a día, se dejaron llevar, o simplemente permitieron que otras personas o cosas decidieran por ellos en sus vidas, dándoles demasiado poder, el punto es que todos fueron honestos ante el cuestionamiento, el hacerse esa pregunta provocó que pudieran ver con claridad en que punto de sus vidas dejaron de ser ellos mismos para llegar hasta donde están.
Es importante responder por los compromisos adquiridos, es importante ser honesto y confiable para los demás pero el primer compromiso que definitivamente se tiene es con uno mismo, por lo cual surge un nuevo cuestionamiento, ¿qué debemos conservar de cuando éramos niños? Creo que debemos comenzar por la importancia que se le da a las cosas, una de mis canciones favoritas dice “lo que dolería por siempre ya se desvanece”, y es que cuando se es pequeño, no importa que tan fuerte sea la caída, quedarse en el dolor implica dejar de hacer cosas más importantes como jugar, comer, dormir, cuando crecemos muchas veces nos enganchamos en el dolor y no seguimos el camino, estando al pendientes del sufrimiento dejamos atrás nuestras metas.
Tal vez sea la falta de miedo, lo que impulsa a un pequeño a creer que todo lo puede, por lo que al momento de crecer debemos controlar al miedo haciendo uso de él solo como una posible advertencia, pero no como el detonante de nuestras acciones, el hecho de crecer de ninguna manera implica que se deje de ser fiel a uno mismo, si fuimos niños que perdonamos cualquier enojo y al otro día estábamos como sí nada, niños que nos olvidábamos de la causa de tal o cual costra en nuestra piel, que veíamos las cicatrices como trofeos de grandes batallas, o que nos preocupábamos por hacer el bien a quienes nos rodeaban siempre en busca de justicia, revivamos en nosotros mismos a ese pequeño, eso sin lugar a duda nos hará mejores personas.
Es el tiempo de cumplirle a aquel pequeño sus sueños, de demostrarle que si tenemos al perro que tanto quiso, que si se puede ser feliz, que logramos las metas que el soñaba tan reiteradamente, que somos justos, que nos tomamos el tiempo para jugar en el parque, que disfrutamos la lluvia, que crecimos para ser quienes debemos ser.
Y después de esa experiencia mágica en donde puedes compartir un momento contigo y tu yo pequeño, ¿qué sigue?, yo en lo particular tomar las riendas de mi barco y rescatar lo mejor de mí, y es que me encanta ese sentimiento que se tiene cuando eres exitoso, ese bienestar que da la satisfacción es justo lo que hoy decido sentir, al cumplirme a mí mismo.
Así es, la importancia de cumplir radica en que comienzas a darle valor a tu palabra, y retomas las riendas de lo que sucede en tu vida, suena sencillo y así debe ser, adiós pretextos.
