En Ixmiquilpan la violencia ya no es noticia, es una constante, una regla no escrita para sus habitantes que aprendimos a vivir con ella.

Se trata de un estado de ánimo que ningún gobierno, en su sano juicio, quisiera para sus gobernados. Cuando la violencia se vuelve cotidiana, repetitiva, terca, que ya no causa sorpresa, en medio de tanta impunidad. 

Entonces, los ciudadanos siguen su andar indiferente o, en el mejor de los casos, sacan su celular para grabar el hecho violento en turno, con tal de dejar constancia que durante horas ninguna autoridad llegó para restablecer el orden y no hubo castigo. 

Al quemarse, la motocicleta de la dirección de Seguridad Pública de Ixmiquilpan provocó una humareda sobre la presidencia municipal, mientras que los pobladores de El Nith, algunos con los rostros cubiertos, observaban las llamas. 

Fue el anuncio de que otra vez, para la poca sorpresa de muchos, algo iba mal en el Valle del Mezquital, un inicio de semana marcado por la confrontación entre el alcalde Pascual Charrez y su hermano Cipriano Charrez

El fuego consumía los neumáticos, el combustible al liberarse producía un ruido semejante a la fuga de gas a presión que avivaba el incendio y después, poco a poco, la estructura quedaba carbonizada a un costado de la plaza principal de este municipio.

Así, una patrulla, una urvan, una motoneta y dos motocicletas terminaron calcinadas frente a la presidencia municipal, que no dio servicio alguno y en cuya fachada colocaron cartulinas contra Pascual Charrez.

Esa explanada, en cuyo centro está la Diana Cazadora y es el punto de referencia de la cultura hñähñu, donde hombres acusados de robo o por el solo hecho de parecer sospechosos han sido retenidos, atados, exhibidos y golpeados.

La nube, densa a ratos, arrastrada por el viento de una mañana de lunes, justo enfrente de las cámaras de videovigilancia que parecían no funcionar en ese momento. Podía pasar cualquier cosa.

Hace semanas los soldados de la Guardia Nacional, con sus armas y patrullas, tomaron la explanada principal de Ixmiquilpan, ante la mirada incrédula de sus habitantes.

Ayer, los uniformados brillaron por su ausencia, fueron horas sin ley, ni orden.

Durante el incendio de los vehículos oficiales de Seguridad Pública municipal, muchos caminaban hacia sus obligaciones cotidianas. 

Los alumnos a sus escuelas, las señoras con sus bolsas del mandado al mercado. Un carro con bocinas anunció consultas y exámenes de la vista en la iglesia del barrio de San Antonio, mientras el fuego consumía los autos. La violencia ya se nos volvió cotidiana.

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