Hace año y medio conocí a una persona que transformó mi vida en muchos sentidos. En cada plática, en cada libro citado, en sus acciones y su visión de vida, pude encontrar los peldaños que faltaban para construir una escalera de crecimiento personal y profesional que hoy ha cambiado la dirección de mi enfoque y energía.

Y es que a lo largo de nuestra experiencia humana, todos recibimos esos regalos: maestros de vida que nos atraen e inspiran, que son una sinfonía que podemos escuchar por horas, una luz que nos devela aquello que nos negábamos a ver y que aporta a nuestra vida una dosis alta de propósito y metas; cuya claridad y autoridad nos ayuda a avanzar y trascender nuestros límites.

Así es el verdadero liderazgo, capaz de guiar hacia la transformación de las creencias más profundas, con la fuerza suficiente para sacar a la luz el máximo potencial de cada ser humano y con el toque preciso para conectar y crear vínculos que perduren en el tiempo en continuo movimiento y permanente honestidad.

Desmenuzando un poco: aportar valor a los demás se relaciona con nuestra experiencia personal, profesional y, en ocasiones, hasta espiritual. Es la manera en que todos los aprendizajes construidos se ponen al servicio de los demás. Y sobre todo, cómo ese bagaje nos ofrece, en diversos escenarios, la posibilidad de dar solución a problemas específicos. Como líderes, hemos transitado ya el camino, lo conocemos, y entonces compartimos a otros cómo hacerlo, con todo un estilo entintado de nuestra visión.

Aportar valor, también está vinculado con la huella emocional que dejamos en las personas. Aquello que provocamos en los demás. Esa sensación que se queda en ellos después de hablar o pasar tiempo con nosotros. Maya Angelou define a la perfección: “La gente olvidará lo que dijiste, lo que hiciste, pero nunca olvidará cómo la hiciste sentir”. O como diría John Maxwell, los líderes tocan el corazón antes de pedir la mano.

Por otro lado, encontramos el trillado “hacer que suceda”. Los líderes mejor valorados entre sus equipos o comunidades tienen un común denominador: la acción. No sólo hacen, son ejemplo y enseñan a hacer, sino que además, alcanzan metas y resultados, y ayudan a otros también a lograrlo. Son como una ola avasalladora que empuja todo lo que encuentra a su paso; llevando a la superficie el tesoro perdido, la estrella de mar o el mensaje en una botella& ¡Ser líder significa hacer que sucedan cosas extraordinarias!

Entonces, la huella que dejamos en los demás es esa pizca de magia que nos diferencia como líderes, que enamora a quienes eligen seguirnos. Es el pilar de nuestra influencia y trascendencia. Por ello es tan necesario empezar a construir una nueva identidad de líder que verdaderamente conecte e impacte más y más vidas; con un compromiso de crecimiento que corresponda a un equipo que nos ha confiado sus sueños y proyectos para que juntos podamos engrandecerlos.

Finalmente, ser líder es convertirte en la persona correcta. No solo con los conocimientos indispensables y la motivación necesaria; sino con la esencia correcta. Con el carácter, la honestidad e integridad que corresponden a un individuo que se hace cargo de los demás. Y estos se fijan haciendo lo correcto en todo momento y en cada decisión. Como ejercicio constante y aunque duela.

Stan Lee puntualizó en el legado que el Tío Ben regala a Spiderman y que encauzará toda la filosofía del personaje con suma certeza: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Ser líder tiene todo ese poder. Implica que hay gente que va a seguirte a donde quiera que vayas; incluso las veces que equivoques el camino o aquellas en las que descubras y conquistes nuevas tierras.

Lectura imprescindible:

Las 21 leyes irrefutables del liderazgo. John Maxwell. Grupo Nelson.

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