Apenas hace unas semanas, hablamos de quejas y demandas de la comunidad científica, inclusive de la comunidad juvenil e infantil, hacia el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT).
Comentamos que el presupuesto asignado era irrisorio para un país que aspira al primer mundo y que desea preparar a sus jóvenes para un mundo globalizado y altamente competitivo.
Que sorprendía la poca apuesta por la investigación e innovación tecnológica, y reproducíamos los cuestionamientos que la comunidad científica en su momento realizó.
Vimos recortes de todo tipo, incluidas las becas para que estudiantes viajen al extranjero, intercambien conocimientos y aporten una visión distinta a la creación científica.
Desparecieron programas como el de Estímulo a la Innovación, que permitía una alianza estratégica entre empresas y Universidades para generar conocimiento y accionar proyectos, todo esto “por falta de recursos”.
La situación de inicio fue mala, pues su actual titular, María Elena Álvarez Buylla, durante la transición de administración, pedía al anterior titular, suspender todos los programas, lo que de inicio parecía lógico por el cambio de gobierno; el problema es que muchos de los fondos y programas, ya no se reactivaron.
Vinieron las quejas en distintos Centros de Investigación, que adolecían, como ahora los hospitales del sector público, de recursos para su operación y supervivencia; la cereza en el pastel, fue la negativa para dotar de fondos a niños y jóvenes que nos representarían en Sudáfrica, en la Olimpiada Internacional de Matemáticas.
En este sentido y con un desprecio total a la investigación en ciencia y tecnología, se hicieron nombramientos de personas, en cargos, dentro de la estructura del CONACYT, sin preparación, perfil ni mérito académico alguno, ya no parecía sorpresa, sino un renglón más en la triste historia que ahora vive el organismo.
Con el tiempo, se nos dijo que era para combatir la corrupción, sin que apareciera un solo científico mexicano corrupto, y que no se requería de tanto gasto para tener una comunidad científica y tecnológica de primer mundo; que había que “nacionalizar la investigación”, para justificar la baja en apoyos económicos a estudiantes y académicos en su internacionalización.
De a poco, la comunidad científica fue acallando sus voces y acostumbrándose a una nueva realidad, pero cuando todo parecía tomar el rumbo de la desidia del mexicano hacia las decisiones en su desarrollo científico, nos enteramos que a partir del 23 de abril pasado, y por la adjudicación de una licitación de más de 15 millones de pesos, tan sólo para este 2019, el CONACYT contrató chef, saloneros, nutriólogo y alimentos “orgánicos”, para su comedor diario.
En otras palabras, no hay dinero para apoyar a quienes representarán dignamente a México en una competencia de carácter mundial, pero si para alimentar “sana y suculentamente” a quienes administran el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, gastando una cantidad insultante, en un país con más de 40 millones de mexicanos en pobreza extrema.
Al menos, sin recursos para apoyar el talento de mexicanos en la ciencia y la tecnología, los servidores públicos, no pasarán hambre.
Por hoy me despido, esperando tus comentarios.
Hasta la próxima.
