Referirse al movimiento #MeToo (#YoTambién), no es asunto menor, hay un sinfín de aristas, que van más allá de un simple y morboso debate mediático. En estos últimos días, después del lamentable suicidio de Armando Vega Gil, un músico, un artista multidisciplinario y también padre de familia; diversos sectores de la sociedad mexicana, cuestionaron este movimiento, sus orígenes, sus causas y efectos.

Hoy, como nunca antes, estoy hastiado de las redes sociales. Leo mucha hipocresía, leo posturas radicales y polarizadas, violentas, deshumanizadas. Mucho de lo que he leído al respecto de este tema me parece que se ubica dentro de un báratro profundo y perdido en la ignorancia.

A Harvey Wenstein, productor de cine, no lo llevaron a juicio acusaciones anónimas, no fue un ente incógnito el que derrumbó su gran imperio cinematográfico. Fueron voces reales, de personas reales, quienes tuvieron el valor y la entereza de afrontar al todopoderoso  de Hollywood, Wenstein. Fue productor prolífico, este sujeto tiene títulos de alto valor fílmico, basta con saber que casi toda la obra de Tarantino fue producida por él. El otrora rey midas del cine, paga las consecuencias de sus terribles actos, acoso y abuso sexual. Además de su exclusión de la industria hollywoodense, este señor, enfrenta procesos judiciales. 

El movimiento #MeToo debe ir más allá de las luces que generan el cine, la música, el periodismo y la academia. El acoso, el abuso y la violencia hacia las mujeres se da en todos los ámbitos, en todos los estratos, en todo el mundo. Los efectos de este movimiento deben ir más allá de la exposición pública de presuntos culpables.

Condeno el linchamiento a los involucrados en casos de acoso y violencia, provocado por acusaciones realizadas desde la oscuridad del anonimato que facilita cualquier red social. Los usuarios de las redes sociales no pueden ni deben convertirse en jueces ni verdugos, en ningún caso, bajo ninguna circunstancia. 

Me da pena haber leído a algunos periodistas o autores que respetaba, el festejo hacia la trágica muerte de Armando Vega Gil. Estoy seguro que el feminismo no festeja esa muerte, no festeja una acusación anónima. 
Resulta frustrante que los que de verdad han cometido alguna atrocidad en contra de una o más mujeres, burlen a la justicia, a la legalidad y también, a través de alguna red social, emitan algún burdo comunicado ofreciendo disculpas que nada solucionan.

El poder del #MeToo no debe servir para hacer linchamientos aleatorios, ni para ajustar cuentas pendientes que nada tengan que ver con el espíritu del movimiento. Es momento para que las instituciones públicas despierten y activen mecanismos de prevención y atención a víctimas de abuso y violencia. Algo de sensibilidad desde los sistemas públicos, vendría muy bien.

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